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Javier Sicilia
La corrupción del cuerpo político
“Perder la vista es alejarse del mundo de las cosas, perder el oído es alejarse del mundo de los hombres.” Nadie mejor que Helen Keller, que sabía por experiencia de lo que hablaba, ha expresado lo que los poetas sabemos por intuición: que el mundo de lo humano está hecho de palabras. Las mismas cosas que captura la vista no tendrían significación alguna sin ellas. Me atrevería incluso a decir que no existirían. ¿O nos hemos puesto a pensar lo que, por ejemplo, sería la caída de un árbol si no hubiera nadie que, poseyendo un lenguaje de palabras, estuviera allí para decir que cayó? Ciertamente habría caído, pero nadie lo sabría. Es el lenguaje, y sólo él, el que le daría existencia activa, sentido, a la existencia pasiva de ese suceso. Sin él, quedaría sumido en las tinieblas de lo indiferenciado. Esta evidencia llevó a Herder, y más tarde a Octavio Paz, a encontrar no sólo la realidad en el lenguaje, sino, por lo mismo, la salud del cuerpo político, creación del mismo lenguaje y habitación de lo humano. Herder, que era extremadamente nacionalista –una de las muchas cosas que le debemos al romanticismo es, contra la espacialidad que anunciaba la tecnificación del mundo, el sentido del lugar–, pensaba, al igual que Leibniz, que cada cultura y su lengua son, como dice Georges Steiner al comentarlo, “un cristal separado donde se refleja el mundo bajo una luz igualmente única y singular”. En este sentido, el alemán estaba, en el imaginario de Herder, destinado por sus recursos expresivos a iluminar una nueva edad y a crear una literatura mundial. En la medida en que el carácter nacional esta “impreso en lenguaje”, y viceversa, lleva su impronta. Octavio Paz, que supo del horror de los nacionalismos, fue todavía más lejos. Para el poeta de Piedra de sol, el carácter humano, como lo dice la fórmula de Helen Keller, se expresa a través del lenguaje. Independientemente de la variedad de ellos, el hecho de que el hombre hable ilumina la realidad y la hace habitable para sí mismo a través de un cuerpo político. No hay, por lo mismo, mónadas lingüísticas, cuya traducción a otras lenguas es imposible, sino una búsqueda incesante de sentido.
A pesar de sus diferencias, Herder y Paz llegan a las mismas conclusiones. En la medida en que no hay mundo humano y cultural sin lenguaje, una lengua sana, es decir, una lengua que mantiene sus significados, tiene necesariamente que mantener sano el cuerpo político en el que el hombre vive. Cuando por un uso indebido del lenguaje –demagogia, traición al significado, uso mercantil y manipulado de las palabras, etcétera– éste se corrompe, el cuerpo político y social se resiente tanto en sus rasgos humanos como en sus logros. Paz, quizá pensando en Herder, lo dijo con una hermosa frase en El arco y la lira. Cito de memoria: “Cuando el lenguaje se corrompe la sociedades se pierden y se prostituyen.”
La lengua de Goethe y el nacionalismo del romanticismo alemán, usadas por la demagogia y la manipulación del nacional-socialismo, llevó a Auschwitz, a los hornos crematorios y a la destrucción de Alemania. En México, el lenguaje trabajado por la larga tradición del modernismo y las vanguardias, usado por los políticos, los narcotraficantes, el mercado y sus corrupciones, ha derivado en un mundo tan criminal como el del nazismo.
Los lenguajes, que son epifanías de la realidad que moldean lo humano en un cuerpo político o, también, articulaciones reveladas del mundo, al malversarse generan un caos significativo que lo convierte no en un mundo animal, que está hecho de objetos indefinidos, sino en uno cuyo desmoronamiento se transforma en depredación.
Si como lo ha mostrado el lingüista Benjamin Lee Whorf, las estructuras lingüísticas determinan lo que el individuo percibe del universo y cómo lo piensa y se relaciona con él, habría que decir entonces que la experiencia de Helen Keller y las intuiciones de Herder y de Paz son tan ciertas como terribles, y que, por lo mismo, estamos destinados, si queremos salvar el cuerpo político, no a rehacer la lengua, sino a devolverle su sentido fundamental del que depende la existencia de los seres humanos en el mundo.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a José Manuel Mireles, a sus autodefensas y a todos los zapatistas y atenquenses presos, hacer justicia a las víctimas de la violencia y juzgar a gobernadores y funcionarios criminales.
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