Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 16 de marzo de 2014 Num: 993

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Apuntes sobre la canción
John Berger

Recetas para acercarse
a José Emilio Pacheco

Elena Poniatowska

Cruzando fronteras
en Mahahual

Fabrizio Lorusso

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Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Minificciones
Febronio Zataráin
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
Rodolfo Alonso
Cinexcusas
Luis Tovar


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La Jornada Semanal

 

Francisco Torres Córdova
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Un lugar común

Va, viene y cambia, se tarda y se divide y multiplica y pasa. Es sutil y tumultuosa; impone su tiempo de relámpago al tiempo cotidiano y lo aclara y a la vez lo ciega y lo somete. De la forma, que es el cuerpo del mundo y el nuestro que nos tiene y nos dispersa, se hace flujo y cunde en la conciencia y la atolondra, la afila y encandila. Por el sonido, la línea o el color, el movimiento, el espacio y sus mareas, la piedra y la palabra, pretende el alma un testimonio de sus fibras o el relieve de sus huellas, la luz y sombra que trazan su contorno y su volumen, pero siempre escapa y al cabo deja el silencio tembloroso, suspendido en los umbrales que articulan la certeza de la vida con el más profundo y erizado asombro, el severo borde entre el vuelo y la caída. Inasible aun en la caricia, es tantas y una sola, a nadie pertenece y no perdura y sin embargo continúa y siempre se renueva, y cuando acierta en los sentidos y la mente, los libera y en ese mismo instante los subyuga. “Venía la belleza de quién sabe dónde/ Venía hacia mis ojos/ Con su andar de planeta seguro de su tiempo…/ Es la ley misteriosa que de pronto se encarna/ Y se hace realidad en un instante”, dice Vicente Huidobro (“Estrella hija de estrella”), y a Odysseas Elytis, en el Egeo inmarcesible, en medio del nudoso esfuerzo en la búsqueda de la expresión, asomado a su ventana lo sorprende y lo cuestiona en la figura de una niña que en el patio se mece en un columpio:  “¿Qué era? Hoy lo veo. Era el aislamiento de la sensación y su autovaloración en un instante perpetuo, lo perfecto, que no logramos, dado en un relámpago, en la mínima duración que necesita para cancelar la miseria cotidiana. Es cosa cruel, dicen, la Belleza. He ahí un lugar común que aún no se desgasta. Y aquí entre nosotros: el único” (“Las muchachas.”)  En medio del tumulto incesante y estéril, desmedido y voraz que en cada hora de los días nos encajan la barbarie con sus múltiples agujas, la mirada contrahecha del consumo y el poder, sus trueques y trucos que fecundan y cunden la miseria de la carne y del espíritu, aún resiste la belleza  –“la invicta belleza que salva y enamora”, dice nuestro poeta– , y cuando ya no era, inesperadamente se desprende del polvo y la mugre que la arrastran, se aparta del ruido que embrutece sus tantas resonancias, y suave y poderosa nos convoca al riesgo del sentido de la vida sin fisuras si lo hubiera, nos llama a la duda que oscila en la vasta lejanía que nos llena y nos circunda. A ver si entonces así, para cada uno y acaso con los otros, ahora, tarde, noche o madrugada, se queda quieto ahí su tiempo un parpadeo y el calor que pulsa en sus ingles y su nuca nos alcanza con su aroma. A ver si el cuerpo tiembla todas sus edades cuando ella pasa y se ríe o mira fijamente a quien la mira y lo detiene al filo de sí mismo como al filo de un milagro o de la nada. A ver si entonces el torpe pensamiento no se enreda en los reflejos que desata y sólo deja que ella sea ahí como ella sabe y el vértigo que incita y nutre no cesa y nos acaba o nos redime.