Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 16 de marzo de 2014 Num: 993

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Apuntes sobre la canción
John Berger

Recetas para acercarse
a José Emilio Pacheco

Elena Poniatowska

Cruzando fronteras
en Mahahual

Fabrizio Lorusso

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Columnas:
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La Otra Escena
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Bemol Sostenido
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Las Rayas de la Cebra
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Hugo Gutiérrez Vega

Tomóchic y los milenarismos (II DE VI)


José Guadalupe Posada, Tomóchic

La novela de Heriberto Frías, Tomóchic, se ubica en la última década del siglo XIX y puede ser considerada como pionera de la novela de la Revolución Mexicana. Porfirio Díaz gobernaba con mano dura y modernizaba al país, pero los conflictos internos, acallados con violencia, indicaban que el país se movía, se inquietaba y buscaba nuevas formas de pensamiento y de acción. La paz porfiriana era aparente y en su seno hervían las ideas que darían paso a un movimiento revolucionario, especialmente las provenientes del pensamiento anarquista.

El estado de Chihuahua, gobernado por largos años por el juarista Terrazas, era un caso muy especial que reunía aspectos de modernidad con angustiosos rezagos sociales. La cercanía con Estados Unidos explica el surgimiento de religiones autónomas y la presencia de varias Iglesias evangélicas. Como reacción en contra de esta “invasión”, la Iglesia católica propició una especie de catolicismo disidente con hondas raíces populares. Este fenómeno se desarrolló especialmente en el pequeño poblado de Tomóchic. Don Luis Terrazas, eterno gobernador del estado, fue un juarista importante, luchó contra los apaches y contó con un gran apoyo popular. Don Porfirio Díaz era enemigo del gobernador, pero prefirió negociar con él entregándole importantes empresas financieras y agrícolas. El dictador esperaba que estos intereses retiraran a Terrazas de la política. Díaz se apoyó en el llamado Grupo Papigochic que encabezaba el nuevo gobernador Carlos Pacheco que, al igual que Lauro Carrillo, tuvo grandes dificultades para gobernar un estado en el que reinaba todavía la familia Terrazas. En 1891, Tomóchic sufrió una fuerte crisis agrícola que afectó a todo el distrito de Ciudad Guerrero. Esta crisis y una serie de maniobras políticas fueron las responsables del regreso de los Terrazas al poder, mismo que ejerció Enrique Creel, miembro del clan. La fidelidad de Terrazas a Porfirio Díaz se manifestó en la aparente pacificación del estado. En 1892 los tomochitecos mostraron su rebeldía, tanto frente al poder eclesiástico como frente al centralismo porfirista. Ya en 1891 se negaron a participar en un proceso electoral y, en su lugar, organizaron una peregrinación de carácter religioso. La inspiradora de esta rebeldía fue Teresa Urrea, ya conocida con el nombre de la Santa de Cabora. Esta vidente incitó a la rebeldía a los tomochitecos y se convirtió en su consejera. De alguna manera, su influencia desplazó a la del cura local y preocupó a la jerarquía eclesiástica chihuahuense. Los tomochitecos, para esa época, poseían ya carabinas Winchester y habían nombrado como cabecillas a los hermanos Cruz y Manuel Chávez. Eran católicos pero no obedecían a la jerarquía eclesiástica.

La Iglesia, poder fáctico restringido durante el porfiriato; el ejército federal, preocupado por el armamento de los tomochitecos; el gobierno del estado y una buena parte de la sociedad chihuahense, decidieron cortar de tajo con el movimiento rebelde y atacar con severidad a sus integrantes. El obispado de Chihuahua llamaba a los tomochitecos “endemoniados hijos de Lucifer”. Al mando del general Rangel, un contingente sitió Tomóchic, pero fue derrotado por los rebeldes que aprehendieron al general y festejaron su victoria ruidosamente. El general Rosendo Márquez llegó a Ciudad Guerrero para organizar un nuevo reclutamiento y, el 17 de octubre de 1892, sitió de nuevo al pequeño pueblo y emprendió una batalla sin cuartel. En ese momento se inicia la novela del militar Heriberto Frías. La lucha era desigual: mil 200 soldados contra un centenar de tomochitecos. Brilló el nombre de Teresa Urrea y se prendieron veladoras al Cristo de Chopeque. Los Chávez y sus gentes se creían invulnerables, pero fueron derrotados y todo terminó con una masacre clásica del espadón de don Porfirio.

(Continuará)

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