Opinión
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Concierto caracol
Y

cuando uno creía que ya lo había visto y oído casi todo, se abre aún otra puerta detrás de la cual se implementa algún procedimiento insólito para hacer música. Diciembre 1, 2013. Auditorio del MUAC del CCU de la UNAM. Presentación musical bajo el rubro Arquetipos sonoros. Subtítulo: Discursos bio-acústicos/Sonido de la anatomía. He aquí un resumen de los hechos. Provisto de abundante parafernalia científica, Hugo Solís, investigador de la Facultad de Ciencias de la UNAM, extrae el cerebro de un caracol. Por medio de un sofisticado sensor de platino, intenta conectarse a una neurona única del cerebro del caracol. Pacientemente, manipulando el sensor y otros instrumentos, busca lograr esa conexión con la neurona para conducir sus casi imperceptibles impulsos eléctricos hacia un amplificador que, a su vez conectado a un software cibernético llamado Supercollider y a una consola, convertiría esos impulsos en sonidos, permitiendo a otro Hugo Solís, músico hijo del científico, procesarlos y transformarlos para generar un discurso musical. Sobre advertencia no hay engaño: Hugo Solís el científico había prevenido a la veintena de asistentes al evento que las probabilidades de lograr la conexión con la neurona del cerebro del caracol eran escasas y, en efecto, esa tarde no fue posible efectuar la conexión. Ello dio lugar a la ejecución del Plan B, consistente en reproducir, desde una rústica grabadora de cinta magnetofónica de carrete abierto, una serie de sonidos obtenidos anteriormente en condiciones controladas de laboratorio, siguiendo el proceso ya descrito. Esos sonidos pre-grabados fueron entonces manipulados y transformados por Hugo Solís el músico y difundidos en el sistema de sonido del auditorio. En cuanto a la conexión neuro-musical en vivo, quedará para otra ocasión.

No comentaré los resultados sonoros porque me parece más interesante aludir a la vertiente bioética del asunto. En efecto, hurgar en el cerebro de un ser vivo para extraer vibraciones y procesarlas con la finalidad de producir música implica una serie de decisiones y acciones que rebasan con mucho el mero ámbito de la creación estética. Justo es decirlo, los responsables se mostraron conscientes de ello y añadieron a su parco programa de mano una Nota Ética que en seis breves líneas afirma su preocupación con estos asuntos. Entre la mucha tela que hay para cortar sobre este tema, me parece que lo más evidente es la posibilidad de escalar el experimento hacia las neuronas de especies más sofisticadas que un caracol. Y aquí es justamente donde entra otra de las piezas del programa en cuestión, en la que Hugo Solís el músico se instaló en un sillón al centro del escenario y se dejó conectar varios electrodos en el cráneo para que sus vibraciones cerebrales (ondas alfa y esas cosas) se convirtieran en la materia prima de diversas manipulaciones técnicas, fungiendo como impulso energético para accionar los magnetos y los conos de unas bocinas que, vibrando, a su vez hacían vibrar diversos objetos sonoros. Evidentemente, no es lo mismo insertar un sensor de platino en el cerebro de un caracol que colocar unos electrodos en el cuero cabelludo de un músico, método éste finalmente menos invasivo que aquél. Sin embargo, y aquí es donde entre la posibilidad de una extensa y profunda discusión ética, estética y artística, ¿qué hay o qué puede haber entre estos dos extremos presentados aquella tarde en el MUAC, y hacia qué otros rumbos puede derivar la llamada sonificación, que es la posibilidad de convertir en sonido cualquier tipo de datos? No me parece, ni mucho menos, que esta sea una discusión ociosa. Por lo pronto, lo visto y escuchado en el MUAC me recordó por un lado los experimentos sonoros de Ariel Guzik, y por otro, una memorable sesión de Ondas cerebrales en concierto ofrecida en diciembre de 1978 en México por el músico canadiense David Rosenboom en el marco de Creación Musical y Futuro, foro académico/sonoro organizado por Julio Estrada. En aquella ocasión, yo mismo fui uno de los intérpretes de música electrónica a través de mis ondas cerebrales. Agradezco que haya sido a base de electrodos, y no de una punta de platino directa a mis neuronas.