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Otto Loewi tuvo un sueño…
C

on esta frase, que escuché hace casi 40 años, iniciaba una de sus clases memorables el doctor Julio Emilio Muñoz Martínez en su laboratorio del departamento de fisiología del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (Cinvestav), del Instituto Politécnico Nacional. Mientras dormía –explicaba el doctor Muñoz– Loewi imaginó un experimento en el cual conectaba mediante una cánula dos corazones. La sangre impulsada por uno de ellos al contraerse llegaría así al segundo corazón. Si ahora se estimulaba con pulsos eléctricos uno de los nervios que llega al primero (nervio vago), el efecto que produce en él, es decir, la disminución del latido cardiaco, debía de observarse en el segundo órgano si el elemento causante de ese efecto viajara por la sangre. Al despertar, el genial científico alemán realizó el experimento que apareció en su sueño y pudo recuperar a la sustancia causante de ese efecto, a la que llamó vagustoff (actualmente acetilcolina). Se demostró así que las células nerviosas liberan sustancias químicas (neurotransmisores) en los sitios en los que se unen con otras neuronas o con el músculo, lo que revolucionó el conocimiento en las neurociencias. Por sus estudios Loewi obtuvo el premio Nobel en 1936.

Recordé esta clase de Julio Muñoz con mucha emoción hace pocos días que recorrí nuevamente los pasillos del Cinvestav –institución que fue mi escuela y mi casa hace casi cuatro décadas–, después de explicaciones como la descrita, Julio nos llevaba al área de su laboratorio donde podíamos registrar con ayuda de microelectrodos y micromanipuladores, la evidencia de lo que encontró Loewi, aunque en una versión más moderna, pues los alumnos registrábamos en la unión neuromuscular de la rana lo que se conoce como ruido sináptico. Se trata de pequeñas variaciones en el voltaje en la membrana muscular que es producida por la liberación de acetilcolina de las terminales nerviosas que llegan a los músculos. Es una liberación espontánea por paquetes o liberación cuántica del neurotransmisor, que ocurre aparentemente al azar pero desempeña un papel muy importante en la regulación de la actividad de los músculos (por cierto que en el descubrimiento y primeras caracterizaciones del ruido sináptico participó un gran fisiólogo mexicano, Ricaldo Miledi, quien actualmente trabaja en el Centro de Neurobiología de la Universidad Nacional Autónoma de México con sede en Querétaro).

El doctor Julio Emilio Muñoz Martínez, Julio Muñoz, o simplemente Julio, como lo llamamos quienes tenemos el privilegio de ser sus amigos, recibió el jueves pasado un homenaje en el auditorio Arturo Rosenblueth del Cinvestav, en el que participaron, además de las autoridades de esa importante institución científica, como los doctores René Asomoza Palacio, director general, y Benjamín Floran Garduño, jefe del Departamento de Fisiología, Biofísica y Neurocencias, y un numeroso grupo de colegas, discípulos y amigos que compartimos nuestra gran admiración y cariño por él.

Algunos, como Arturo Hernández Cruz y Rodolfo Delgado Lezama, se refirieron a la dimensión científica del homenajeado y a sus importantes contribuciones al conocimiento. Otros, como Marcia Hiriart Urdanivia, hablaron de su importante papel en la docencia. En el campo de la enseñanza, sus contribuciones son muy importantes, como ejemplo se puede señalar que fue el principal impulsor del primer libro de texto de fisiología en México escrito por científicos mexicanos. También se resaltó en ese homenaje su papel en el desarrollo de la investigación en diversas instituciones del país, como en las universidades Veracruzana, Autónoma de Aguascalientes, Juárez del Estado de Durango y Autónoma de Chihuahua.

Algunos de sus discípulos y amigos, como Mario Rogelio López Torres, destacaron también la dimensión humana del científico. Rogelio recordó además parte del ambiente que se vivía en el Cinvestav hace más de tres décadas cuando los alumnos crearon el Consejo de Estudiantes y se realizó la que quizá es la primera manifestación al zócalo en la historia en defensa de la ciencia –eran entonces tiempos muy difíciles para esta actividad y los jóvenes estábamos muy politizados.

Yo hablé de otros temas, como las incursiones de Julio en los medios de comunicación, destacando su congruencia y espíritu crítico, pero me quedé con las ganas de decir otras cosas. Aprovecho una anécdota que reveló ese mismo día Lute, la inseparable y amorosa compañera de Julio, cuando Rogelio, Julio y yo, que acostumbrábamos terminar las fiestas mucho tiempo después que la mayoría, en una ocasión terminamos al amanecer en una banqueta en compañía de unos teporochos (se les llama así a quienes beben alcohol puro o casi, combinado con refresco) de quienes nos hicimos muy buenos amigos, entre otras cosas, gracias a la dimensión humana de Julio para quien una discusión con un premio Nobel o un campesino tiene la misma importancia.

Las discusiones con él sobre distintos temas siempre son memorables. Además de ser un gran conversador y tener una gran cultura, la voz puede adquirir en ocasiones tonos elevados, y está permitido golpear la mesa para defender las ideas (producto del exilio español Julio es básicamente anarquista). En estas discusiones. Como bien dice Lute, es muy difícil derrotar a Julio, es algo parecido a un torbellino.

Además de ser un gran científico, a sus 75 años de edad Julio es un soñador que ha tenido una vida plena. Se ha bebido el mejor vino del mundo, ha probado la mejor comida del planeta, se ha fumado todos los cigarros, se ha enamorado y ha luchado por las causas más nobles. Es un hombre honesto, íntegro y pleno, que como Otto Loewi seguirá viendo cómo sus sueños se hacen realidad.