Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Dos poemas
Epaminondas J. Gonatás
Agustín Lara en blanco
y negro
Luis Rafael Sánchez
La estación de las lluvias
Jorge Valdés Díaz-Vélez
Elegía citadina
Leandro Arellano
De traición, insensibilidad
y muerte
José María Espinasa
Klimt, arrebato
y contemplación
Germaine Gómez-Haro
Horacio Coppola,
un artista de la cámara
Alejandro Michelena
Columnas:
Perfiles
Ilan Stavans
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
Galería
Rodolfo Alonso
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Cabezalcubo
Jorge Moch
Directorio
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Rogelio Guedea
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El mundo bocabajo
Tuve ganas de un café y me detuve en un Oxxo. Cogí un vaso, vacié el contenido y luego cogí otro vaso con su tapa para compartirlo con mi mujer. Metí el vaso lleno dentro del vaso vacío y fui a la caja. Puse mi cartera en ristre. La despachante fijó la vista en mi café y arrugó el entrecejo. ¿Agarró otro vaso?, preguntó molesta, como si en realidad hubiera descubierto a un ladrón con las manos en la masa. Sí, dije. Tiene que pagar el vaso, escupió. ¿Y cuánto es? Diecisiete pesos. ¿Y del café? Diecisiete pesos, replicó. Ah caray. Como no me salían las cuentas, volví a preguntar: ¿el puro vaso diecisiete y el vaso con café diecisiete? Sí, dijo la despachante. Al verme desorbitado, agregó: en realidad lo que usted paga es el vaso, no el café. Y yo: ¿cómo es eso? Y ella: el café no vale nada, lo que vale es el plástico. Miré mi vaso de café, miré el otro vaso vacío, saqué de mi cartera un billete de veinte pesos y pagué. La despachante me entregó tres pesos de cambio y, con ellos, una gran lección: ahora vale todo lo que nada vale. |