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Rodolfo Alonso
La luz de Mario Luzi
Si alguna vez intuí, como prueba de fuego con respecto a una gran poesía, precisamente su dificultad para ser traducida a otra lengua, diferente de aquella en la que había logrado encarnar como ser vivo de lenguaje, soberbia y orgánicamente autónomo, la del límpido, entrañable italiano Mario Luzi (nacido nada menos que en Florencia, el mismo año en que se desencadenaba la primera guerra mundial, y fallecido allí mismo en 2005), resulta en forma explícita un paradigma, un testimonio viviente, una evidencia.
La sobria, voluptuosa musicalidad de estos versos perfectos, no se agota sin embargo en sí misma. Sonido y sentido, esa carne viva de lenguaje, obviamente intransferible, con ser bellamente modulada, nunca deja de transferirnos, de contagiarnos al mismo tiempo la presencia de un yo y un mundo hondamente aprehendidos.
¿Por qué no animarnos todavía a seguir llamando clásicos a estos modernos poemas, transidos y cantados, donde el oído atiende directamente al corazón de la belleza en el dominio de una humanísima experiencia humana, en la tensión efímera y eterna del tiempo y la memoria de nuestra condición, ineludible, volátil e indeleble?
Toda traducción, entonces, toda palabra acaso, no dejarán, nunca, de ser, para mí, y temblorosamente, al mismo tiempo que sincero homenaje e intención frustrada, digna y patéticamente, aproximativas.
Tres poemas
Mario Luzi
MARFIL
Habla el ciprés equinoccial, oscuro
y montuoso el macho cabrío exulta,
dentro de rojas fuentes lavan lentas
las yeguas de los besos a sus crines.
Desde las tenues selvas a ciudades
excelsas inmensos chocan ríos
largamente, se mueven en un sueño
afectuosas velas hacia Olimpia.
Correrán las intensas vías de Oriente
oreadas muchachas y en mercados
salobres mirarán el mundo alegres.
¿Pero dónde alcanzaré yo a mi vida
ahora que el tembloroso amor ha muerto?
Al horizonte lo violaban rosas,
vacilantes ciudades en el cielo
rociadas por jardines tormentosos,
en el aire su voz era una roca
infecunda de flores y desierta.
DIANA, DESPERTAR
El viento libre luce entre los humos
de la llanura, el monte ríe raro
iluminándose, surgen relumbres
del agua, ¿hay mensaje más caro?
Hora es de levantarse, de vivir
puramente. Ya vuela en los espejos
un sonreir, un temblor en los vidrios,
vuelve un sonido a confundir los oídos.
Y tú acudes alegre y contradices
de inmediato a la muerte. Así cuando
se abre una puerta desbordan felices
los colores, la sombra va de vuelta
a disolverse. Nacen rientes imágenes,
en la sangre se filtra, ciego vuelve,
el espíritu del sol, nos llevan céfiros
consigo: a existir, a extinguirse en un día.
MARINA
Qué exhaustas aguas contra la frágil costa,
qué oleada gris contra los postes. E islas
más allá y bancos donde un incierto afán
se separa del día que nos deja.
Qué dispersas lluvias navegas, qué luces.
¿Cuáles? ignora si no finge el pensar,
si no recuerda niega: allá viví,
consciente aquí del tiempo de otro modo.
Qué memoria heredamos, qué imágenes,
qué edades no vividas, qué existencias
fuera de la alegría y del dolor
luchan en la marea con los muelles
o en el mar que florece y se despide.
Regresas tú, te acoges a esta orilla
y en el cielo que zarpa chirría un pino
de pájaros que vuelven, corazón.
Versiones de Rodolfo Alonso
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