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Los de entonces, no somos los mismos

Los 15 minutos de fama del joven panista Juan Pablo Castro

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Juan Pablo Castro durante su participación en el Parlamento Juvenil, organizado por la Asamblea Legislativa del DF en marzo pasadoFoto Imagen tomada del video de la sesión en la ALDF
I

nicio con una pregunta: ¿podría usted recordar quién es Juan Pablo Castro? Supongo una natural respuesta negativa: así somos. Los 15 minutos de fama duran apenas 900 segundos.

Apenas ayer, Juan Pablo era un destacadísimo trend topic al que medio mundo lo convirtió en el negro de las bofetadas (pésima cita: Juan Pablo estudia en la Ibero y allí no puede haber negros), lo agredieron tanto tirios como troyanos (otro equívoco imperdonable: ¿a usted le preocuparía que lo agredieran 100 tirios, 100 troyanos o un agente de la secretaría de García Luna?).

Desde el primer momento quise intervenir en la polémica desatada por este joven, que en el simulacro de parlamento juvenil organizado por la ALDF se lanzó como Júpiter (tonante o tronante, las dos opciones valen), contra instituciones, leyes y personeros de la ciudad. Preferí dejar que las aguas volvieran a su nivel, para retomar el tema con toda serenidad y buenas vibras.

La intervención de Juan Pablo la vi varias veces porque su figura y comportamiento me producían una gran desazón. ¿A quién me recuerda? ¿A quién? Me preguntaba a mí mismo, pero ustedes saben que a cierta edad el mí mismo es bastante reacio a resolver las más elementales interrogantes. Por fin, una madrugada desperté agitado y sudoroso. ¡Eureka!, exclamé tan entusiasmado como lo hizo Arquímedes hace algún tiempo, cuando salió desnudo gritando por las calles de Siracusa (esto último sí lo evité, pues el empedrado de San Ángel no se presta para tales demostraciones y seguramente a mis vecinos les hubiera parecido un exceso).

Allí, en el mí mismo, al que Don Sigmund (el día de ayer se cumplieron 156 años de su natalicio) le dio el nombre de inconsciente y ahora le decimos disco duro, encontré una doble respuesta: por una parte, Juan Pablo me recordaba a un esmirriado mozalbete, acólito preferido del obispo y presidente del comité pro-cine moral, que convocaba a las huestes de la congregación mariana (ad Jesum per Maria) a introducirse subrepticiamente al cinema Palacio (casi Paradiso) de Saltillo y derramar líquidos pestilentes para obligar a los degenerados norteños a salirse de esas pecaminosas funciones nocturnas en las que Françoise Arnoul, por los caminos de la lujuria, les hacía perder su alma, aunque a sus ilustres cónyuges les daba a ganar una inmensa sonrisa todo el siguiente día.

Veía a Juan Pablo, y su imagen, como en una lentísima disolvencia cinematográfica, a los 12 cuadros se empalmaba con la del monaguillo. Ambos con un rictus de justa ira en el rostro, las pupilas dilatadas y los ojos de un rojo bolchevique. El monaguillo incitando a su ejército a visitar estanquillos y peluquerías, y confiscar las revistas porno de la época (vea, Ja-ja, Confeti), para quemarlas a la salida de la misa dominical. Juan Pablo, por su parte, aparecía invitando a defenestrar a todos los mal educados que se atrevieron a ocupar Reforma, a esos mediocres que tardan 14 años en recibirse (como la mitad del tiempo que necesitó el inimputable Vicente Fox), y a los más execrables de todos: los gobernantes que piensan que la mujer pueda tener, antes que nadie, alguna opinión sobre su propio cuerpo y, ¡Voto a Bríos! Lo impensable: permitir el casamiento entre jotos. Ándenles, autorícenles a casarse entre ellos y mañana querrán hacerlo con nosotros.

La disolvencia fue avanzando hasta que los 24 cuadros del segundo cinematográfico fueron cubiertos únicamente por la imagen del monaguillo. El golpe fue brutal. No lograba recuperarme de la impresión al descubrir que el monaguillo era yo. Sí, yo, Ortiz, servidor.

Ustedes, si llegaron hasta aquí merecen una explicación que les ofreceré la próxima semana, si me restablezco del sofocón. Afortunadamente les dije que había descubierto dos parecidos. Paso a referirme al segundo para bajar presión. Allá por la mitad del siglo XV, en plena cumbre del Renacimiento italiano surgió lo que podríamos llamar un abuelo instantáneo de Juan Pablo. Nació éste en Ferrara, Italia, en 1452, y se le llamó brevemente María Francesco Matteo Savonarola. A juventud temprana decidió ingresar a la orden de los dominicos y se convirtió en uno de los predicadores más importantes de la cristiandad de todos los tiempos. De carácter nunca fue facilito el amigo Savonarola. Me atrevería a pensar que era inteligente, bastante neuras, y obsesivo compulsivo.

Le entró fuerte al fundamentalismo, al grado que sus contemporáneos lo consideraban un fanático sobre excitado. En sus prédicas llegó a juntar más de 15 mil personas (y como su coordinador era ligeramente más eficaz que Gil Zuarth, los militantes albiazules de la época aguantaban, sin cachucha ni refresco, hasta el fin del sermón). En su lucha contra la perversidad y sus acechanzas, frente a Savonarola, San Miguel arcángel resultaba un aprendiz de Mahatma Gandhi. Predicó contra la depravación y la corrupción de los poderosos, de quienes los clérigos no eran sino sus cómplices, y contra la misma Iglesia católica, a la que comparó con la antigua Babilonia. Instituyó, con los Juan Pablos de la época una campaña puritana que condenaba la lujuria y el adulterio. Organizó las hogueras de la vanidad, en las que exigía a los ciudadanos que arrojaran sus joyas, cosméticos, DVD pornos y libros licenciosos como los de Petrarca y Bocaccio. Escribió, entre otros tratados, el De ruina mundi y el De ruina eclesiae. Dejó incompleto De contemptu mundi, donde, igualito a Juan Pablito, condena la jotería (en aquellos tiempos se le llamaba sodomía), que según él había invadido a Florencia, DF.

Podrán los críticos decir lo que quieran del maestro Savonarola, pero él vivía como predicaba: en extrema precariedad: comía y bebía frugalmente y cumplía a cabalidad sus votos de pobreza y castidad. Solía, además, recurrir constantemente al cilicio para infligirse sufrimientos que lo hicieran más digno a los ojos de Dios.

Si ustedes piensan que hombres como éste sólo se han dado muy lejos de nosotros, en el tiempo y la distancia, no sean injustos y piensen: en la actualidad Ecatepec existe y está bastante cercano al DF.

La conclusión de este embrollo entre Juan Pablo, el monaguillo de Saltillo, y Savonarola de Ferrara tendrá que esperar una semana porque debo cumplir lo ofrecido: los premios a que se han hecho merecedores distinguidos mexicanos.

1. Premio: México a través de los siglos. Obra única en su género, denominada: Historia general y completa del desenvolvimiento social, político, religioso, militar, artístico, científico y literario de México. Editada originalmente por Ballesca y Cía. Entre 1883 y 89. Su director fue Don Carlos Riva Palacio, constituyente en 57, abogado, novelista, combatiente contra la intervención francesa. Se comprende que el recipiendario tendrá que ser alguien que haya demostrado su profundo conocimiento de la historia patria. Propuesta: Agustín Carstens, gobernador del Banco de México. Fundamento: al terminar su comparecencia ante los senadores, en donde se abordó el tema de la expropiación argentina, declaró a la prensa que, definitivamente, esa decisión no es un buen ejemplo para México.

Claro que como el señor gobernador no había nacido hace 75 años, no se enteró que las abuelitas de la Shell, la Texaco, la Estándar Oil y la Exxon, creo que por la intervención de la Divina Providencia (muy activa por estos días), voluntariamente nos regresaron los veneros de petróleo que a los mexicanos nos habían sido escriturados por el Maligno. Expropiación petrolera, creo que se le ha llamado.

Con la óptica histórica del gobernador Carstens, hay que estar vigilantes que no cunda en nuestro país el mal ejemplo de Bolivia y –¡San Martín de Porres no lo permita!– se haga cargo del gobierno de nuestro país un indígena zapoteco, bastante subidito de color.

Leí un chiste que me recordó otro semejante: chiste inicial: Avión de Iberia. Interior. Noche. Voz del capitán de la aeronave: Señores pasajeros, en breves minutos estaremos aterrizando en el aeropuerto de la ciudad de Madrid. La temperatura es de 0 grados. Pasajero gallego: ¡Qué suerte! Empatados: ni frío ni calor. Chiste reactivo: Resultados del estudio sobre el problema migratorio elaborado por el Pew Hispanic Center, de Estados Unidos, nos demuestra que entre 2005 y 2010, por cada mexicano que emigraba a EU, otro regresaba a su país. ¡Empatados! Exclamó el gallego autóctono: migración cero. Pero además agregó: esto es resultado de las espléndidas condiciones que en empleo, salud y educación hemos logrado. Las carcajadas en inglés, español y esperanto cruzan sin visa la frontera.

Para Manqué y los suyos (los de Gina), un abrazo.