Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 4 de diciembre de 2011 Num: 874

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

En el mar de la cultura alemana
Alia Lira Hartmann

Nómade, mutante y migrante: literatura alemana actual
Esther Andradi

Teatro alemán en México
Juan Manuel García

Joven poesía alemana

Nueva prosa en alemán

Las trenzas de Herta Müller
Lorel Manzano

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


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Ana García Bergua

El asunto de las presentaciones

Hace poco vi a un loco de presentación. Los locos de presentación pertenecen a una estirpe inmortalizada, si no recuerdo mal, por Luis Ignacio Helguera en un texto o un poema que hablaba de una presentación vacía cuyo único público era el famoso loco. Los locos de presentación son aquellos que acuden a las presentaciones literarias, se sientan y ponen una atención sibarita a todo lo que ahí se lee y se dice, con el único fin de llegar al coctel y beber lo más que puedan. Este loco que vi tenía aires de intelectual setentero, barbón, vestido de mezclilla y camisa a cuadros, y la única manera de reconocer su condición era que, en lugar de cinturón, portaba un lazo de mecate bien amarrado, y sus zapatos eran los huaraches desvencijados de los vagabundos. Si uno es distraído, se puede dejar engañar por la finta; lo digo porque casi casi le leí a él todo mi texto aquel día, imantada por su sonrisa bonachona, la barba bohemia, aquellos ojos atentos que parecían entender cada una de mis palabras como si fueran suyas. Cuánta razón tienes, parecía decirme, qué bárbara. Siempre hay una mirada, un rostro en el público al que nos asimos como a un cómplice para poder hablar con cierta soltura, y en esa ocasión lo elegí a él. Cuando se levantó y vi el cinturón de mecate, me di cuenta de que había presentado aquel libro para el loco. No me sorprendió en lo absoluto que fuera el primero en acercarse a la mesa donde se ofrecía el vino, ni que saludara al aire como si estuviera acompañado de una alegre banda de amigos invisibles. De todos modos agradecí que hubiera fingido escuchar de esa manera tan profesional; quién sabe, en realidad, en qué pensaría mientras todos nos poníamos sesudos, mientras yo le comunicaba mis ideas pensando que las entendía mejor que nadie en aquel salón; quizá en la marca del vino que irían a ofrecer, quizá en que faltaba cada vez menos para que la palabrería terminara. Quizá en todas las presentaciones debería haber un loco que asintiera a lo que los presentadores dicen. Eso sí, hay que tener cuidado a la hora de dar la palabra al público: el loco es el primero que levanta la mano para preguntar algo que no tiene nada que ver ni con el libro, ni con el autor, ni con nada. Es tal su paciencia, que se da incluso el lujo de aportar su granito de arena antes de correr a la mesa de los tragos.

Todas las casas de la cultura, las librerías y los lugares donde se presentan libros tienen sus locos de toda índole y sus presentaciones. Mucha gente dice que las presentaciones de libros deben terminarse porque nadie va. Ahora las editoriales grandes hacen grandes ruedas de prensa con el autor y con ello queda saldada la principal finalidad de las presentaciones de libros, que es justamente la de dar a conocer a la nueva criatura, que se entere el mundo de que a book is born. De esta manera expedita y declaradamente mercadológica –la que vería en un asistente a la presentación un comprador forzoso–, los autores terminan contando su libro veinte veces en un solo día a otros tantos periodistas con muchas cosas que hacer y nadie aplaude, ni muestra demasiado interés; ni siquiera hay un loco dedicado a asentir, no hay catarsis. Antes las presentaciones eran más interesantes, pues la gente iba y a veces, incluso, los presentadores se animaban a hablar mal del libro, había pleitos, interesantes escándalos. Ahora son, muchas veces, lugares desérticos, habitados por autores que para no deprimirse se repiten a sí mismos que ya se lo imaginaban, que era de esperarse, etcétera. Los acompañan presentadores en fuga, organizadores acongojados, expertos en culpar al tráfico, amigos y parientes que se querrían multiplicados por mil, y locos sedientos. Como consuelo, muchos autores han convertido las presentaciones más en una fiesta donde él o ella y sus amigos nos damos vuelo –a veces me toca ser autora o amiga– cantando loas a la obra, lo cual también está bien: quizá será el único día en que alguien hable bien del libro o en que, por lo menos, hable del libro. Para atraer más gente a la presentación, no ha faltado quien organice bailes, representaciones, conciertos, degustaciones, disfraces, enigmas y otras amenidades, como se dice en inglés. Pues las presentaciones son eso, una celebración, y vale la pena que continúen, organizadas y sufragadas muchas veces por autores, editores y amigos. Son lugares de la palabra donde campean los locos gesticuladores, que también cumplen su función.