Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 23 de octubre de 2011 Num: 868

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Alejandra (fragmento)
Inés Ferrero

Leonora, indómita yegua
Adrián Curiel Rivera

La ciencia física en los Panamericanos
Norma Ávila Jiménez

México: violencia e identidad
Ricardo Guzmán Wolffer

En la gran ruta
Marco Antonio Campos

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Orlando Ortiz

Una vieja cuestión

El libro que, supongo, es el más reciente de P.D. James (Todo lo que sé sobre novela negra, traducción muy alejada del título en inglés: Talking About Detective Fiction) me agradó por el tono coloquial, directo, lo más parecido a una charla sobre el tema de la novela policíaca y negra. Es un texto que carece de la profundidad y academismo de La novela policial, un tratado filosófico, que en 1925 escribiera Sigfried Kracauer, pero el de P.D. James está escrito de manera que se lee de una sentada; no hay muchas cosas ni nuevas ni originales respecto al género, pero incluso las que son bastante sabidas las vuelve a decir con tal sabor que uno siente estar degustándolas por primera vez. Otro de sus aciertos es que rechaza el tono erudito, aunque el bagaje no es poco, ni el manejo de referencias. Precisamente la cita de uno de los autores que al parecer más la convencen en las cuestiones teóricas, e.m. Forster, es lo que me dio pie para escribir estas líneas. En el pasaje donde el novelista inglés habla del “estado creativo”, asegura que “…y cuando el proceso ha terminado, cuando el cuadro, la sinfonía, el poema, la novela […]está completo, el artista vuelve la vista atrás y reconoce, en conciencia, no saber cómo lo ha hecho. Y lo cierto es que no lo ha hecho en realidad.” En otras palabras, la creación es algo misterioso e ignoto. La idea le agrada a la señora James.

Eso me recordó que a mediados del siglo pasado ocupó el primer plano de las discusiones literarias una idea que, en cierta medida, ha llegado hasta nuestros días. Poetas y narradores se empeñaban en afirmar que sus textos se escribían solos, que el lenguaje era el autor de ellos. Al parecer era un afán de dotar de cierto halo mágico o esotérico a la literatura. Ya en ese terreno, el escritor sólo era una especie de médium, aunque se puntualizaba que no todos podían ser “médiumes”. De alguna manera debía enfatizarse que el escritor es un elegido, pues las musas no le cachondean las meninges o le alborotan las glándulas a cualquiera.

El lenguaje lo era todo, según parece, en los textos al uso de aquellos tiempos. Quienes se preocupaban o manifestaban interés por contar historias o transmitir emociones líricas, eran individuos que se habían quedado rezagados, que ignoraban que ya se había dado una revolución en la estética. No fuimos pocos los que caímos en el garlito, deslumbrados por la lectura de Joyce, Wolf, Faulkner, etcétera. Pero algunos no del todo, y siguió preocupándonos la idea de contar historias, de crear personajes, de tramar, de generar atmósferas propiciadoras, etcétera.


P.D. James

En aquellos años, el afán de experimentar pasó a ocupar un lugar prioritario en la novela, y dicha experimentación iba de lo meramente tipográfico hasta flirteos alocados con la sintaxis, o experiencias de carácter fonológico o prosódico. Era, en pocas palabras, la aventura del lenguaje, la sobrevaloración del lenguaje como fin de la literatura, es decir, la herramienta se convertía en propósito, el sujeto era al mismo tiempo objeto. La novela era lenguaje, y no el lenguaje un instrumento para contar historias, crear personajes, tramar intrigas y bordar ambientes y situaciones.

La experimentación formal fue otro flanco por el que intentó penetrar la renovación del género, y la búsqueda de nuevas estructuras y manejo del tiempo no se quedaron atrás. La novela debía cambiar, tal era la propuesta y la aspiración de los narradores vanguardistas de esos años. Personajes e historias eran lo de menos, lo valioso era la búsqueda de estructuras originales, el tratamiento del lenguaje, su manipulación. Se llegó a resultados interesantes, se obtuvieron obras que de alguna manera influyeron en la narrativa posterior; sin embargo, mucha de esa influencia no se vio en los aspectos del lenguaje, sino en la concepción del tiempo, de la estructura y de los personajes. El atributo prosopopéyico del lenguaje quedó a un lado y se le ubicó, con el tiempo, como instrumento para hacer literatura, no como literatura en sí y para sí. No obstante, donde hubo fuego cenizas quedan, y todavía hay quienes mueven el aventador con afán de resucitar aquellas lides remotas.

Es interesante ver que esa actitud retrógrada (o, si se quiere ser menos severo, podríamos calificarla de conservadora y melancólica) se presenta en un buen número de autores jóvenes, que descubren el hilo negro, el agua tibia y los enarbolan como hallazgos literarios, olvidando, incluso, aspectos de la novela muy importantes. Pero de esto seguiré hablando en otra ocasión.