Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 23 de octubre de 2011 Num: 868

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Alejandra (fragmento)
Inés Ferrero

Leonora, indómita yegua
Adrián Curiel Rivera

La ciencia física en los Panamericanos
Norma Ávila Jiménez

México: violencia e identidad
Ricardo Guzmán Wolffer

En la gran ruta
Marco Antonio Campos

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Hugo Gutiérrez Vega

Placencia y Ernesto Flores

Ernesto Flores, el excelente poeta nayarita y tapatío, dedicó un buen trecho de su viaje vital y de su actividad de investigador al estudio y a la minuciosa compilación de la obra de Alfredo r. Placencia. Ahora, el Fondo de Cultura Económica, después de muchos años de espera, nos entrega el fruto de los trabajos de Ernesto plasmado en la edición de la Poesía completa de uno de los grandes poetas católicos de nuestro país (a su lado figuran Pellicer, Peñalosa, Concha Urquiza, Ponce, Alday y, de manera muy especial y hasta un poco heterodoxa, el padre soltero de la poesía mexicana, Ramón López Velarde. El poeta de Lagos de Moreno, Francisco González León debe aparecer también en este apresurado recuento). El Fondo da el crédito de prologuista del libro a Ernesto Flores, pero no reconoce su notable labor compiladora. Por años y años recorrió los pueblos en los que Placencia ejerció su ministerio: Bolaños, Jamay, Atoyac, Amatitán, Valle de Guadalupe, Acatic (la tierra del voluminoso cacique priísta, Abraham González, personaje de Las tierras flacas, de Agustín Yáñez y padre de incontables rapaces y rapazas a los que regalaba unos centavitos por aquello de que a lo mejor eran sus criaturas); Jalostotitlán, su tierra natal, San Pedro Apulco, San Gaspar de los Reyes, Ocotlán, Temaca (ahí escribió uno de sus poemas más altos, “El Cristo de Temaca”); Portezuelo, El Salto (tierra de matones y de rudos jugadores de futbol); Tonalá, San Juan de los Lagos, algunos barrios de Guadalajara y los poblachos de sus destierros en Estados Unidos y en Centroamérica.

Entrevistó a muchas personas que trataron al atormentado y, algunas veces, alegre sacerdote. Encontró poemas traspapelados y reunió testimonios de críticos y de biógrafos del poeta que vivió muchos años en el olvido y que fue rescatado, en parte, por Alfonso Gutiérrez Hermosillo, quien publicó, en los cuarenta, una antología de la poesía del padre acompañada de un prólogo entusiasta, pero plagado de inexactitudes que ahora Ernesto subsana en el libro publicado por el Fondo.

La conducta del padre provocó la iracundia del fundamentalista arzobispo tapatío Francisco Orozco y Jiménez, que se escandalizó por los amores que Placencia tuvo en los pequeños poblados en los que fue arrumbado. Se habla de los hijos que procreó y a los que bautizó y atendió con esmero paterno. Hace algunos años fui a dar una conferencia sobre su poesía al Colegio de Jalisco. Al terminar se me acercó una señora de edad madura y de muy buen ver. Me agradeció el entusiasmo con que traté una obra poética desigual, pero llena de aciertos y de originalidades, y me dijo que era la nieta del padre Placencia. Me emocionó su afecto por el abuelo poeta y sacerdote y la naturalidad con que asumía su condición de “nieta de cura castigado”. Muy severo fue el señor arzobispo con un sacerdote que procreó hijos con mujeres adultas y sanas. Pensemos en lo muy descuidados que son los jerarcas actuales con los terriblemente dañinos sacerdotes pederastas.

Placencia soportó su castigo y, a pesar de todo, supo encontrar las bellezas de los lugares en los que pasó breves estancias. De Bolaños, pueblo que, en sus buenos tiempos, fue minero y tuvo grandes y hermosas mansiones ya arruinadas cuando llegó Placencia, nuestro poeta dice: “Bolaños, la urbe de las tapias caídas que en tiempos de los reyes/ fueron de cal y canto/ y que ahora se acuestan/ para que así, derruidas,/ salgan los alacranes/ a beber su quebranto.” Temaca, Atoyac, El Salto, Acatic... casi todos sus queridos poblados aparecen en los pocos libros que escribió y publicó en Barcelona.

Teníamos la antología de Gutiérrez Hermosillo, poeta relacionado con “el grupo sin grupo”, el Material de Lectura que Ernesto preparó para la UNAM y algunos poemas publicados en revistas y antologías. Ahora nuestro compilador nos entrega la Poesía completa del poderoso autor del originalísimo “Ciego Dios.”

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