Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 23 de octubre de 2011 Num: 868

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Alejandra (fragmento)
Inés Ferrero

Leonora, indómita yegua
Adrián Curiel Rivera

La ciencia física en los Panamericanos
Norma Ávila Jiménez

México: violencia e identidad
Ricardo Guzmán Wolffer

En la gran ruta
Marco Antonio Campos

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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En la gran ruta

Marco Antonio Campos

C’est la vraie marche. En avant, route.
Rimbaud, Iluminaciones

¿Y cómo no lo iba a hacer, cómo no iba a ser
si el camino era, cómo no iba a andar a pie
si mi paso era de viento, si el vivir no sabía del
fiel de la balanza, andar a pie –decía Thoreau– 
es la manera de llegar más lejos, y yo, y yo
de los veinte a los treinta quería conocer todo,
conocía todo –figuras italianas ritmadas
a la más alta pintura, catedrales sin Dios,
calles medidas según la sombra o luz, plazas
del tamaño de una aguja, conventos coloniales
donde el diablo hacía planes con la muerte,
riberas melancólicas del Arno, el Sena y el Danubio,
largos muelles del Jónico en la punta de los dedos–,
conocía el paso leve de los años, el peso de los daños,
escandía el endecasílabo y mi propia manera de avistar:
allá, a ojo de pájaro, vislumbro Barcelona gris
en Año Nuevo, Andalucía con mujeres tan bellas
que Dios se sorprendió de su creación, Cáceres
perfectamente puesta en la piedra medieval,
Salamanca de tarde en el mañana
en el múltiple ayer que ya os decía,
Ávila con el hábito de Teresa
a ras de pasto, Segovia en el recuerdo fresco
de Martha delgada en fuente grande, Madrid mustio
con aire de provincia y con la bota del déspota
en el rostro que a muchos alegraba,
y yo era veloz y fuerte, melancólico y violento,
y me iba, ya lo dije caray,
me iba cambiándome la máscara según el teatro,
me iba repitiéndome la línea de Eliot:
“No hasta luego, sino adelante, viajeros.”
Pero en los treinta y cuarenta, con el
paso de los años, con el peso de los daños,
en efecto, sí, aún así lo veía todo,
oía todo, todo lo quería hacer mío:
escúchese el Mediterráneo al pie de Cabo Sounion,
el gorrión bajo el ciprés al mirar el mar en Sami,
el olor del jazmín o del geranio en la mínima Karlóvassi
aquel verano cuando Ritsos veía cerca el fin,
cuando Elytis, en su casa de Atenas veía cerca el fin,
castillos y ríos de la Provenza, colinas dulcísimas
de Italia, ay, aquella verde Austria
–biblioteca, bosque, ermita, escaparate– con
personas amigas que me dieron la mano en un país
tan pequeñamente grande, tan áspero y
oscuramente bello, en fin, me iba, ya dije, me iba
con la máscara gastada por la distorsión de hechos,
por la fatuidad caída en tierra del Miserere al
De Profundis, me iba, me iba diciéndome
la línea de Eliot:
“No hasta luego, sino adelante, viajeros.”
Pero otra vez el paso de los años, el peso de
los daños: los cincuenta y sesenta, la furia
de la hoguera en el furioso pecho,
creyendo ser de nuevo totalmente
el de los pies de aire, el velocísimo caballo
llevándose en montura la América Latina,
pero el paso callaba, el paso se paraba,
y yo en el despaso, ay, despacio me veía:
la ceniza en la frente, el navío del corazón
hundido a pique, el diapasón llorado en la,
el maquillaje sucio en la cara del payaso,
que ya viejo, con las armas melladas,
se presenta en el círculo del circo y arroja
las máscaras con ira pues ya no sirven
para esconder nada ni engañar a nadie.
¿Difícil aceptarlo o resignarse?, sí. ¿Seguir
adelante?, sí. ¿Decir palabras como otrora,
antaño o hace ya tiempo?, sí, ¿Valió la pena
la vida?, sí, ¿Me enorgullece haber visto y
viajado como lo hice?, sí. Pero al menos,
al menos contéstenme dos cosas:
¿Dónde quedó lo que yo anduve? ¿Cómo saber
si lo vivido fue?

Ilustración de Juan Gabriel Puga