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Bitácora Bifronte
Jair Cortés
Monólogos Compartidos
Francisco Torres Córdova
Justicia de la poesía
Ricardo Venegas entrevista
con Ámbar Past
Irvine Welsh, el mudo irreverente
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Kavafis, Arlt y la imposibilidad de huir
Sonia Peña
Temple y temblor de Onetti
Rodolfo Alonso
Arlt y Onetti: los siete locos y el viento
Matías Cravero
El interés vuelto asombro
Miguel Ángel Muñoz entrevista con Ana María Matute
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Feria
En algún lado escribí que yo llevo mi ciudad sobre la espalda. Llevo sus calles, sus árboles, sus fiestas, toda su gente. Cuando la nostalgia se me agolpa a mitad del pecho, me detengo, pongo mi ciudad en el suelo y entro en ella. Luego, cuando me canso de caminar sus plazas o mercados, la vuelvo a echar sobre la espalda y sigo mi camino. Ayer, por ejemplo, mientras comía sushi en un restorán de Osaka me enteré de que la feria de mi ciudad era un cielo de luces y algarabía. Sentí, primero, nostalgia de no estar ahí, de no haber estado ahí en medio de todos y de todo en los últimos cinco años, pero luego, al recordar que llevaba mi ciudad sobre la espalda, la puse en el suelo y entré. No hay cosa que me haga más feliz que caminar la feria de mi ciudad, llevando una bolsa de cañas o un elote asado, deteniéndome con amigos o mirando cómo los niños se divierten en el carrusel. Sólo se trata de andar entre la gente, de perderse hasta que otro o tú mismo te encuentres al amanecer. Así anduve en la feria de mi ciudad toda esa tarde en Osaka, mis pies llenos de polvo, mis ojos tristemente felices. Poco antes de caer la noche, salí de mi ciudad, me la volví a echar sobre la espalda y seguí mi rumbo, perdiéndome entre el mundanal de rostros que entraban y salían en la estación del Metro. |