Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 15 de mayo de 2011 Num: 845

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
Jair Cortés

Monólogos Compartidos
Francisco Torres Córdova

Justicia de la poesía
Ricardo Venegas entrevista
con Ámbar Past

Irvine Welsh, el mudo irreverente
Ricardo Guzmán Wolffer

Kavafis, Arlt y la imposibilidad de huir
Sonia Peña

Temple y temblor de Onetti
Rodolfo Alonso

Arlt y Onetti: los siete locos y el viento
Matías Cravero

El interés vuelto asombro
Miguel Ángel Muñoz entrevista con Ana María Matute

Leer

Columnas:
Galería
Alejandro Michelena

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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con Ana María Matute

El interés vuelto asombro

Miguel Ángel Muñoz

Los dos primeros libros de Ana María Matute (Barcelona, España, 1925), Fiesta al noroeste (Premio Café de Gijón, 1952), Los hijos muertos (Premios de la Crítica, 1958 y Nacional de Literatura, 1959), llamaron la atención por la fuerza estética del lenguaje y la radicalidad de su planteamiento literario. El interés se elevó a asombro con la aparición en 1959 de la trilogía Los mercaderes, formada por Primera Memoria (Premio Nadal, 1959), Los soldados lloran de noche (1964) y La trampa (1969), esta última reeditada por Editorial Destino. Aunque comparte algunos personajes, se trata de una novela autónoma que nos descubre, de nuevo, el universo narrativo de Matute. Por medio de un lenguaje en estado permanente de incandescencia, esta trilogía nos lleva por una trama que se articula en torno a los monólogos, desasosegados y vibrantes, de los diversos protagonistas. Todos ellos se debaten entre los intereses familiares y la afirmación de la propia personalidad, entre el amor y el temor a la soledad, entre el deseo de venganza y la aceptación de la realidad. Así, atrapa los secretos empecinadamente ocultos y los momentos que iluminan la existencia, se descubre benéfica la reconstrucción de la memoria. Su obra Olvidado rey Gudú (Espasa Calpe, 1997) supone una forma radicalmente nueva de entender la literatura. Sus estructuras narrativas son una consecuencia directa de la realidad cotidiana; reventando los códigos estéticos de sus contemporáneos, su prosa tentacular mimetiza los sistemas del paradigma cultural en que vivimos: el vértigo de las comunicaciones, el exceso de información, los iconos de la cultura pop. Dice Matute: “Es curioso: tengo ochenta y cinco años y muchos proyectos, pero de repente te das cuenta de que ya no tienes demasiado tiempo para hacerlos.” Acaba de recibir el Premio Cervantes de Literatura.

–En la mayoría de tus libros hay una enorme proyección narrativa de recuperar la memoria, y desde luego la infancia. Es un diálogo muy recurrente que produce en el lector diversas lecturas. ¿Qué es para ti la infancia?

–Creo que la infancia es fundamental en mi vida. Aunque muchas personas no se dan cuenta de eso, la infancia nos marca para siempre, queramos o no. Hay quienes no se quieren acordar de su infancia, hay otros que realmente no se acuerdan. Yo me he quedado en la infancia. Engordé, envejecí y se me cubrió el cabello de blanco, pero aún vivo en un período infantil interminable.

–En fechas recientes descubrí otra de tus grandes pasiones: la pintura. Y según me han dicho tienes algunos dibujos. ¿Has dialogado en algún texto con la pintura y la narrativa?

–Empecé a dibujar de muy pequeña y, según dicen, lo que dibujaba tenía cierto interés “estético”. Una vez superada mi timidez inicial, en el colegio hacía caricaturas de mis profesoras en la pizarra para que se rieran las niñas, pero luego dejó de interesarme. Me han atraído siempre más el dibujo, la pintura y el retrato. Me gusta todo lo relacionado con el arte, cualquier cosa que pudiera expresar de alguna manera todo lo que sentía. La pasión por el dibujo y la pintura es algo que sigo llevando dentro. Tengo un libro que se llama Los hijos muertos, con un dibujo mío en la portada. Y la primera vez en mi vida que gané algún dinero con mi trabajo fue con mis dibujos.

–Un aspecto que marcó a toda tu generación fue la Guerra civil. ¿Qué recuerdas de ella?

–El mundo cambió para nosotros de una manera brutal. Todo el mundo encerrado en el paréntesis que va desde la infancia a la adolescencia se había consumido en tres años de asombro y de descubrimiento demasiado brusco. Pasamos de estar siempre controlados a vivir en completa libertad, vagando por las calles en busca de colas para recoger algo. En aquellos terribles años, crecí monstruosamente al encontrarme sumergida en un mundo crudo que estábamos descubriendo.

–Creo que en muchos pintores, dramaturgos, escritores y desde luego, en tu vida, quedó marcada por la muerte, la crueldad. ¿Has aprendido algo de ello?

–Desde luego. Conocimos la vida, el odio y también algo tan importante como la amistad y el amor. A veces, encontrar un verdadero amigo puede ser tan difícil como encontrar al amor de tu vida, o en otro sentido, escribir la novela de tu vida. Y digo lo de la amistad, porque junto al egoísmo y las traiciones, también brilla por sí misma la amistad.

–Tu novela Los hijos muertos es reflejo del desastre social y cultural que viviste…

–Es una de las novelas de la que estoy más satisfecha como escritora, pero que creo que poca gente la ha leído a excepción de algunas personas cercanas. Trata de la Guerra civil y es un documento de primera mano.  Hablé con mucha gente cuando la estaba escribiendo, aparte de que me acordaba perfectamente de muchas cosas. Creo que es un libro que registra un momento histórico, crucial para la vida española contemporánea.

–Pero creo que mucho de ese rencor es maravilloso, pues has dejado un testimonio claro de una época. Además, eres una autora querida en Europa y algunos de tus libros como Olvidado rey Gudú, es referencia obligada en las letras españolas, ¿lo crees?

–Dijeron de ese libro que era una novela de hadas…, cosas de la Matute. Algunos que no han leído el libro lo compararon con Tolkien y está más en la línea del rey Arturo. Es un libro mágico, pero no de hadas. En general, lo dejaron muy bien, pero pensé que algunos críticos no lo habían leído y que si lo habían leído, peor, porque no se enteraron. Creo que este es otro de los libros de mi vida. Lo tenía medio acabado hace veinticinco años, pero no era el momento y lo dejé. No me equivoqué entonces ni al publicarlo.