Opinión
Ver día anteriorMartes 19 de abril de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La espiral de la negación
E

l granizo primaveral del sábado anuncia cómo será el verano… La falta de reforma al Estado anuncia cómo serán las elecciones de 2012 y su resultado. Si yo gano, se gana todo y el país se salva. Si pierdo, se pierde todo, es el mensaje de fondo que transmiten las precampañas presidenciales, configurando en sus resultados no un país democrático, sino propiedad del ganador.

Ésa es la vieja cultura priísta que perduró durante décadas y que legitimaba al partidazo de las mayorías, al que ganaba sólo porque había una fecha electoral. Hoy, la clase política o quienes se disputan el país a insultos y descalificaciones heredaron esta visión profundamente antidemocrática.

No se pueden pedir peras al olmo y el problema de fondo es la falta de una reforma profunda al sistema político, al de partidos y la forma de integrar los poderes de la República. PAN y PRD, a pesar de su fuerza legislativa en 2006 (juntos reunieron 70 por ciento), fueron incapaces de impulsar la reforma que acabara el viejo sistema de partido que se llevaba todo y gobernaba con fuerza, pero sin consenso. ¿Cómo puede surgir un gobierno con consenso si en las campañas se vota no por una propuesta, sino contra otro?

La lógica del poder que se ofrece conlleva al sentido del voto surgido de la negación del otro, sin sustentar la alternativa propia. Eso marca y da esencia a lo que será el resultado: un poder disminuido, atrapado entre fuerzas que buscarán, como un objetivo natural, derribarlo. Así han sido los pasados cuatro años y así pinta para los que seguirán a 2012.

Así como existe una espiral de violencia indetenible entre la fuerza pública y la delincuencia, también hay una entre las fuerzas políticas legales que se disputan el poder por el poder, reproduciendo la espiral de negaciones entre unos y otros.

¿Ése era el proyecto democrático de la izquierda mexicana? Indudablemente que la propuesta mediante una revolución democrática, pacífica, dentro del ámbito constitucional, era dar por terminadas las bases corporativas, centralistas, autoritarias, represivas y corrompidas del viejo régimen priísta. Ese fue el clamor de 1988 y su fuerza sustentada en el cambio.

La imposición salinista no sólo fue la usurpación del poder, sino la idea del cambio democrático por uno al que llamó modernización, desde el cual sentó las bases para el desarrollo de la política neoliberal en México mediante las privatizaciones y la inserción a la globalización sin consenso y que no favoreció el desarrollo económico.

Durante el salinismo no hubo reforma política y por ello el sexenio se centró en la reforma económica. Carlos Salinas impuso esas bases desde el poder presidencialista y muchos lo ayudaron en esa tarea, sobre todo en 1991, contra la nueva fuerza de la revolución democrática, representada por el PRD.

Ni Ernesto Zedillo ni Vicente Fox y tampoco Felipe Calderón hicieron, en 16 años, cambios en la estructura del Estado. Las reformas políticas tuvieron como finalidad la recomposición de los partidos, no el brindar derechos a los ciudadanos. De esas minirreformas electorales surgió el actual sistema de partidos y el espectáculo de personajes cruzando de un partido a otro, de alianzas por el poder, de arreglos inconfesables; a eso, métale una guerra que lleva 40 mil muertos y decenas de fosas comunes que supera casi las existentes durante la dictadura argentina o la guerra en El Salvador, por no decir Colombia.

Cuando se ofrece el poder total, como en los viejos tiempos del presidencialismo priísta, y se hace campaña, no para construir, sino para destruir a los futuros opositores, se propone una falacia, una mentira, pues un país sin reforma y con ese esquema es ingobernable desde cualquier posición.

A la vieja oligarquía solamente una fuerza con gran capacidad de reforma podría acotarle sus poderes discrecionales y de facto. Por los antecedentes del pacto con las televisoras, desde el PAN, el PRI y el lopezobradorismo, lo primero que hacen en su debilidad política es pactar con ellos, como han pactado antes los programas de nación que hoy les ofrecen como alternativa.

Ése no fue nunca el proyecto democrático de la izquierda: sustituir el viejo sistema priísta por una caricatura del PRI. Por eso, hasta hoy, la izquierda no tiene candidato, pues sólo una fuerza nueva, distinta, democrática, ciudadana, con poder e independencia para cuestionar y con propuesta, podría romper la espiral de la negación de los partidos políticos actuales, incapaces de reformar al país y gobernarlo. Así como son las precampañas, así será el país después de 2012. La estructura de insultos no construirá un gobierno fuerte con capacidad de hacer reformas.

La izquierda nunca propuso ser el nuevo PRI o el nuevo interlocutor de la oligarquía a la que se reparten concesiones. La izquierda propuso gobernar con la sociedad sin corporativismo ni clientelismo y un nuevo sistema democrático. Proponiendo, no destruyendo, se puede romper la espiral del país que hoy tenemos.