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Manuel Stephens
El clásico navideño
“Desde aquel momento fue María la novia de Drosselmeier. Al cabo de un año dicen que fue a buscarla en coche de oro tirado por caballos plateados. En la boda bailaron veintiún mil personajes adornados con perlas y diamantes. Y María, desde aquel momento, se convirtió en Reina de un país en el que sólo se ven, si se tienen ojos, alegres bosques de Navidad, transparentes palacios de mazapán…, en una palabra: toda clase de cosas maravillosas.
Y este fue el cuento de ‘El Cascanueces y el Rey de los Ratones.’”
No hay ningún ballet clásico que haya logrado un estatus arquetípico relacionado con una época del año como El cascanueces. Está basado en el relato “El Cascanueces y el Rey de los Ratones”, de E.T.A.. Hoffmann (1776-1822), a partir del cual Alexandre Dumas, padre (1802-1870), escribió “Historia de un cascanueces” –versión que no presenta diferencias de consideración con el original. El ballet está en el repertorio de todas las compañías de renombre del mundo y se escenifica puntualmente cada temporada navideña.
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En la actualidad muchos cuentos fantásticos y de hadas del siglo XIX, que en su mayoría provienen de las tradiciones orales, se consideran “para niños”; pero al momento de su producción esto no fue así. Estas historias, por ejemplo, eran contadas para disfrute de los aristócratas en la corte de Luis XIV y posteriormente para las clases media y alta. Es hasta mitad del siglo, cuando los adultos se “aburrieron” de éstos, que fueron destinados a un público infantil y recopilados en colecciones como Cuentos de mamá la Oca, de Charles Perrault, Cuentos para la infancia y el hogar, de los hermanos Grimm, y los Cuentos, de Hans Christian Andersen. Lo anterior implicó atemperar e incluso censurar los elementos que para la moral de la época no eran adecuados para infantes.
La misma situación, aunque no específicamente pensando en los niños, se dio cuando se intentó montar el ballet. El cuento de Hoffmann narra la historia de la relación entre Marie (Clara en otras versiones) y su padrino Drosselmeier, quien le regala un cascanueces en navidad y la conducirá a un mundo mágico. Drosselmeier irá adquiriendo diversos avatares en personajes que aparecen a lo largo de la historia, hasta corporizarse simbólicamente en el príncipe Cascanueces, con lo que el cuento adquiere claras connotaciones eróticas (tres años antes de la publicación del cuento, el escritor abandonó la ciudad de Bamberg por el rompimiento amoroso con una jovencita de dieciséis años). Además incluye la terrible historia paralela sobre la princesa Pirlipat y su desfiguración por la reina Rata, de la que el sobrino de Drosselmeier tiene que liberarla rompiendo la nuez Krakatuk. Un accidente al deshacer el hechizo convierte al joven en Cascanueces. Este episodio ha sido eliminado de prácticamente todas las versiones del ballet.
Marius Petipa fue comisionado para montar la obra pero estaba inconforme con el libreto. Tras abandonar el proyecto inicial y en un segundo intento, el coreógrafo introdujo al Hada del Azúcar y al Reino de los Dulces, para crear un ámbito para la ejecución virtuosa de los bailarines a través de divertissements (piezas que no contribuyen al desarrollo dramático pero que dotan de brillantez a la obra) y relegó a Marie y Drosselmeier a un segundo plano. A su vez, esto no satisfizo a Tchaikovsky, quien pensó que los cambios debilitaban la historia. El compositor escribió la música a regañadientes simultáneamente a una ópera, pero fue cambiando su perspectiva: “Es extraño que cuando estaba componiendo el ballet no dejaba de pensar que no era lo suficientemente bueno, pero que me reivindicaría con el Teatro Imperial con lo que haría con la ópera. Pero ahora parece que el ballet es bueno y la ópera no tanto.”
Debido a cuestiones de salud, Petipa delegó la coreografía a su discípulo Lev Ivanov, quien le imprimió un tono más romántico a la obra, en contraste con los parámetros de la nueva época clásica que detentaba el primero.

Fotos: Guillermo Galindo |
La premier de El Cascanueces se llevó a cabo en diciembre de 1892 sin éxito de crítica, pero con el tiempo se ha convertido en uno de los ballets más bailados y esperados a lo largo del año. A partir de la versión estrenada por el New York City Ballet 1954 de George Balanchine –el principal modelo–, ha sido montado por numerosos coreógrafos, conservando los elementos centrales del libreto.
Aunque sin los elementos góticos y sexuales del cuento de Hoffmann, el ballet ha adquirido sin duda una personalidad propia.
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