Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 26 de diciembre de 2010 Num: 825

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Nadie
JORGE VALDÉS DÍAZ-VÉLEZ

Monólogos compartidos
FRANCISCO TORRES CÓRDOVA

La Nochebuena de los pescadores
JOOP WAASDORP

Crímenes de cacao
JORGE VARGAS BOHÓRQUEZ

Crumb y Bukowsky: el underground y la fama
RICARDO GUZMÁN WOLFFER

Dos poemas
CHARLES BUKOWSKY

El PAN: celebrar ¿qué?
MARCO ANTONIO CAMPOS

Leer

Columnas:
Galerķa
RODOLFO ALONSO

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

La Otra Escena
MIGUEL ÁNGEL QUEMAIN

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Escena del documental AVC, Alfaro Vive Carajo del sueño al caos

Crímenes de cacao

Jorge Vargas Bohórquez

Cuando conocí a los Isaías, tuve el primer desencanto pleno entre historia y verdad: el mito del Leviatán legalista que devoraba libertades públicas se emparentaba más con los cuentos de la teocracia medieval, con los deliciosos libros de cocina política de Anthony Giddens y con los ñoños modelos de democracia de David Held. En cambio, el Kraken histórico de nuestras sociedades arrinconadas se asoma por balcones con los bustos calcificados de sus gobiernos, hace brillar su anzuelo como pez abisal, muestra su carne y hueso al final de conversaciones entre abuelitas y fracasados. Es unas veces un enemigo de apellido protegido, otras ocasiones colegas que se juran edenes en los baños de hermandades privadas y que ahora celebraban poder, herederos de estrategias cuyo plan tomaron de películas entretenidas aunque de imperios sin historia.

León Febres-Cordero, presidente de chocolate de Ecuador, de 1984 a 1988, quien creía que el país era la extensión pantanosa del establo donde probar sus miedos pura sangre, contrató a un mercenario israelita para que dirigiera el rescate de Nahim Isaías Barquet, banquero secuestrado en 1985 por unos guerrilleros de Alfaro Vive Carajo y del M-19. En un país como Ecuador, de montubios, serranos y criollos que se creen sensuales liberadores y sólidos condiscípulos de su salvaje y mutua condescendencia, debían rescatarlo vivo. Al menos eso decían en las calles. Para la anécdota del zaguán quedó cuando el secuestrado se asomó a la ventana del piso donde lo tenían en Guayaquil, diciendo: “No disparen, estoy bien, me están tratando bien.”

El tigre estaba débil; los cachorros, pensativos.

Pegaba el sol de lona y zinc del 2 de septiembre de 1985. El escuadrón de los once policías y el judío mata-cholos arrasaron con todos, con el tío Isaías y los desterrados del paraíso. Dispararon hasta contra los retratos. Un soufflé de balas con miradas finales de lealtad en romance guerrillero.


En febrero de 1991 Alfaro Vive Carajo entregó las armas en Quito, con el compromiso de Rodrigo Borja de reinsertarlos a la sociedad

Las convicciones entre familias acaudaladas de Ecuador son pasajes movedizos, medianoches de bochorno con primogénitos insomnes que elucubran sospechas remojadas en cacao caliente. Allí templan juramentos que consagran en alcobas donde cuelgan las cabezas reducidas de sirvientes y enemigos, para que sus mujeres no olviden la virilidad que las rodea. Sus retoños aprenden pronto devociones que se fijan a plazos y alcanzan su desahucio a la caída del Rey, y arman con pompas de jabones castillos enmohecidos que abandonan cuando ya nadie se les opone y, claro, en medio de la pobreza atmosférica que se llevan hechas fantasía en colores vivos pero pesados.

El destino del acaudalado Roberto Isaías, el alfa de la camada heredera del tío fallecido, Nahim Isaías, y el de cualquier ecuatoriano, está cruzado por geografía; el vínculo se va acotando más hasta que un día lo descubres entrando a tu sofocante oficina. Un familiar mío no tan lejano, cuyo nombre será secreto, era uno de los líderes máximos del grupo guerrillero Alfaro Vive Carajo. El mismo grupo del secuestro exterminado en aquella incursión ecuatoriano-israelita de 1985. Siempre me había preguntado cómo se tomaría Robertito Isaías saber que el editor de su revista (éste, el de la voz), era pariente de aquel que estuvo en el secuestro y la muerte de su tío. Pensaba que me dispararían inmediatamente, estallando los cristales de mi oficina, mientras yo los miraría con una estúpida y final resignación. Pero con eso de que gracias a la muerte del tío heredaron la banca, los medios de comunicación y luego fueron los astros patrimonialistas del país, me entraba la duda.

Al parecer lo que yo tenía era una especie de culpa por simpatía ideológica; a esa conclusión llegué una tarde de enero de 1992 en Guayaquil, mientras corregía un texto de futbol para el ala juvenil de la revista (porque ellos tenían canales, revistas, bancos y cafeteras), cuando entraron tres energúmenos y tomaron posesión de la puerta de mi oficina, la del director, don Marcelo, y la del pasillo principal. Era él, Robertito Isaías y sus dos negros “te saco la madre”. Al final resultó que sólo entraron a despedir a don Matías, un buen hombre, amigo, quien iba a morir más de los infartos que le daban que de una bala cabreada.


La policía acorraló la casa en La Chala, suroeste de Guayaquil, donde Alfaro Vive y el M-19 tenían secuestrado a Nahim Isaías

Ocho años después, mientras vivía en México, decidí visitar Guayaquil. Ese enero de 2000 Ecuador era el mejor western andino: banqueros que pasaban bíblicamente por el ojo de la aguja, comunistas autoexiliados en Veracruz o Manaos, migrantes mercachifles, iletrados, bondadosos, rufianes, parceros que se iban a España a dejar de mentir, poetas oportunos y con clase que cambiaron ideología por el nuevo telos de la modernidad: calidad de vida; jóvenes que, si les cerraban el Youtube, sabían que les quedaban cientos de religiones para escoger algún nuevo peinado; sicarios conservadores y un pueblo de moral cubista, orgulloso de derrocar gobiernos que se merecieron un día sí, un día no; una sociedad hecha jirones y bien satisfecha del poder que le daba sentirse caracolitos sujetos a las leyes de la naturaleza política y de haber sobrevivido.

A pesar del Apocalipsis inmerecido de ese entonces, hay medios de comunicación de patrias distantes que pregonan, como carboneros sin vergüenza, que el presidente Correa coarta la libertad de expresión por haberles quitado hace poco los canales de televisión y las emisoras radiales a los Isaías. Fantástico, después de que estos narizones mataron a los suyos y a los otros, extorsionaron, se gastaron en yates, acciones en telecomunicaciones y casinos de Estados Unidos, pasarelas de putas y maricas para funcionarios de alto pelo, todo el dinero que se les prestó para salvar a su banca de la crisis y que nunca devolvieron al Estadito ecuatoriano. Por de pronto, no es aventurado confesar que para los que estuvimos allí la infamia no se dimensiona legalmente: es impronta, cien años más de pobreza, violencia prometida como correlato definitivo de esos días.