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 Hugo Gutiérrez Vega   LA POESÍA  GRIEGA CONTEMPORÁNEA (V  DE X) Veamos “La joven Laura”, de Engonópoulos: “Los tesoros enormes/–sobre los que tantas leyendas  se dicen–/de la pobre/ afligida/ joven/ son/  sus labios/ únicos/ sus dulces labios únicos// cuánto me faltan y me  llenan de nostalgia/ –y los celebro–/ cuando  estoy lejos/ errando/ en estos viajes  increíbles/ sin gracia/ que de vez en  cuando/ emprendo// y sin embargo/ cuánto se alegran/ –y los celebro–  /cuando estoy/ a su lado// es la vida// sale y recorre callejuelas/ y barrios/  y con sollozos/ me busca/ y me llama/ ven/ no te pongas así/ somos griegos/ tú  eres/ –¡qué maravilla!–/ una joven/ griega// cuando duermo/ las flores de tus  axilas/ vienen/ y me acarician/ todo el cuerpo/ y cuando pinto/ entonces/  vienen tus ojos/ bellos/ al extremo de mi pincel/ y se pasean/ en toda la  superficie/ de la tela// sabe/ que te he hecho inmortal.” Aquí, juntos el poeta y el pintor, reviven los colores del Mediterráneo en  los rasgos de una mujer joven rodeada por el paisaje del mar, las islas y el  sol constante del Dodecaneso. Engonópoulos, en su poesía amorosa, utiliza todos los  emblemas de la realidad histórica griega, desde los clásicos, pasando por los  bizantinos, hasta llegar a los del mundo moderno, en el que estas presencias se  agitan detrás de cualquier poema, de cualquier canción. “Clelia o quizá idilio de la laguna”: “Tienes los ojos del hombre/ y la vida/ de los niños/ tu fina cintura/ ciñe el todo/  de mis sueños:/ me das la alegría de las águilas// no te arrepientes  –¿no es así?–/ no te arrepientes/ de que nos fuéramos/ de que nos refugiáramos  en la paz azul y verde/ de la laguna// mira –mientras aún es tiempo–/ en la  plaza que se aleja sin cesar/ cómo se pasea/ toda esa chusma con el frac sucio  de mierda/ –los irreverentes en círculo pasean–/ no te arrepientes –digo–/ no perdemos –no pierdes– nada en absoluto/ con  irnos lejos// te amo y arrastro mi larga cabellera roja/ a tus pies  blancos y delgados/ me inspiran los pezones de tus pechos/ y erguido/ con mano firme/ conduzco el navío/  hacia las islas/ donde vuelan/ a montones/ los huesos y cráneos de los muertos/  en la arena rubia/ del litoral/ nos espera un magnífico lecho:/ lo enmarcan/  cañaverales/ y espadañas// (y en realidad/ ahí fuimos el uno para el otro fuente/  de bellos flujos/ sólo que yo/ fui además/ para ella/ simultáneamente/  adorador/ y castigo). // No llores  –no llores querida–/ los días que pasaron/ –debes saberlo–/ fueron regalo de  los dioses// la tierra calla/ y antes  de que se apague el sol que tanto amamos/ –y que no saldrá más para nosotros–/  habré de tomarte/–para que avancemos–/de tu mano pequeña y delicada.// ves  aquella tumba/ ahí/ abriremos la puerta/ y entraremos:/ ahí habré de abrazarte/  y así abrazados para siempre/ nos perderemos/ en los cristales policromos/ del  Juicio Final.” Cuenta Kazantzakis en su Odisea, que los tres  padrinos que acudieron a bendecir la cuna del infante Odiseo, fueron Prometeo,  Tántalo y Hércules. Los tres desearon que el niño tuviera un corazón  insaciablemente humanitario y una mente capaz de llevar a buen término los  trece terribles trabajos. Pienso que los mismos padrinos visitaron la cuna de  Odysseas Elytis en 1911. En ese año nació el poeta esencial de la Grecia  moderna y uno de los mayores poetas líricos del siglo XX. Rebasa los límites  de estos asombros el estudio de la obra de Elytis. Por eso quiero limitarme a  uno de sus trabajos y, además, comunicarles que su último libro muestra un  carácter sorprendentemente juvenil y un talante amoroso de intensidad notable.  (Elytis murió en 1996). Sus libros anteriores: Orientaciones; Sol, el primero; Canto heroico y fúnebre para el alférez caído en Albania; Dignum est y muchos más, muestran su apego al  credo surrealista, entendido a su peculiar manera, y su constante preocupación  por tomarle el pulso a su tierra y a su tiempo histórico. La gravedad lírica de  este coloso se ve atemperada por su sentido de la gracia, por su manejo  prodigiosamente infantil de las palabras y por su deslumbrada admiración ante  lo humano. Víctor Ivanovici tradujo al español el pequeño libro que quiero comentar  con ustedes: Diario de un abril  nunca visto o Diario de un abril  invisible. Ante todo, debemos recordar la importancia floral y solar del abril  griego: Aprili mu, aprili mu  xanté (“Abril mío, mi rubio abril”), dice la canción. El diario de Elytis se instala  en la intemporalidad y canta a lo que aspiró  sin haberlo logrado jamás: “Domingo, 5 b” con el epígrafe: El fin de Alejandro: “Dobló las cuatro  estaciones y quedó como árbol al que se le acabara el viento.// Luego se sentó  tranquilo y puso el acantilado junto a él.// Al otro lado extendió  cuidadosamente un pedazo de mar, todo de ráfagas azules.// Horas pasaron hasta  que, en cierto momento, /los ojos de las mujeres parpadearon./ Entonces entró  la Dueña y él entregó el alma.” (Continuará)
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