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Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
De premios y desengaños
LUIS RAFAEL SÁNCHEZ
Poema
FRANCISCO TORRES CÓRDOVA
En la ficción no existe
el no
RICARDO YÁÑEZ entrevista con JULIETA EGURROLA
Época
JAVIER SICILIA
Guido Picelli, comandante antifascista
MATTEO DEAN
La trilogía Millennium: el límite de la inquina
JORGE GUDIÑO
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Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS
Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA
Bemol Sostenido
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El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ
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Garbanzos ( I DE II )
GLOSARIO MÍNIMO
Garbanzo: planta herbácea de la familia de las papilonáceas// fruto y semilla de esta planta// fam. Tumor o bulto superficial// garbanzo negro (fig.) persona que entre las de su grupo no goza de consideración por moralidad o carácter.
Parecer garbanzo en olla: expresión popular con la que quiere indicarse la desproporción entre contenido y continente, donde el primero escasea o es muy pequeño y el segundo abunda o es demasiado grande.
Garbanzo de a libra: a partir del peso extraordinariamente leve de un garbanzo, expresión popular con la que quiere indicarse la calidad excepcional de algo o alguien.
“Brujas”: garbanzos rebosados con una delgada capa de pólvora que, al ser arrojados con la suficiente fuerza, producen chispas de intensidad más bien somera.
AIRES DE DESAIRE
La quincuagésima segunda entrega del Premio Ariel que cada año concede la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas (AMACC) tuvo verificativo en la memorable, insustituible y recién remodelada Sala Nezahualcóyotl del Centro Cultural Universitario de la Universidad Nacional Autónoma de México. Con ello, la entrega de los Arieles abandonó, a saber si para siempre, el Palacio de Bellas Artes (PBA) que hasta el año pasado fungió como el espacio tradicional para la realización de este evento.
Considerando la insuficiencia que el PBA había demostrado padecer para albergar a nominados, invitados, representantes de los medios, etcétera, sin duda el cambio de sede es positivo; empero, si los Arieles han de quedarse en la Neza, como suele llamársele desde el afecto al histórico recinto, lo que más debe acuciar a la AMACC es que, para la próxima, los asistentes a la premiación no nos sintamos como auténticos garbanzos en olla, ya que no sólo a ojo de buen cubero, sino también a ojo del más malo, era evidente que la sala tuvo ocupado, en el mejor de los casos, arribita de la mitad de su patio de butacas.
Haya sido por simples cálculos erróneos –de aforo, de directorio, de fecha y horario y hasta de tráfico vehicular–, o quizá por un innecesario y chocante ejercicio viaipí –que, verbigracia, dejó fuera a gente tan indudablemente parte de la comunidad cinematográfica como el querido Roberto Sosa–, aquello no dejó de tener, perdonando la cacofonía, un aire de desolación o desaire que sería cien por ciento baladí si no fuera, al menos, por dos razones dos: la primera, que al Ariel le urge hacer todo cuanto haga falta para ser un premio como se supone deben ser los cinematográficos: deseado e incluso codiciado por quienes pueden recibirlo; esperado, buscado y atendido por el público y, sobre todo, útil no solamente para adornar vitrinas, sino para que quien lo gane obtenga, aparte del trofeo y el aplauso de una noche, la posibilidad ulterior de llevar a cabo su trabajo con algo más de facilidades. Que el premio vista, pues.
La segunda razón por la cual el tema no es baladí va de la mano con la primera: tal como están las cosas, el Ariel sería una especie de garbanzo negro en cuanto a premios cinematográficos, digamos comparado con el infladísimo Oscar, y tal disparidad no es sino la reproducción de lo que le sucede, semana tras semana, al cine mexicano respecto del estadunidense: Todomundo habla de, sabe cuándo se entrega, y aguarda expectante la entrega del Oscar, entre otras cosas porque ha visto o al menos ha escuchado hablar de las decenas de nominados. En cambio, el Ariel se entrega casi nadie sabe cuándo, únicamente los involucrados en el medio cinematográfico nacional hablan –hablamos– de él, y el público en general, cinéfilo o no, si llega a enterarse siempre es a toro pasado, poco y mal, amén de que resulta mucho muy difícil que se congratule de este Ariel o se incordie con este otro, dado que, en el mejor de los casos, pue de que haya visto o sabido algo, pero suele suceder que, sencillamente, lo desconoce todo acerca de las películas premiadas porque éstas –deplorable y mexicana tradición obliga– permanecieron una triste semanita en cartelera, con unos cuantos garbanzos en olla aletargándose frente a la pantalla, o de plano ni siquiera fue exhibida a nivel comercial masivo.
Por todo lo anterior fue importante el recordatorio, a cargo de María Novaro, de cuánto urge modificar el tlc con Estados Unidos para que el cine mexicano deje de ser considerado una simple mercancía, así como el exhorto de Paul Leduc –y el de Pedro Armendáriz– a que hagamos algo al respecto, incluida una nueva ley de cine.
De los garbanzos de a libra y de los otros se hablará aquí en la próxima entrega.
(Continuará) |