Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 18 de abril de 2010 Num: 789

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

De premios y desengaños
LUIS RAFAEL SÁNCHEZ

Poema
FRANCISCO TORRES CÓRDOVA

En la ficción no existe
el no

RICARDO YÁÑEZ entrevista con JULIETA EGURROLA

Época
JAVIER SICILIA

Guido Picelli, comandante antifascista
MATTEO DEAN

La trilogía Millennium: el límite de la inquina
JORGE GUDIÑO

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Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

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JORGE MOCH


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Hugo Gutiérrez Vega

HOMENAJE A PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA (III Y ÚLTIMA)

Sabía que una cultura débil y desorganizada corre el peligro de ser totalmente devorada por las culturas de los países hegemónicos. Por esta razón dedicó sus mejores esfuerzos al estudio de temas particulares: El supuesto andalucismo de América, La versificación irregular en la poesía castellana y Para la historia de los indígenas. Al mismo tiempo cultivó su afición por la cultura griega y estudió las literaturas de muchos países. Conviene recordar su amor por los poetas “lakistas”, especialmente Coleridge y Wordsworth, su gran conocimiento de la Commedia, de Dante, y su entusiasmo por Emerson, Whitman y Poe. Ninguna cultura puede ser considerada ajena. Todas son patrimonio de la humanidad entera y todas deben ser fuertes y bien consolidadas para asegurar esa diversidad que caracteriza a la naturaleza humana.

El mestizaje ha sido el signo de nuestra realidad cultural. Las civilizaciones precolombinas, a pesar de las devastaciones de la conquista, mantuvieron muchas de sus pautas de conducta, y la cultura europea adquirió en América formas distintas a las que tenía en la metrópoli. Dice Henríquez Ureña: “El simple trasplante obligaba a los europeos a modificarla inconscientemente para adaptarla a nuevos suelos y a nuevas condiciones de vida, exactamente como ocurrió en las colonias inglesas que dieron origen a los Estados Unidos.” Culturas mestizas las nuestras. En ellas se funden las misteriosas cosmovisiones, las costumbres y las formas literarias nahuas, mayas, aztecas, incas, chibchas y guaraníes, con las ideas y los procedimientos traídos de España y Portugal, países que, a su vez, eran el producto de un rico mestizaje de elementos ibéricos cántabros, celtas, romanos, griegos, fenicios, árabes, visigóticos y hebreos.

Tal vez en las artes plásticas y, sobre todo, en la arquitectura barroca, se encuentra expresada con mayor elocuencia esta compleja síntesis, pues el trabajo y la creación de los albañiles indígenas unido a las concepciones artísticas de los arquitectos y alarifes europeos, produjo algo totalmente nuevo, que emergía de dos cosmovisiones y de dos conceptos artísticos milagrosamente unidos y hechos complementarios, por obra y gracia del acontecer histórico y de la maravillosa idea de mezclarse haciendo caso omiso, para fortuna nuestra, de las posiciones racistas y de las pretensiones de un control ideológico de tipo absolutista. Por esta razón, Henríquez Ureña destaca algunas construcciones americanas que combinan el barroco europeo con el arte mudéjar y las caprichosas formas surgidas del pasado indígena, y lo hace para asegurar la validez de su tesis sobre la vocación universal de Iberoamérica, vocación que sólo puede cumplirse mediante el fortalecimiento de nuestra idiosincrasia y el reconocimiento de los aspectos valiosos de nuestra diversidad.

Henríquez Ureña abominada de los tonos enfáticos, del ditirambo y de la acumulación de palabras que, tramposamente, se reúnen para lograr el propósito de no decir nada. Evitemos en este homenaje caer en los vicios que tanto detestaba nuestro escritor y maestro. Recordemos el alto valor musical del silencio y el inmenso padecimiento del lenguaje provocado por la sangría de palabras asesinadas por el lugar común y por la verborrea que oculta la vacuidad del pensamiento y la incapacidad para la síntesis. Estas fueron sus mejores enseñanzas, este fue su magisterio generoso y constante. Para rendir homenaje a estas virtudes, pensamos hoy en la figura de este nativo de las Antillas, de la que Alfonso Reyes llama la “isla primada de las Indias”, de este investigador y promotor cultural en tierras de Anáhuac y la Nueva España, de este ordenador de nuestra cultura en las interminables pampas de Argentina, de este americano universal que supo amar lo propio para ligarlo al patrimonio común de la humanidad. Pocos ejemplos de esta magnitud humana e intelectual podemos ofrecer los pueblos americanos. Por esta razón conviene, después de escuchar la relación de su vida y de su obra, documentar las razones de su celebración. La mejor manera de homenajear a Henríquez Ureña es estudiarlo; la mejor forma de exaltarlo es leerlo y publicarlo, para que las nuevas generaciones puedan beber en esas fuentes que descubrió en el manantial vivo de una obra fundada en el entusiasmo y en el amor. Sobre todo en el amor, pues, como dice Juan Ramón Jiménez, “quitado el amor, lo demás son palabras”.

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