Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 31 de enero de 2010 Num: 778

Portada

Presentación

Haití en el epicentro
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

“Me quedo en Haití”
BLANCHE PETRICH

Corazón atado
ARTURO OREA TEJEDA

Del amarillismo como motor de ayuda
JORGE MOCH

¡Oh infelices mortales!
ANDREAS KURZ

Sonidos de y para Haití
ALONSO ARREOLA

El infierno de este mundo
ROBERTO GARZA ITURBIDE

Haití, año cero
JEAN-RENÉ LEMOINE

Toda tierra es prisión
GARY KLANG

Cuatro poetas haitianos

Haití y la brutalidad del silencio
NAIEF YEHYA

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Jorge Moch
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Breve historia de un balazo

Hola. Llámenme simplemente bala. Parezco sencilla, pero soy en realidad bastante compleja. Anoche, me dicen, hablaron de mí y de mis hermanas en el noticiero de la tele. Por eso debo presentarme: Mi apellido es así: Izhevskii Mechanicheskii Zavod, o sea que mi abolengo es presuntamente rancio, y soy de la misma ciudad de Udmurtia donde san Mijail Kalashnikov tuvo su epifanía para que por billones asoláramos el mundo mis hermanas y yo: nací –miren ustedes el emblema de mi origen: esta flecha diminuta que mira hacia donde apunte mi ojiva, inscrita en un triángulo equilátero– en la Factoría Mecánica de Izhevsk, muy lejos de aquí, en los montes Urales. Recién nacida, apenas un capullo latonado y brillante, fui escogida por el superintendente de la Fábrica, el señor Lemov, y tomada delicadamente entre sus dedos pulgar e índice, mostrada con gran orgullo a una partida de inversionistas de origen variopinto, mientras el señor Lemov improvisaba un breve pero sustancioso discurso sobre el control de calidad. Confieso que estaba un poco ebria con tantas atenciones, tanto paseo de manos suaves, tibias y perfumadas, ataviadas con vistosos relojes y anillos de metales tan brillantes como mi carcasa, y luego, oronda, devuelta a la línea de producción, donde seguí mi camino en la factoría para ser agrupada por pelotones con mis hermanas, asignada a un estuche, el estuche a una caja y la caja a una estiba muy alta, donde descansé algunos días. Luego fui arrullada en una enorme barcaza de carga que navegó plácidamente las aguas del inmenso río Kama, cruzando el Tatarstán. Nací pues en el corazón industrial de la Federación Rusa. Soy esbelta y elegante: mido casi ocho centímetros y mi ojiva originalmente constaba de treinta y nueve milímetros completos de aleación de hojalata, acero, plomo, cobre y níquel. Soy una chica moderna. Siempre supe que sería capaz de cumplir con mi parte cuando fuera acomodada con treinta y nueve de mis hermanas dentro de un cargador en el fusil que inmortaliza el nombre de nuestro creador, san Mijail, bendito sea cuando se inspiró, curiosamente herido de bala él mismo, héroe de la Batalla de Bryansk.

La barcaza llegó a destino, según supe, en Chistopol, donde fuimos subidas a grandes contenedores que luego fueron depositados en la panza de un avión. Aterrizamos, según se comentaba entre nosotras que chismorreába mos excitadas con tintineos gozosos, en Berlín. De allí fuimos regadas por el mundo. Yo fui a parar con un armero estadunidense de San Diego, quien me vendió a un estraperlista de San Ysidro que a su vez me cedió a un contacto suyo en Tijuana. Apenas cruzar la frontera, me llevaron escondida en un camión de carga hasta un atestado barrio de Ciudad de México, y de allí terminé paseando, ya formada en un cuerno, dentro de una lujosa camioneta que patrullaba el boulevard de Veracruz. Allí vine en realidad a conocer el mundo. Sin yo saberlo, iba en manos de un halcón, que son señores que contratan otros señores –a los que les dicen narcos– para que anden por allí, echando el ojo y reportando lo que encuentran por medio de sus radios y teléfonos, y resulta que estos halcones que me llevaban tan a punto se toparon con otros señores también equipados con fornituras y armados hasta los dientes. Esos señores se llaman soldados, y un encuentro como ése se llama, en estas latitudes, topetazo. Cuando los soldados les marcaron el alto a los halcones, empezaron los tiros. Ni bien me daba cuenta de lo que pasaba cuando el estampido me vomitó a mis reglamentarios setecientos quince metros por segundo. El aire sabía a sal.

Yo, modestias aparte, hice gala de mi buena cuna. Muchas de mis primas pobres, llegadas de las armerías chinas de Norinco, fueron a dar de cabeza en un parabrisas o, peor, en una grosera fachada de cemento. Yo perforé el vientre de un tipo que nada tenía que ver en la refriega. Bebí su sangre tibia. Esos se llaman víctimas civiles y debo confesar que ese peritoneo fue el sitio más confortable de mi vida, y no se la puse fácil a los cirujanos: las balas de Izhversk somos famosas por el choque hidrostático. Causé estragos suficientes. Parece que el pobre peatón se muere de todos modos, bah.

El cirujano me puso luego en una cajita de Petri con alcohol, y aquí sigo, esperando a ver qué pasa conmigo. Alguien ha dicho al pasar que soy evidencia. Eso soy, orgullo sa evidencia. Embajadora de una de las más grandes y lucrativas industrias del mundo. Mucho gusto en conocerlos y cuídense de las imitaciones.