Portada
Presentación
Haití en el epicentro
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
“Me quedo en Haití”
BLANCHE PETRICH
Corazón atado
ARTURO OREA TEJEDA
Del amarillismo como motor de ayuda
JORGE MOCH
¡Oh infelices mortales!
ANDREAS KURZ
Sonidos de y para Haití
ALONSO ARREOLA
El infierno de este mundo
ROBERTO GARZA ITURBIDE
Haití, año cero
JEAN-RENÉ LEMOINE
Toda tierra es prisión
GARY KLANG
Cuatro poetas haitianos
Haití y la brutalidad del silencio
NAIEF YEHYA
Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES
Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA
Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA
Cinexcusas
LUIS TOVAR
La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA
A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR
Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO
Cabezalcubo
JORGE MOCH
Directorio
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Corazón atado
Arturo Orea Tejeda
En qué preciso momento se separó la vida de nosotros,/ en qué lugar,/ en qué recodo del camino? … Nada ha dolido tanto a nuestro corazón/ como colgar de nuestros labios la palabra amargura./ ¿Por qué anduvimos este trecho desprovistos de abrigo?…/ Caminar... ¿Hacia dónde?/ ¿Con qué motivo?/ Andar con el corazón atado,/…Hemos recorrido largos caminos./ Hemos sembrado nuestra angustia/ en el lugar más profundo de nuestro corazón/…¿Qué silencios nos quedan por recorrer?/ ¿Qué senderos aguardan nuestro paso?/…Ya no es necesario atar al hombre para matarlo./ Basta con apretar un botón/ y se disuelve como montaña de sal bajo la lluvia.
Jacques Viau Renaud,
Poeta haitiano |
Puerto Príncipe, 18 de enero de 2010.
Foto: Jorge Silva |
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El terremoto en Haití agravó aún más la situación de un país severamente dañado por pobreza y huracanes. Otra vez los haitianos perdieron todo.
Los sistemas de comunicación y los accesos por carretera están severamente dañados. Miembros de Médicos Sin Fronteras (MSF) de esa ciudad han resultado heridos junto con los pacientes de sus hospitales, y las estructuras médicas han sufrido importantes daños.
En Ciudad de México sabemos de esto. Algunos de nosotros asistimos entonces a los heridos; personalmente viví con muchos otros –heroicos algunos, que entraron por los escombros para amputar con sierras eléctricas los miembros atrapados y rescatarlos– la llegada de las ambulancias, el caos en urgencias y las maniobras para recuperarlos. En ese centro de alta especialidad reanimamos a muchos. Al final, salvo tres, perdimos en todos los casos con la muerte. Sólo recuerdo –siempre– a una joven médico que egresó después de muchos meses, sin un brazo, sin las piernas y no sé, sin esperanza. Otros enterraron, como en Haití, su futuro entre los escombros de la miseria.
“Haití no necesita ni pena ni lágrimas, sino mucha ayuda”, han dicho los organizadores del telemaratón de los famosos que recaudó millones de dólares, “En Haití ya éramos muy pobres... ¿Ahora qué somos?”, se preguntan muchos, y los más, “¿ahora que sigue?” Siempre será deseable la ayuda –sin precedentes– ante las catástrofe, ¿pero acaso, en ese y todos los sitios en condiciones semejantes, la ayuda antes pudo evitarla?
¿Qué hace un médico al que duele recordar? ¿Qué hace cuando pierde la fe? ¿Cuándo duda si acaso “salvar” es matar? Cuando, cobarde, oculta los ojos a quien preservó la vida por condenarle a vivir la muerte que le mordía el día a día.
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