Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 31 de enero de 2010 Num: 778

Portada

Presentación

Haití en el epicentro
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

“Me quedo en Haití”
BLANCHE PETRICH

Corazón atado
ARTURO OREA TEJEDA

Del amarillismo como motor de ayuda
JORGE MOCH

¡Oh infelices mortales!
ANDREAS KURZ

Sonidos de y para Haití
ALONSO ARREOLA

El infierno de este mundo
ROBERTO GARZA ITURBIDE

Haití, año cero
JEAN-RENÉ LEMOINE

Toda tierra es prisión
GARY KLANG

Cuatro poetas haitianos

Haití y la brutalidad del silencio
NAIEF YEHYA

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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“Me quedo en Haití”

Blanche Petrich

La voz del poeta Franketienne, pluma mayor de Haití, llegó a todos los rincones del país a través de las radioemisoras. Fue una arenga llena de amor al país de la mala suerte. Habló de las fortalezas del pueblo haitiano, de la cultura viva que no se apaga, de la esperanza en medio de lo imposible. Concluye diciendo: “Aunque se vayan todos, aunque sea el único hombre que quede en este país, yo no me voy. Me quedo en Haití.”

Lo escuchamos por Signal 90.5 FM en la radio del coche. Franketienne conmueve. La palabra de este pintor y escritor, autor de Dezafi (1970), primera novela escrita en creole en dictadura duvalierista, tiene crédito para los haitianos. Candidato al premio Nobel de Literatura hace algunos años, es el máximo orgullo para la comunidad cultural.

Hijo del popular barrio de Bel Air, que ahora yace en los suelos, nunca salió al exilio ni en los peores años. Hoy, cuando parece que todos se van a algún lado, que el tejido social se deshace, Franketienne reitera: “Yo me quedo.”

Por la ventana abierta entran los gases del escape de los camiones cargados hasta lo increíble: canastos, maletas, sacos que se amontonan en el techo y, encima de ellos, la gente. Por las ventanas salen brazos y piernas en desorden. De las puertas cuelgan racimos humanos. Estamos pasando por la estación de autobuses que van a la Artibonite, hacia el norte.

Encabeza el convoy un camión bautizado con el nombre de “Bonjour la vie” (Buen día, vida). Le siguen “Tant dwi poblem” (Tantos problemas), “Gen Bondye” (Hay un dios) y muchos otros. Emprenden el largo camino a Gonaives. Esta es apenas una escena del éxodo que promueven las autoridades que se han puesto al frente de la crisis. Las radioemisoras ayudan divulgando los horarios de las salidas, los destinos, los puntos de partida. Son miles los que huyen de la insalubridad galopante, de las noches de Puerto Príncipe, negra como boca de lobo, de los machetes de las gangs que los asaltan, arrebatándoles la última migaja que les queda.

Según cálculos de la Oficina de Naciones Unidas para los Desastres (OCHA), la capital que antes del terremoto bordeaba una población de cerca de un millón de habitantes, ha visto partir en plan de fuga a cerca de 250 mil en la última semana. La mayoría opta por irse a la segunda ciudad del país, lejos de la falla geológica de Enriquillo que hirió de mala manera a la capital, que por décadas reflejó el espejismo de una vida mejor a millones de campesinos empobrecidos.

¿Gonaives? ¿No es la ciudad arrasada por huracanes y revueltas políticas tres veces en los últimos cuatro años? Si ahí no hay nada más que hambre. Pero ahora tendrán 630 mil miserables más. El Noroeste, Grand Anse y Nipes, 30 mil más; Les Cayes 22 mil más.

Frente a las costas de Haití vigilan esta crisis de la crisis los guardacostas estadunidenses. Han advertido que no permitirán que el éxodo se lance hacia su territorio por mar.

A las puertas de las embajadas de Estados Unidos, Canadá y Francia se toman medidas extraordinarias de seguridad. En horas pico las oleadas de solicitantes de documentos para emigrar a esos países presionan, exigen. Buscan otras opciones. Pero también ellos buscan donde no hay. Estos gobiernos han endurecido sus políticas de acceso, salvo en casos muy extraordinarios. Como el de los bebés que salen a carretadas por los vuelos internacionales, con un mínimo control de sus gobiernos, en el mal entendido gesto de la solidaridad humana de desarraigar a la infancia de su país.

Una última estampa. Por las pistas del aeropuerto “Toussaint L´Ouverture” desfilan los más afortunados. Marchan cabizbajos, empujan sillas de ruedas, gente enyesada, con las cabezas vendadas, familias con pequeños bultos con todas sus pertenencias, ancianos y niños. Encontraron una rendija para huir a otras tierras. ¿Volverán?.