Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 31 de agosto de 2014 Num: 1017

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Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Una carta sobre
Menahem Begin (1948)

El asalto de lo extraño
Carlos Alfieri

El pecado de la risa
Vilma Fuentes

El Marruecos de
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El ojo más grande
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Norma Ávila Jiménez

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Enrique López Aguilar

Millennium a pesar de las traducciones

A los lectores de La Sexión.

En una reseña publicada en El País, en septiembre de 2009, Mario Vargas Llosa afirmó que “es posible que una novela sea formalmente imperfecta y, al mismo tiempo, excepcional”. Se refería a las tres extensas novelas que Stieg Larsson escribió bajo el nombre común de Millennium (título de la revista de análisis político donde colaboran Mikael Blomkvist y Erika Berger), trasunto de Expo, revista en la que Larsson ocupaba un lugar parecido al de Blomkvist en Millennium.

En las tres novelas, el punto de vista narrativo se enfoca desde una tercera persona omnisciente con una voz que no se corresponde con la de ninguno de los personajes. Esto quiere decir que los cambios de escenario, los escamoteos narrativos, los silencios y la aparición de evidencias son parte de una cuidadosa dosificación que el autor propicia para construir un suspenso que atrapa de inmediato al lector. Desde la perspectiva del relato (tal como lo propusiera E. M. Forster en Aspectos de la novela), Larsson apela a la parte más neanderthal de sus lectores, quienes se dejan apapachar como gatos ronroneantes y a cada paso van preguntando: ¿qué más?, ¿qué sigue?, ¿ahora qué va a pasar?; lo cual no ocurre en detrimento de la trama, puesto que el autor hila finamente un complejo tejido que transcurre en más de dos mil páginas.

De pensar en algunas de las fallas señaladas por Vargas Llosa, una de las más llamativas afecta al nivel de la verosimilitud narrativa. Me refiero a la secuencia final de La chica que soñaba con un cerillo y un galón de gasolina, segunda parte de la trilogía: Lisbeth Salander ha recibido tres heridas causadas por una pistola calibre .22, disparada por Zalachenko; después, Ronald Niedermann y Zalachenko entierran viva a la protagonista en una apresurada tumba; finalmente, Salander se autoexhuma y emerge de la tierra. La proeza de la protagonista resulta difícil de creer, incluso para el más generoso de los lectores de Larsson; sin embargo, la lectura prosigue y la inverosimilitud queda atrás de manera parecida a como el narrador de Don Quijote indica la pérdida del rucio de Sancho Panza en I:25 y, sin que se haya mencionado la manera como fue recuperada, la montura de Sancho reaparece en I:44. Algunos comentaristas del Quijote, como Maurice Mohlo en “¿Olvidos, incoherencias?, o ¿descuidos calculados? (Para una lectura literal de Don Quijote)”, consideran que “todas esas incoherencias y descuidos son deliberados, y forman parte de la literalidad textual”. Es posible que pueda aplicarse la misma explicación al episodio comentado de La chica que soñaba… aunque, como dije antes, la autoexhumación de Salander no parece un descuido sino la incursión deliberada en un acto de inverosimilitud narrativa.


Stieg Larsson

Me parece que otra imperfección formal ocurre en el “Epílogo” de la tercera parte, La reina en el palacio de las corrientes de aire, último capítulo donde reaparece el gigante rubio, personaje de mucha importancia en la segunda parte y totalmente desaparecido en la tercera. Se tiene la impresión de que Larsson escribió el “Epílogo” como una manera de resolver el desvanecimiento de Niedermann durante 818 páginas. El enfrentamiento final entre éste y Salander es bastante apresurado y la manera como Lisbeth descubre el escondite de Ronald es de una casualidad casi inverosímil.

Concuerdo con Vargas Llosa en que no importan los defectos estructurales de las novelas de Larsson “porque el vigor persuasivo de su argumento es tan poderoso y sus personajes tan nítidos, inesperados y hechiceros que el lector pasa por alto las deficiencias técnicas, engolosinado, dichoso, asustado y excitado…” La fuerza de la trilogía, además, ha sido capaz de superar los vicios de la traducción española, plagada de madrileñismos como “calderilla” (morralla), “bolleras” (lesbianas), “comebollas” (comedora de vaginas), “Kalle Blomkvist de los Cojones” (Kalle Blomkvist de la chingada) y muchos ejemplos más, que vuelven fastidiosa la lectura. Es posible que el original se permita coloquialismos suecos, pero los traductores peninsulares insisten en un centralismo lingüístico que olvida a la mayoría de los hispanohablantes americanos.

Aparte de la jerga madrileña, pesa la inadecuada traducción de los títulos: La reina en el palacio de las corrientes de aire en lugar de El castillo en el aire que voló en pedazos y, con más perjuicio, el timorato Los hombres que no amaban a las mujeres en lugar de Hombres que odian a las mujeres. No es lo mismo. Pero Millennium es una obra tan poderosa que supera, incluso, la traición de sus traductores.