Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 31 de agosto de 2014 Num: 1017

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Una carta sobre
Menahem Begin (1948)

El asalto de lo extraño
Carlos Alfieri

El pecado de la risa
Vilma Fuentes

El Marruecos de
ellas: siete poetas contemporáneas

El ojo más grande
del mundo dirigido
al Universo

Norma Ávila Jiménez

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal

 

Verónica Murguía

La gente de Chimal

La primera vez que leí Gente del mundo, esa extraña y encantadora obra de Alberto Chimal, fue allá por 1998. Fue leído con alegría y, luego, como suele suceder, desapareció, víctima de la rueda de la fortuna editorial. Siempre creí, como muchos, que Gente del mundo merecía una nueva edición y no andar en el zamisdat informal, pues tenía lectores a quienes había fascinado y podría tener muchos más.

Ya en esa obra primera despuntaban las obsesiones de Chimal, un narrador que no puede desprenderse, para nuestra fortuna, ni de su afición por el pasado o del afán por describir aquello que sólo puede ser creado con palabras. Por eso, celebro que editorial era lo publique de nuevo.

El ritmo de la prosa con la que está escrito Gente del mundo es deliciosamente arcaico, así como lo que consigna: el clasificador de maravillas que Alberto Chimal ha creado para revelarnos la geografía del mundo se llama Damac de Jeramow y es más cercano al misterioso John de Mandeville, ese revolucionario escritor de finales de la Edad Media, que a cualquier viajero contemporáneo. Además, el libro cuenta, y este es otro de  los rasgos que lo hacen atractivo, con la descripción de treinta y siete láminas, todas ellas de la autoría de Auko, la Ignota y un apéndice “para facilitar la inteligencia de la obra toda y de sus enigmas”.

Cuando leí esto, inmediatamente recordé la advertencia de Gonzalo Fernández de Oviedo sobre su catálogo de maravillas verdaderas, familiares para los habitantes de América: La historia natural de las Indias. González de Oviedo, aventurero que, como el poeta Mutanabbi, conocía la pluma tan bien como la espada, dice acerca de su crónica que es un “tratado que tengo copioso de todo ello”. “Todo ello” es nuestro continente: los indios, el cruel trato de los conquistadores, los animales nunca antes vistos, los frutos de la tierra, las costumbres y paisajes. Pocos relatos pueden ser tan reveladores de la naturaleza humana como aquellos que dan cuenta del encuentro de un hombre con las costumbres de otros. Puede que el cronista, llevado por el asombro o traicionado por la memoria, exagere o incurra en errores. Lo que seguramente describirá con veracidad absoluta es la fisonomía de su propio espíritu.


Ilustración de Juan Puga

Como los relatores de antaño, Jeramow tiene un talante sereno; no duda de la veracidad de sus informantes aunque haya contradicciones en los pormenores, pues sabe que todo relato es personal. No ansía comprobar las noticias, sino repetirlas y quizás, como Herodoto, interpolar aquí y allá un comentario. Es el cartógrafo fiel de la mente de Alberto Chimal: un lugar abigarrado en el que se dan cita maravillas, sobre el que gravita una sonrisa melancólica, donde toda historia puede tornarse cruel y donde las imágenes de la Ignota conforman una baraja que muestra signos familiares e incomprensibles a la vez: “Dos hombres coronados –uno sostiene un cráneo, otro una jarra– caminan sobre las espaldas de muchos tendidos en el suelo. Pero uno de los tendidos levanta su mano, en la que hay un puñal.  Es la lámina 46 de Auko y se titula Los que resistimos. Esta imagen hecha de letras algo nos dice de la tiranía, de la esclavitud, la injusticia y la resistencia, sin otro recurso que unos renglones.

El afán clasificatorio de Alberto Chimal, presente en su novela más reciente La torre y el jardín, encuentra en Gente del mundo –una suerte de descendiente fantasioso de los libros de antropología y divulgación que devoró de niño–, el vehículo idóneo. También encontraremos en él su facilidad para la enumeración y otro recurso chimaliano, el uso de la hipérbole como una estrategia para desarrollar los temas, por ejemplo, el de un pueblo tan guerrero y tan xenófobo, que para dar noticia de ellos el viajero debía fingir que era un fantasma.

Cuando el libro de Mandeville hizo su aparición en Europa, un panadero veneciano llamado Menocchio fue quemado en la hoguera porque el libro le había mostrado que no sólo había cristianos en el mundo, sino muchas otras formas de vivir y pensar. A los padres de la Inquisición no les gustó que el panadero quisiera comprender a otros, lejanos y extraños. Ahora sabemos que de esa comprensión depende que sigamos siendo humanos y nos alejemos de la crueldad de las fieras. Los lectores abiertos a la imaginación somos descendientes del pobre Menocchio. No desdeñemos nuestro linaje. Gente del mundo es un libro para nosotros.