Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 31 de agosto de 2014 Num: 1017

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Una carta sobre
Menahem Begin (1948)

El asalto de lo extraño
Carlos Alfieri

El pecado de la risa
Vilma Fuentes

El Marruecos de
ellas: siete poetas contemporáneas

El ojo más grande
del mundo dirigido
al Universo

Norma Ávila Jiménez

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
A Lápiz
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Cinexcusas
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Directorio
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Miguel Ángel Quemain
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El corredor emocional de Víctor Carpinteiro

La danza circular de María, de Medardo Treviño , dirigida por Víctor Carpinteiro, es la historia de un desencuentro, de un viaje hacia el centro mismo de dos personajes que, equidistantes, convergen para mostrar la dinámica entre un verdugo y su víctima. La ecuación fría de la intimidación y el abuso, del miedo que permite apoderarse gradualmente de la víctima; pero también las posibilidades del sojuzgado de resistirse a la absoluta humillación.

En el corredor emocional, en ese rectangular teatro de cámara que ha trazado la escenógrafa Mónica Kubli, viven de un lado a otro de la escena dos personajes lo que parece el fin de un trayecto. Uno es un pollero y la otra una migrante que ignora el destino de su hijo exilado de la violencia colombiana y que encontrará la muerte en un escenario mexicano no menos violento que el suyo.

Si bien la obra de Medardo Treviño tiene sonoridad y ritmo en diálogos cargados de metáforas que le dan contexto a una lengua que viene del norte y baila en el sur, la dirección de Víctor Carpinteiro está dedicada a bordar sobre los sujetos ese mundo de dolor que transmite cada gesto, cada movimiento, cada pausa y su conversión, la transformación de la imagen en esa palabra breve que sabe envolverse de silencio y espera, para que ocurra así ese encuentro tan calculado, por momentos tan minimalista, entre los personajes.

La intensidad que propone Carpinteiro a sus actores no sólo está dada por la interiorización de un texto. El discurso se agota pero su fuego permanece en el trabajo silencioso o medianamente silencioso de un par de actores notables: Ángeles Marín y Javier Escobar, capaces de encontrarse a pesar del retrato amargo que les imponen sus personajes enemigos.

Ángeles Marín es una de las actrices mexicanas de mayor solidez técnica e interpretativa. Aunque el cine y la televisión no le son ajenos, su rigor académico, su origen universitario, la colocan en posibilidad de hacer un extraordinario trabajo actoral con unos cuantos elementos que se fraguan al calor de un encuentro signado por la inequidad, el abuso, la impunidad y la infinita nostalgia que a cada uno de los sujetos les provocan sus amores lejanos en el imprevisible reencuentro fantaseado por un vallenato que junta los cuerpos irreconciliables.

Los hijos, el terruño, el amor, los motivos para irse y para el regreso pródigo. La danza circular de María fue creada bajo el impacto que produjo en 2010, en  San Fernando, Tamaulipas, primero, luego en todo el país, la muerte de setenta y dos indocumentados centro y sudamericanos que pensaban llegar a salvo a Estados Unidos, amparados con la promesa falsa de polleros asesinos que se reservan el derecho a mostrar su rostro.

La historia tiene como marco el encuentro entre la madre colombiana de un joven que ha sido secuestrado primero y asesinado después, con su verdugo. De la frontera sur hasta el río que corre fronterizo al norte, Carpinteiro matiza la palabra que signa al verdugo y aquella voz que sólo puede ser de la víctima, esa condición expansiva del crimen que nos duele incluso a los más alejados del drama social.

Carpinteiro sabe de exilios interiores, migraciones, transformaciones, pérdidas, y esos elementos irrenunciables en su concepción del teatro, el de sujetos en falta, monólogos de islas sin eco pero que cuya ferocidad de sus palabras, de sus sentimientos e intenciones se muestran en el corazón mismo de la dinámica social que también crea el lenguaje, y es a su vez creada y modificada por él.

El texto de Medardo Treviño crece sustancialmente bajo la mirada cuidadosa del director, que lo desnuda, poniendo bajo la lupa las descripciones de unos espacios creados cuidadosamente para que la palabra los cruce, los habite y circule en toda la sala con el vaivén de una partida de tenis, en ese ritmo que pone siempre a un jugador a correr en pos de una pelota que termina por quedar demasiado lejos para devolverla.

Silencio, entonces. Meditación que vuelve a la carga bajo el orden de la pieza que exige la expansión de la conciencia. Un orinal, una bolsa, una maleta, una silla. Repertorio minúsculo de objetos mínimos apostados sobre una superficie de madera dividida en tablones como el piso de un vagón, una bodega, la plataforma de un tráiler. Sostén provisional para seres flotantes.

Desaparición y secuestro son dos ecuaciones de la liquidación humana. Una esclavitud novedosa, instantánea, que tiende a poner de su lado al cautivo que agradece la piedad del verdugo. Cita en El Círculo Teatral.