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La música, invento que da mucha felicidad; es donde me siento a salvo: Silvia Pérez Cruz

Toda la vida..., alegoría de la madurez, la vejez y la alegría del renacimiento, afirma la compositora catalana

Corresponsal
Periódico La Jornada
Martes 9 de mayo de 2023, p. 7

Madrid. La música y artista Silvia Pérez Cruz compuso su más reciente disco, Toda la vida, un día (Sony Music), alegoría sinfónica de la vida, de su discurrir incesante desde el nacimiento, la infancia, la juventud, la madurez, la vejez y el renacimiento, que es como una vuelta a empezar.

En entrevista con La Jornada, la cantante explicó los pormenores del que es quizá su disco más complejo, en el que, además de hacer un recorrido vital repleto de experiencias y memoria, hay un festín de homenajes a las tradiciones musicales de países como México, Cuba, Brasil, Argentina, Italia, al arte flamenco del sur de España y a la canción popular de su Cataluña natal.

Silvia Pérez Cruz, que nació en Palafrugell, Girona, en 1983, presentó su álbum número ocho. Incluye 21 temas con arreglos y acompañamientos de lo más diversos, como los de Pepe Habichuela, Carmen Linares, Diego Carrasco, Carles Benavent, Natalia Lafourcade y Salvador Sobral. Es un viaje creativo que la llevó por lugares como Buenos Aires, La Habana y Coatepec (Veracruz).

–¿Es quizás el disco más completo, más arriesgado, con el que intentas comprender los entresijos más inhóspitos de la vida?

–Es verdad que al encontrar el hilo conductor, en este caso toda la vida, me doy cuenta de que con mis 40 años puedo mirar para atrás y al mismo tiempo estoy más cerca de lo que viene. Además, me permite trabajar sonoridades distintas.

–Hay muchos ritmos, lenguas y un cúmulo de vivencias...

–Hay un repaso del pasado y de lo que pienso de la vida, pero también está la vida en directo que está pasando y que se va sumando a las grabaciones, tanto a nivel de inspiración como rítmico. Están México, Argentina, Cuba, Brasil, Italia, el sur de España...

–Da la impresión de que hay la intención de desentrañar el misterio de lo que es la vida, pero también de lo que es la música, ¿es así?

–La música es un invento que da tanta felicidad y que siempre he querido como agarrar o sujetar, entre otras cosas, porque es donde me siento a salvo. En este disco he tenido espacio para crear muchas cosas y permitirme la parte más de cámara o de cantautora, con cuerdas, madera y abrazos, para después experimentar con sonidos de la juventud, con poetas y texturas a nivel de producción. Y luego jugar con los dúos en la madurez y en la amistad. Y luego la vejez, que no conozco aún, pero en la que quise componer a través de la lentitud, de ese caminar pausado. Y luego la alegría del final, del renacimiento, en el que reivindico la alegría, aunque a veces artísticamente es más fácil trabajar desde el dolor. En definitiva, están todas las emociones y estoy muy entera.

–¿Es una especie de celebración de la vida?

–Mi hija, todavía una niña, lo entendió muy bien cuando le conté el proyecto. Le dije que quería poner una nana que había compuesto para el principio, pero ella me dijo que mejor la pusiera al final, porque precisamente yo quería explicar la circularidad de este tiempo infinito, de los principios y finales, y desde la humildad de pensar que todo sigue. Cuando se muere algo de ti, al mismo tiempo nace algo más. Así llegué a ese último movimiento del Renacimiento, que es la vida, que pasa de la lentitud a la vida como una primavera generosa.

Fue ordenar la inmensidad como si fuera una flor

–El poema de La flor es fundamental en la construcción del disco, ¿por qué?

–Así es. Ese poema de Williams Carlos Williams lo he tenido en mi cabeza desde hace tiempo y me gustaba la idea de ordenar la inmensidad como si fuera una flor. Ordenar ese abismo problema a problema o persona a persona. Así que tenía ese poema que me ordenaba y fue entonces cuando entendí el corazón de la idea, que se resume en la frase toda la vida, un día, un día la eternidad. A partir de ahí entiendo lo que quiero hacer y me puse a componer lo que me falta, a arreglar las cuerdas, las percusiones, los poemas que quiero en cada movimiento y así hasta que lo fui armando como si fuera una obra entera.

–También hay una parte muy profunda y muy de raíz que evoca el arte del flamenco...

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▲ En el álbum están México, Argentina, Cuba, Brasil, Italia y el sur de España, señala la artista.Foto Gemma Martz

–Había cantado un poco de flamenco cuando era más joven, pero cada día le tenía más respeto, además de que buscaba mi voz propia. Así que ha sido muy bello volver a eso que también forma parte de mi canto. De hecho, te diría que de cada música que conozco me ha quedado algo: del clásico aprendí el cuidado del sonido, el contrapunto en la coral; del pop o la música popular me quedo con la idea de que la música es para compartir, de la generosidad; del punk, con la energía y a darlo todo, y el flamenco es sencillamente una conexión con el estómago.

–¿También hay una especie de homenaje a Enrique Morente?

–Sí, de alguna forma Caetano Veloso y Enrique Morente son como árboles que tienen unas raíces muy profundas, pero que siguen buscando más allá y sus ramas se bifurcan por las estrellas y se pierden en el cielo, en el infinito.

–Se nota una instrumentalización muy trabajada y armoniosa, sobre todo en los finales, que van llegando como una anunciación...

–Creo que las enseñanzas del clásico aparecen en el arreglo, que es lo más artesanal, como ir puliendo un objeto de madera con el entramado de las voces y los sonidos. Siempre quiero que lo que pasa tenga un sentido en solitario, que cada instrumento tenga su propio camino. Luego hay unas partes que escribí para viola barroca, por el enorme placer de escribir las notas y escucharlas.

–Da la impresión de que en tus canciones también hay un lugar importantísimo para el silencio.

–Sí, es muy importante. Hay un disco que grabé en Japón, que habla de lo que hay entre las cosas: precisamente ese silencio. Intento escuchar el latir de las cosas, sin impacientarme para saber lo que va a pasar, y definitivamente el silencio ayuda a que todo eso ocurra, como la pequeña pausa, la respiración. Además, es emocionante saber que el silencio es de todos, porque si alguien decide romperlo deja de existir. En un concierto eso es todavía más relevante.

–Y, ¿ese silencio a dónde te lleva: a la luz, a la inspiración o a la soledad?

–Antes de ir a México, fui a Uruguay, a Cabo Polonio, donde no hay luz; ahí el cielo está formado por millones de estrellas. La oscuridad y el infinito son abrumadores, y de esa oscuridad infinita hay como un rebote que te va al pecho y te encuentras con la luz y la soledad. Eso es más o menos.

–En tu visita a Coatepec, para grabar con Natalia Lafourcade, pareciera que también encontraste otra forma de esa oscuridad infinita que va hacia luz...

–Así es, por el paisaje, porque es un espacio que te ubica mucho en la Tierra, te da un tempo de lentitud para mirar lo que hay alrededor. Es como si se parara el tiempo. Recuerdo mucho el sonido de la naturaleza, su silencio.

–En el tema que cantas con Lafourcade utilizas la décima...

–La empecé a escribir hace cinco años, porque después de escuchar tantas veces a Jorge Drexler hablar de las décimas, me propuse hacerlo, así que escribí primero la letra y después la música. Al final salió un bolero que le hice a Lafourcade y que grabamos en Coatepec. Entre ella y yo hubo una complicidad silenciosa muy intensa.

–La nana que está al principio y al final del disco, recuerda a esas grandes nanas de la historia de la música y que a veces están denostadas...

–La compuse para el hijo de una amiga, porque cuando una mujer pare se detiene el mundo. Me parece un momento en el que se funde toda la cadena de mujeres de la humanidad. Es una celebración a la vida. Las nanas están hechas para dormir, es decir, para ser abrazado.

–¿Se inspiró de alguna forma en el músico Jordi Savall en la nana o en la canción de Tots els finals del món (Todos los finales del mundo)?

–Sí, está dedicada a él, porque cuando la escribí me imaginaba una viola de gamba. Hice la partitura pensando en cantarla algún día con él y espero hacerlo. Pero están escritas para ser tocadas con violonchelo y viola con cuerdas de tripa, utilizada en música antigua y tiene un timbre distinto al que escuchamos usualmente. Es otra conexión con el silencio y con el origen y la celebración de la vida.