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Aciertos y desaciertos de Philippe Sollers
L

a editorial Gallimard acaba de anunciar el fallecimiento del escritor Philippe Sollers, a sus 86 años, quien formaba parte de su dirección.

Es difícil hablar de manera simple de este autor ya que es, tal vez, más conocido como hombre de influencia y editor de colecciones y revistas literarias que como escritor.

Sollers se lanzó desde joven en la labor editorial cuando creó Tel Quel (1960), en compañía de otros autores que formarían un grupo literario alrededor de esta revista.

Tel Quel se comprometía con los principios de las experiencias del nouveau roman, concepto ideado por Alain Robe-Grillet, así como por las búsquedas de la nueva crítica literaria inaugurada por Roland Barthes.

Se trataba de un juego de influencias y poder, tradición anclada en la literatura francesa, donde cada generación espera cambiar el mundo y, por tanto, inventar un mundo nuevo. Las mentes críticas pretenden que no se trata sino de modas que duran apenas el tiempo justo que tarda en aparecer una nueva moda.

Philippe Sollers cambió a menudo de moda, pasando de un extremo al otro y llegando incluso a calificar el pensamiento de Mao como la luz del mundo, mientras el sinólogo Simon Leys afirmaba todo lo contrario en su obra titulada Les habits neufs du président Mao, libro que Sollers no comprendería sino mucho más tarde, cuando reconoció su error y la profundidad de los análisis de Leys.

Cambiar de moda es un riesgo que Sollers no temía correr, inspirado acaso en la irónica frase de Proust: La moda de hoy es el prejuicio de mañana. Al contrario, le encantaba sorprender y provocar, celebrando, por ejemplo, las divinas meditaciones de Juan Pablo II.

Algunos comentadores poco amigables no perdieron la oportunidad de tratar a Philippe de veleta megalómana, ocupado sobre todo en hacer hablar de él con las provocaciones más desconcertantes y confusas, así fuese obligado a reconocer en seguida que se había equivocado, tal como hizo al aplaudir el valor de Simon Leys. Quizá fue su veleidad la que lo hizo mudar la revista Tel Quel, al origen hospedada en las ediciones del Seuil, a la sede de Gallimard, donde fundó L’Infini (1983) a la vez título de una revista y una colección.

En Francia, las querellas de la vida literaria se parecen muchas veces a los combates de la vida política. Parece una tradición. Pero si antes un libro pretendía transformar la sociedad, hoy día el afán de los editores, ante todo comercial, es lograr las mayores ventas posibles de un libro convertido en best seller. Sollers así lo comprendió y jugó también el rol de publicista con sus excelentes críticas literarias de excelente lector en la prensa y de sus apariciones en la televisión.

Su talentosa facilidad de pluma fue quizá la causa de la disparidad de su obra. Capaz de escribir casi sobre cualquier tema, produjo libros escritos de prisa, pronto olvidables y olvidados, pero creó también novelas notables, que dejan huella, profundas y reflexivas con la ligereza de la seriedad.

Después de Le Défi (1957), publicó Une curieuse solitude (1958), novela elogiada por Mauriac y Aragon, el Vaticano y el Kremlin, reirá el mismo Philippe.

Alcanzó cierta celebridad con Femmes, escrita a partir de la siguiente tesis: El mundo pertenece a las mujeres. Es decir, a la muerte.

En Passion fixe, novela magistral, autobiográfica, narra el amor clandestino, durante más de 50 años entre un joven y una mujer 25 años mayor que él. Libertario más que libertino, Casanova más que don Juan, Sollers trataba de ocultar el verdadero amor.

Mundano, dandy, con el cigarro en la boquilla, los dedos cubiertos de anillos, tal la imagen que decidió dar Philippe Sollers, con quien me presentó su amigo desde jóvenes Jacques Bellefroid, realizaba un gesto misterioso a cada uno de nuestros encuentros: con los dedos índice y pulgar de sus manos formaba un cuadro, cámara fotográfica invisible, encuadrando mi rostro imaginado por él.