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Picasso: el precio de la gloria
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ovilización artística sin precedente, señalan los organizadores, preparada desde hace 18 meses en Francia y España por una cuarentena de las instituciones culturales mayores de Europa y Estados Unidos, el Año Picasso presenta 38 gigantescas exposiciones del Museo del Prado al Centro Pompidou de París o el Met de Nueva York, con motivo del cincuentenario del fallecimiento del pintor malagueño en abril de 1973.

Múltiples actividades en museos y universidades, así como difusión de documentales sobre su vida y su obra en la televisión y la radio, se llevarán a cabo este año para rendir homenaje al artista más célebre y emblemático del arte moderno, según la ministra francesa de la Cultura.

Todas estas celebraciones podrían hacer creer que nadie ignora a quién o a qué corresponde la palabra Picasso.

Sin embargo, las respuestas pueden sorprender: ¿Picasso? Un perfume. Un automóvil Citroën. Una sala de cine. Una película. Un museo. Una calle. Un restaurante. La palabra Picasso designa hoy día los más variados productos. Y esto a pesar de que el derecho a utilizar esta apelación tiene precio. Los herederos tuvieron el atino de crear la Sociedad Picasso con el fin de gestionar los derechos sobre el nombre y la obra del pintor español, dando lugar a llamar Picasso a una marca cualquiera.

La celebridad de Picasso hace olvidar al pintor, cuyo nombre se vuelve una cosa. Se olvida también su pintura al ver los documentales donde su vida privada ocupa más espacio que su obra.

Podría decirse que Picasso es igualmente un enorme negocio para la familia y, para los iniciados, un pintor cubista. Fuente generadora, al parecer, de beneficios superiores a los de una mina de oro. Durante una cena en la magnífica Fundación Soriano, en Polonia, creada gracias a la amorosa admiración de Marek Keller por el inolvidable pintor mexicano que fue su compañero, Claude Picasso, encargado de la gestión de la herencia, me relató por qué se veía obligado a la errancia y a residir legalmente en Suiza.

Quedarse más de tres meses en ciudades tan atractivas como París o Nueva York, o inscribir a su hijo ahí en una escuela, era ver a un agente del fisco tocar a su puerta para hacerlo pagar sus impuestos en ese país. Los empleados fiscales tienen un olfato refinado cuando se trata de husmear o rastrear fortunas.

Por otro lado, la gerencia de los derechos lo obliga también a desplazarse a través del planeta... si desea escapar al escamoteo de las jugosas ganancias.

Desde luego, la Sociedad Picasso se auxilia de otros organismos tanto para hacerse pagar como para autorizar el uso del nombre y la obra de Picasso. La empresa Citroën no es precisamente lo mismo, ni puede pagar igual, que el café de la esquina que se atribuye el nombre de Rincón Picasso. Utilizar abogados para cobrar derechos o hacerlo borrar el nombre del pintor saldría más caro que cerrar los ojos.

Si es evidente que las actividades del Año Picasso aumentarán los beneficios durante este periodo, no son tan evidentes las consecuencias que pueden tener estas celebraciones que dejan salir a la luz, como de la caja de Pandora, tantos secretos y sucesos no tan secretos de la vida del pintor. No se trata sólo de la conducta, a veces incluso cruel, del pintor con las mujeres.

No sólo las feministas pueden reprobar sus sarcasmos sobre la mujer que llora o su actitud casi gozosa al verlas disputarse entre ellas. Ver a Braque partir a la guerra como un francés, pero también a Apollinaire, extranjero, quien decide luchar contra los alemanes voluntariamente, mientras él se queda en París, cuidadoso de su propia vida que siempre situó por encima de todo.

Arrogancia rival ante el genio que trata de negar a Matisse, adioses del olvido para Braque, con quien exploró y descubrió las primeras formas del cubismo.

Y si a la oportunidad la pintan calva, Picasso debió haber conservado en su colección de amuletos y máscaras los últimos cabellos de su calva.