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El trato a migrantes oscila entre la ayuda y el rechazo
Enviado y Corresponsal
Periódico La Jornada
Lunes 3 de abril de 2023, p. 5

Ciudad Juárez, Chih., Buenas tardes, estamos ofreciendo un pequeño refrigerio, dijo un voluntario a un grupo de migrantes salvadoreños postrados sobre el suelo en una improvisada carpa junto al puente fronterizo, donde tomaban un descanso para reponerse de las agotadoras jornadas que los trajeron hasta esta urbe. De pronto, la oferta resultó irrenunciable: Son pupusas, soltó el joven.

¡Ahh pupuuuuusas!, respondieron y sus rostros evidenciaron por un momento una inyección de felicidad. El desgano con el que yacían inmóviles sobre el piso quedó de lado y, como si se tratase de una coreografía practicada por meses, de un salto se fueron poniendo de pie uno tras otro y corrieron hasta el lugar donde se repartía este típico alimento de la gastronomía salvadoreña.

¡Hace meses no como una!, expresó con cierta añoranza Odalys, quien junto con su esposo e hija de apenas cinco años han deambulado por más de dos meses desde su natal San Salvador hasta este punto fronterizo con la mira puesta en pasar a Estados Unidos.

En todos los puntos de Juárez donde se concentran migrantes –muchos de ellos niños– la imagen es similar: se les ve agotados, tirados en el suelo, dialogando entre ellos, con caras serias y curtidas por la larga travesía bajo climas a veces extremos.

Llevan consigo una maleta con las pocas pertenencias que tomaron al huir de sus países por la violencia o la pobreza; cientos de ellos ya ni mochila traen, usan apenas una bolsa de plástico. Sea una u otra, se aferran a éstas como si fuesen lo más valioso que tienen, en ellas no sólo empacaron ropa y otros objetos, sino parte de una vida que han dejado atrás.

Horas antes, unas 70 personas –entre migrantes y activistas locales– realizaron una marcha de pies descalzos cerca del río Bravo, donde se alza el muro fronterizo, y desde donde se observa El Paso, Texas.

El objetivo de la movilización, llamada Viacrucis Ponte en mis zapatos, explicó Carlos Mayorga, fundador del Colectivo Ángeles Mensajeros –organización religiosa que, dijo, fomenta la paz en lugares peligrosos– es crear conciencia entre los gobiernos y los ciudadanos de ambos países para que se valoren los esfuerzos de los migrantes.

Si las autoridades se ponen en los zapatos de todas estas familias, entenderemos que nuestro trabajo como gobiernos ha sido deficiente y nulo; cuando la sociedad lo haga, se dará cuenta de que no son delincuentes, que sólo quieren vivir y trabajar en un lugar donde se les garanticen principios básicos como la seguridad y una vida digna.

La marcha concluyó con un performance donde ángeles alados, caracterizados por los propios migrantes, enfrentaron a un demonio o verdugo que representa al crimen organizado que ha abusado y les ha robado a muchas de estas personas, pero también simboliza la indiferencia del gobierno del estado y la pasividad del municipal que han cerrado su mano para ayudar a todas estas familias, detalló Mayorga.

El colectivo es uno de los varios que se han sumado al apoyo a los migrantes. Una vez a la semana lleva algún tipo de comida a diferentes puntos de la ciudad.

A la incertidumbre, vulnerabilidad y riesgos que a diario viven, los indocumentados en esta zona fronteriza han enfrentado constantemente expresiones de odio, racismo y xenofobia. Decenas de personas de Juárez –ciudad establecida a raíz de la migración– no ocultan su rechazo hacia las personas que vienen del sur.

Día tras día son víctimas de este tipo de comentarios y, en ocasiones, al verlos, algunos conductores aceleran para causarles un susto.

Este domingo, frente a la estación migratoria donde hace una semana murieron 39 indocumentados, varios automovilistas, la mayoría con matrículas de Texas, que transitaban por la calle General Rivas Guillén, se lanzaron contra quienes ahí se han apostado en demanda de justicia para las víctimas del incendio.

¡Ábranse a la verga!, les endilgó un hombre que en ese momento amagó con arremeter contra ellos con una ostentosa camioneta pick-up; uno más lanzó molesto: Quítense inútiles. Las agresiones verbales son frecuentes: Váyanse a la verga, no los queremos aquí, son unos estorbos, váyanse a otra ciudad, cabrones vividores, son algunos de los gritos que recuerdan.

Heber contó que este tipo de comentarios xenófobos se dan todos los días. Hoy están calmados porque es domingo, es poco el tráfico, pero nos ven y aceleran con peligro para los niños y todos en general.

No hay una cifra oficial sobre la cantidad de migrantes que permanecen en Juárez. Algunos datos hablan de 5 mil y otros van hasta 14 mil.

Se refugian en diferentes espacios tratando de no ser visibles, apuntó Mayorga. No sólo para evitar las agresiones, sino para no ser atrapados y entregados a la autoridad migratoria.

El pequeño detalle culinario de los voluntarios fue la diferencia para migrantes de varias nacionalidades que conviven en esta ciudad. Una venezolana corrió tras sus compañeros de El Salvador. Nunca he probado una pupusa, dicen que están muy buenas, vamos a ver.

Odalys y su pequeña de cinco años, Darlin, no devoraron las pupusas, se tomaron su tiempo para degustarlas, como si esa masa frita rellena de jamón y queso fuera el más sofisticado de los manjares. Se chuparon los dedos para disfrutarlo más.

Madre e hija jugueteaban, reían y se lanzaban miradas cómplices. A distancia, el padre-esposo enfocaba su atención en ellas y por primera vez sonrió. “Pa’verla así (feliz) vale todo este sacrificio”.