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Los orígenes del poder en Mesoamérica

A finales del año pasado, el historiador Enrique Florescano presentó el que sería su último ensayo publicado: Los orígenes del poder en Mesoamérica, magnífico libro profusamente ilustrado y actualizado de acuerdo con los descubrimientos más recientes, en el que el autor abordó con una perspectiva histórica novedosa la formación del Estado en Mesoamérica, desde su aparición en el Preclásico hasta su abrupto final en las trágicas jornadas de 1521, pasando por los reinos mayas, los poderosos estados de Teotihuacan, Chichén Itzá y Tula, y los reinos militaristas que dominaron el Posclásico, mostrándonos que la historia política puede situarse en el centro del desarrollo social, económico y cultural de los pueblos que habitaron tan importante región. Con autorización de Taurus presentamos un fragmento.

Y

fue precisamente la poesía, el alto lugar de la sensibilidad y del espíritu mexica, el espacio privilegiado para expresar el ardor y la enajenación de la guerra. El agente constructor del poder mexica es el tema central de los famosos Cantares mexicanos. La poesía, inmejorablemente enunciada con las voces in xóchitl in cuicatl, flor y canto, era el medio idóneo de una sociedad que privilegiaba la oralidad.

Los dioses mexicas son eminentemente dioses de la guerra. Huitzilopochtli, el dios patrono que en sus orígenes fue probablemente el jefe tribal que inició o guio la peregrinación, después de la victoria sobre los tepanecas aparece investido con las características del Tonatiuh teotihuacano: es el numen protector del Quinto Sol y el guerrero por excelencia. Se identifica con el Sol, Tonatiuh, y con el tlatoani. La Piedra del Sol (el Calendario Azteca) y el temalácatl son los monumentos que desde el primer Motecuhzoma fueron consagrados a Tonatiuh, pues eran piedras que celebraban el sacrificio de los enemigos rendidos por las armas de Tenochtitlan. Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada, resurge con gran fuerza y su imagen labrada en esculturas prolifera en Tenochtitlan como símbolo de la realeza.

En estas representaciones el guerrero es el dios patrono del pueblo escogido, el conductor inflexible que dirige la marcha hacia la tierra prometida, el servidor de los designios de Tonatiuh, y el espejo repetido de los ancestros toltecas. En el arte, los cantos, el rito y los emblemas el guerrero mexica se identifica con sus antepasados toltecas, con el lugar donde nació el Quinto Sol, el origen del ethos bélico, los sacrificios humanos, los ritos y los símbolos de la guerra. Algunos autores, al reparar en la insistencia de los mexicas por identificarse con la tradición tolteca, adujeron que se trataba del conocido recurso de los advenedizos para adquirir las credenciales de los civilizados. El arcaísmo era una fórmula para hacerse con el lustre de la antigüedad. Otros afirmaron que el recurso al pasado fue una manera de legitimar el rápido ascenso al poder pero que en verdad los mexicas rescataron un pasado que nunca fue suyo.

El estudio histórico de la formación del Estado en Mesoamérica muestra que tales interpretaciones carecen de fundamento. La apropiación del pasado por los sucesivos reinos y culturas de Mesoamérica fue un rasgo consustancial al desarrollo civilizatorio de esa región. Si se repasan los capítulos anteriores, puede verse que hay una línea de continuidad en la formación de los Estados y en la organización del gobierno, y que esa experiencia se transmitió por todos los medios de comunicación (orales, visuales, escritos). Se puede hablar de un canon del Estado en la Época Clásica que se transforma a finales de ese periodo y renace con otras características en el Posclásico (Tula, Chichén Itzá, Tenochti-tlan). En el transcurso de estas transformaciones y adecuaciones, el arquetipo del Estado que pervivió en la memoria política fue Teotihuacan.

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▲ El historiador Enrique Florescano captado por Rogelio Cuéllar.

Siguiendo el rastro indeleble de la lengua náhuatl y acompañado por el apoyo de la epigrafía, los emblemas y los mitos, Karl Taube arribó a la misma certidumbre cuando dice: “En muchos aspectos, la gran ciudad de Teotihuacan del Periodo Clásico puede ser considerada como la fuente canónica de la cultura náhuatl del Posclásico. Al lado de la lengua, los mitos, la arquitectura y las artes plásticas, el medio que mejor conservó la memoria política de los antiguos reinos fue la tradición histórica. Una tradición forjada tanto por la memoria oral como por la escrita, pues, como dice fray Diego Durán, en los templos y en las escuelas era costumbre cantar los hechos pasados, aun cuando

mucho más ordinario era en las casas reales y de los señores pues todos ellos tenían sus cantores que les componían cantares de las grandezas de sus antepasados y suyas, especialmente a Montezuma que es el señor de quien mas noticias se tiene y de Nezahualpiltzintli de Tetzcoco, les tenían compuestos en sus reinos cantares de sus grandezas y de sus victorias y vencimientos y linajes y de sus estrañas riquezas, los cuales cantares he oido yo muchas veces cantar en bailes públicos que aunque era conmemoración de sus señores me dio mucho contento de oir tantas alabanzas y grandezas.

En Stories in Red and Black, Elizabeth Boone presenta un análisis de las distintas formas de escribir y pintar el pasado que concibieron los pueblos de Mesoamérica. Ahí agrupa los anales, las crónicas, los relatos cartográficos, las historias genealógicas y dinásticas, y las numerosas combinaciones que resultaron al mezclarse estos variados modos de narrar el pasado. No cabe duda de que estos contrastados estilos historiográficos fueron valorados y adaptados a sus fines particulares por los tlatoque mexicas. En su momento de crecimiento y esplendor, las bibliotecas de Tenochtitlan acumularon la dilatada panoplia de los libros de historia entonces en uso y el saber para interpretarlos y reproducirlos. Sin embargo, entre todos esos legados memoriosos, los mexicas adoptaron la tradición política e ideológica que provenía de Teotihuacan para construir su ideal de Estado y vida civilizada, y de este modo prolongaron y le dieron nuevo aliento a la prestigiosa herencia tolteca. Apoyado en esa herencia el pueblo mexica creó un nuevo Estado e hizo florecer una rama más del frondoso árbol mesoamericano. Sus talentos y creaciones fueron bien resumidos en las últimas palabras con las que Jacques Soustelle cierra su libro sobre los antiguos mexicanos. De tarde en tarde, en lo infinito del tiempo y en medio de la enorme indiferencia del mundo, algunos hombres reunidos en sociedad dan origen a algo que los sobrepasa: a una civilización. Son los creadores de culturas. Y los indios del Anáhuac, al pie de sus volcanes, a orillas de sus lagunas, pueden ser contados entre esos hombres.