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El tobogán del PAN…
M

ilité en el PAN durante unas tres décadas, desde que me recibí de la carrera de derecho y empecé a dar clases. Mi director de tesis fue el maestro Rafael Preciado Hernández, director del Seminario de Filosofía del Derecho en la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Nacional Autónoma de México, militante de ese partido desde su fundación. Me retiré, con otros compañeros, en 1992, cuando el PAN perdió el rumbo y pactó con el presidente Carlos Salinas, legitimando su triunfo. Dejé al partido, pero no abandoné los principios por los que me formé en sus filas: democracia, libertad, justicia social, respeto a los derechos humanos y primacía del bien común sobre los bienes individuales o sectoriales. Ahora, desde su fundación, lucho en Morena por los mismos ideales y por un gobierno que no miente, no roba y no traiciona al pueblo.

Pero ser de Morena no impide que lamente la suerte de mi antiguo partido; es una tristeza ver hasta dónde ha caído. El juicio de Genaro García Luna, la historia del cártel inmobiliario de las alcaldías panistas de Benito Juárez y Miguel Hidalgo en la capital, su vergonzosa alianza con el PRI decadente, su rival histórico. Una pena de verdad, el PAN fue un gran partido, de ciudadanos, convencidos, auténticos, sacrificados por su causa.

La fundación del PAN en 1939, por el abogado Manuel Gómez Morín, nacido en Chihuahua, y un compacto y distinguido grupo de profesionistas universitarios y dirigentes de clase media, adoptó una doctrina propia y clara; en política, fueron defensores de la democracia y el respeto al voto y, en economía, optaron por un liberalismo moderado. Cabe recordar que Gómez Morín participó con José Vasconcelos en la campaña de 1929 y éste fue a su vez, en 1910, militante cercano a Francisco I. Madero y lector de su libro La sucesión presidencial. Hay un hilo conductor, Madero, el mártir de la democracia; Vasconcelos, el candidato universitario de 1929; Gómez Morín, fundador y presidente del PAN por 10 años, los primeros del partido.

Así nació ese instituto político, sin apoyo oficial, integrado por ciudadanos, libres, responsables y convencidos de que si la meta de alcanzar el poder por la vía del voto parecía imposible, no lo era la de formar ciudadanos; su lema, hoy arrumbado, es un poema de civismo idealista: Por una patria ordenada y generosa y una vida mejor y más digna para todos.

Pero la vida del PAN, como institución, ha sido larga y ha tenido varias etapas. Sufrió un cambio poco analizado cuando aprobó en 1965 la proyección de sus principios de doctrina, en la que, por inspiración de grupos de acción católica y bajo el liderazgo de Adolfo Christlieb Ibarrola, adoptó ideas inspiradas en las Encíclicas Sociales de la Iglesia, la Rerum Novarum, la Cuadragésimo Año y la Populorum Progresio. Entonces, dio un paso a la izquierda del liberalismo, avanzó a una corriente social cristiana, promotora de la justicia social, de la solidaridad y el cooperativismo, una muestra de esto es que incluyó en los principios de doctrina dos nuevos capítulos, el de la educación y el de la justicia social.

Su decadencia comenzó cuando aceptó las llamadas concertacesiones, el reconocimiento de triunfos mediante acuerdos con el sistema y con la intervención de grupos empresariales muy poderosos, desplazados de la cercanía con el PRI por la extravagante expropiación de la Banca por López Portillo. Recuerdo una reunión del Consejo Nacional a fines de 1991, como se les advirtió en el debate, no se deslicen por ese tobogán, no podrán salir de él, no podrán detenerse.

No se había reconocido el triunfo de Vicente Fox en Guanajuato, su contrincante priísta declarado gobernador, tuvo que renunciar por la presión popular, pero en lugar de seguir luchando, la dirigencia del partido pactó con el gobierno; el Congreso local designó a un panista que no había competido en las elecciones, Carlos Medina Plascencia, entonces un novato, quien tuvo que aceptar al avezado priísta Salvador Rocha como cogobernador con el cargo de secretario de Gobierno.

Fue la época en la que Conchello se refirió al gobernador de Baja California Ernesto Ruffo como el primer gobernador de Coparmex, y se decía fuerte, y se llamaba al intermediario entre Gobernación y el partido, Diego Fernández de Cevallos, La Ardilla, porque no salía de Los Pinos. Por eso nos fuimos los del Foro Doctrinario y Democrático.

Desde entonces, no ha parado su descenso; se desploma cada vez más rápido hasta lo que hoy con pena estamos viendo. Es duro decirlo, pero a veces no hay remedio, se los dije, se los dijimos.

Una reflexión: la doctrina de la dignidad de la persona reconoce que somos redimibles, si caemos, podemos levantarnos, también, por lo tanto, nuestras instituciones. Ojalá el PAN retome el rumbo que abandonó, recupere sus principios y vuelva a luchar por la democracia, la dignidad de la persona y la justicia social, y se deshaga de sus pésimos e impresentables dirigentes.