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Lectores, ténganme piedad
L

os amigos bien intencionados, o incluso los no tan bien intencionados, me comentan, cada vez que tienen oportunidad, que la bolsa que cargo al cuello todo el día cuando salgo a la calle, y que, al encontrarme con ellos en algún compromiso, les pido que me ayuden a colocar en el respaldo de la silla, insisten: Esta bolsa que cargas al cuello está muy pesada. A veces incluso con apenas verla, sin sopesarla, me lo señalan. Con lo cual, comprensiblemente y, quizás agotadoramente previsible para mí, en consecuencia, me preguntan: Si se puede saber, ¿qué tanto llevas todo el día, cada día? Así que, orillada, les contesto, y si me tienen paciencia y lo toleran, les describo lo que cargo en cada una de sus divisiones.

De manera que, les señalo, en estas bolsitas externas, digamos, llevo, aparte de pequeños sobres con azúcar pero sin azúcar, como los de la marca Splenda, la base de cero azúcar que colocan en los cafés bajo la copa de vino. Y, precisamente en ésta, que era una que me resultó particularmente especial, por ejemplo, tanto así que le escribí, debajo del nombre del café en el que en ese momento me encontraba, que era el Cluny de la avenida de la Paz, en la Ciudad de México, así como debajo del nombre Cluny, Albariño, Domingo 13 de junio de 2021. (Luego, una vez a solas, me basta revisar en mi diario la fecha para dar con la razón correcta de la particularidad de haber hecho la anotación.) Transporto de aquí allá una pequeña tarjeta, verde y en forma de hoja de árbol con la leyenda: Donó planta de café para Chiapas, y, por último, me traslado con un indicador, de cartón, que suelen añadir a la taza del café o del té, para que, aparte de identificar el producto, y debido a su temperatura, al menos a mí, el cliente, no le resulte imposible de asir la taza. En el primero de los dos restantes apartados, cada uno de los cuales, y comprensiblemente con mayor capacidad, cargo conmigo en mi cartera (aparte de con un extra, con suficiente dinero, además de tarjetas indispensables: la credencial del INE, las del banco, así como la del café al que suelo asistir y en la que abono cierta cantidad de dinero con la que prepago, y que me sea suficiente, durante correspondiente tiempo) y la agenda.

En cuanto al segundo y último de los apartados, me traslado con la más reciente receta médica (que indica los nuevos medicamentos que deberé tomar y que todavía antes que nada tendré que adquirir); digo, en el segundo apartado, aumento un recargador portátil de baterías y otro para conectar; un estuche en el que incluyo un lápiz y un par de plumones extra que me podría hacer falta o que pudiera necesitar durante el día, una pequeña libreta en la que anotar, por ejemplo, algo que más tarde deberé consignar en mi diario, o la idea para un escrito (digamos, mi colaboración para La Jornada, misma que hace las veces de borrador o primer bosquejo).

Querido lector, me preguntarías: Y, específicamente esto, por ejemplo, para qué lo cargas contigo de arriba abajo cada día y todos los días. En otras palabras, ¿de veras crees o presupones que cada uno de los objetos que hacen pesar tu bolsa, como a simple vista es aparente, es indispensable? Ante semejante inquisición, a mí no me quedaría sino atender, tanto por natural atención o por amistad, o incluso porque quien pregunta simplemente fuera un miembro de mi familia, debido a lo responsable que asimismo soy, contesto, o contestaría si me lo preguntaran: “Cada uno de los objetos que señalas lo llevo conmigo de arriba para abajo cada día y todos los días, en primer lugar, porque así es mi forma de ser. Como se ve, o podría desprenderse, soy previsora, y cito entre otras, la definición de este apelativo que incluye el Pequeño Larousse: ‘Alguien que prevé o previene las cosas’. Y para prevenir, y entre otras, el diccionario define el término como: ‘Tomar las medidas posibles para evitar o remediar un mal’”.

En efecto, soy previsora, y lo soy, tal vez incluso de forma exagerada. Así es pues también soy una persona previsora. No soporto la idea de que durante el día pueda o pudiera hacerme falta cada uno de los objetos que cargo conmigo, y, previsora que soy, no lo lleve en la bolsa. Me refiero, entre otros objetos, al teléfono celular, a mis anteojos, a un lápiz y a un par de plumones; añado, en estos tiempos, y aun cuando la medida ya se encuentre extensamente en desuso, el cubrebocas.