Editorial
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Brasil: elecciones de la historia
E

l presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, continúa tomando medidas para evitar la repetición de hechos como el intento de gol-pe de Estado emprendido el domingo pasado por radicales de extrema derecha con la aparente complicidad de la policía de Brasilia.

Ayer ordenó la destitución de las directivas de todos los medios de comunicación públicos del país por su deplorable cobertura del asalto de simpatizantes bolsonaristas al Congreso, el Tribunal Supremo y el palacio presidencial, durante la cual validaron el uso de la violencia y dieron voz a personajes como el senador Flavio Bolsonaro, hijo del ex mandatario Jair Bolsonaro.

El sesgo en los medios públicos, cuyos titulares recién destituidos fueron nombrados por Bolsonaro, se evidenció en que incluso medios privados que nunca mostraron simpatía por Lula y los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT) no titubearon en llamar hampones y golpistas a quienes vandalizaban las sedes del poder público e incitaban a las fuerzas armadas a rebelarse contra la autoridad civil, mientras los medios que dependen de la Empresa Brasileña de Comunicación (EBC) se referían a ellos como manifestantes.

La completa falta de profesionalismo y la inocultable parcialidad de estos funcionarios son reflejo de la cruzada puesta en marcha por Bolsonaro desde su primer día de gobierno (del 1º de enero de 2019 al 1º de enero de 2023) para imponer su ideología ultraconservadora en todos los ámbitos del Estado y borrar cualquier vestigio de pensamiento crítico, pluralidad, tolerancia y todo lo que él y sus correligionarios consideran ideología de género o comunismo.

Este afán totalitario incluyó los exhortos a denunciar en redes sociales a los profesores que enseñaran ideas de izquierda, entre las cuales se contaba llamar dictadura militar a la que usurpó el poder en Brasil de 1964 a 1985, así como la pretensión de eliminar de los libros de texto toda referencia al feminismo, la homosexualidad y la violencia contra las mujeres.

Su efímero ministro de Educación, Ricardo Vélez Rodríguez, llegó a proponer que todas las escuelas grabaran a los alumnos cantando el himno nacional, y se volviera a implementar la materia de educación cívica y moral, impartida durante la dictadura y eliminada con el regreso a la democracia.

Pero la cobertura del intento de golpe de Estado también es un recordatorio del papel que algunos –la abrumadora mayoría, en varios casos– medios de comunicación han jugado en el ascenso de la ultraderecha y el derrocamiento de gobiernos progresistas o no completamente plegados a los mandatos de Washington y los grandes capitales.

Sin ir más lejos, en el propio Brasil el incesante golpeteo y la difusión de bulos en los medios allanaron el camino al golpe judicial-parlamentario contra la presidenta constitucional Dilma Rousseff en 2016, y los medios han sido instrumentos fundamentales para la derecha racista en Perú, el macrismo cleptómano en Argentina, el muy vivo pinochetismo en Chile, y la obsesión por restaurar el régimen de saqueo neoliberal en México, por citar algunos ejemplos.

Para Lula, como para otros líderes de izquierda en la región y en el mundo, la moraleja de estos procesos es que sólo mediante un verdadero involucramiento de las masas en la generación, difusión y discusión de las informaciones podrá ponerse fin a las manipulaciones de los monopolios mediáticos al servicio de las oligarquías y sus alfiles políticos.