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¿La fiesta en paz?

El tapatío Pepe Murillo y reciente hazaña tauromáquica de primer mundo

A

la perturbadora emoción de la bravura que a cuentagotas ofrecen los metidos a promotores, se suma la pobre difusión que hechos verdaderamente relevantes reciben de los escasos medios que aún se ocupan de una tradición de apenas 496 años en México. Así, para la primera corrida en Guadalajara, unos escrupulosos ganaderos, los hermanos Muñoz, de Zacatepec, enviaron una señora corrida de toros, no para la Plaza México, sino para Madrid o Bilbao, es decir, con edad, trapío, cara y pitones. Sin embargo, el importante triunfo del torero de la tierra, Pepe Murillo, apenas si tuvo alguna mención en portales y redes. Malo para la fiesta, concentrada en el figurismo, el toro de la ilusión y los triunfos de relumbrón.

“Días antes de la corrida, mi padre, matador en retiro, estaba particularmente nervioso porque yo no había toreado en todo el año –comenta Pepe, con una expresión tan elocuente como su tauromaquia–, hasta que le dije: ‘¿crees en el milagro del toreo?, entonces confía, no dudes, yo tampoco lo haré.’ El milagro es darte cuenta de que has sido llamado a ser torero, esa vocación para expresar lo mejor de tu alma, de dejar una estela honda, un testimonio de interioridad, no sólo de estadísticas.

“Este año tampoco tuve un solo toro de preparación ni una tienta, por lo que esa tarde sólo pude observar con mucha atención los tres toros anteriores, con el sentido que da su edad y con la brava simiente de Zacatepec. Esa fue mi única arma para colocarme, sentir y hacer sentir mediante una preparación física y espiritual y una concentración en ser honesto conmigo, con una mentalidad positiva y comprometida aunque no vea nada claro. Creo que Dios nos hace toreros desde antes de nacer en esta misión de un sabio sufrir. Quien no lo vea así sufre el doble.

“Y salió Fantasioso, con 490 kilos y muchas patas, con un par de astifinos pitones, rematando en los burladeros. En cuanto me puse delante, el toro volteó a verme al pecho. Sin embargo, luego del puyazo me eché el capote a la espalda a sabiendas de ese seguro azar del toreo, y en tres gaoneras ambos nos confiamos con base en una entrega sin especular ni dudar. Ya con la muleta rompí el hielo, y lo rompieron también el toro y el público, surgiendo así el milagro del toreo. El toro empezó a tomar la muleta con mucho fondo, embistiendo y sometido, hasta que afloró la profundidad de su casta, entregándose con fijeza. De pronto lo sentí agradecido. Un toro con edad es muy difícil de someter, pero éste me confirmó el sentido de mi lucha de tantos años. Hubo tandas por ambos lados, pero siete u ocho naturales que hicieron sonar la música. Toro, torero y público rompimos entonces en una conjunción de éxtasis. Cuando tomé la espada no tuve duda, sólo el convencimiento de culminar aquel maravilloso encuentro con contundencia y dignidad máximas.

Dejé una estocada en lo alto que en 10 segundos hizo doblar al toro sin puntilla. Lo justo eran dos orejas por la dificultad de la faena, su desarrollo en ascenso y una estocada muy poco común. En cualquier caso, la oreja fue una digna culminación y un nuevo inicio. Ojalá este triunfo de primer mundo taurino sirva para abrirme las plazas de México y otros países. Fue una auténtica hazaña que merece ser valorada por empresas y ganaderos. La fiesta de los toros necesita un golpe de timón para públicos ávidos de emociones nuevas. En Pepe Murillo hay una tauromaquia arrebatadora; lo corroboré a la semana siguiente en un festival ante un noble toro de San Constantino con el que volví a triunfar, remata emocionado y esperanzado Pepe Murillo.