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¿Quién vota por los CEO?
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espués de meses de especulación, demandas y acusaciones públicas entre las partes, la compra de Twitter por parte de Elon Musk se concretó. Como ocurre con cualquier otro asunto de interés general en la actualidad, la operación polarizó la opinión pública en dos bandos irreconciliables.

Quienes celebran el cambio de dirigencia argumentan que la intervención del excéntrico millonario sudafricano ofrece la oportunidad para que Twitter recupere el equilibrio político que ha sido fracturado por un aparato de censura, que bajo el pretexto de la inclusión y de no fomentar discursos de odio, impide que expresiones conservadoras o de derecha tengan la misma difusión que su contraparte. Dicha contraparte, aquella que se identifica con la izquierda liberal anglosajona, se ha manifestado en contra de la adquisición, objetando que el compromiso de Musk con la libertad de expresión es falso. Arguyen que Musk, en realidad, persigue una agenda política inspirada en el tecnolibertarismo impulsado por los ideólogos de Silicon Valley, como Peter Thiel, quienes abogan por la reducción del papel del Estado en la economía, el surgimiento de una nueva aristocracia tecnológica y el fin del matrimonio entre el capitalismo y la democracia. Renunciar a los controles discursivos que han implementado en las redes sociales es el primer paso para la anarquía político-social y con consecuencias concretas.

Más allá de los vicios y virtudes de ambas posturas, conviene examinar la situación con más detalle, considerando que la polarización generada por la compra de Twitter es sintomática de un fenómeno de mayor amplitud y alcance. 

El principio del auge de las redes sociales (2007) coincidió no sólo con la diseminación de la banda ancha, el teléfono móvil y el almacenamiento en la nube, sino con condiciones económicas altamente favorables para el desarrollo y crecimiento de este tipo de negocios.

Durante más de una década, la alta liquidez derivada de las medidas paliativas implementadas a raíz de la crisis de 2008-2009 se tradujo en la alta valuación de dichas empresas en el mercado de valores, quien vio en gigantes tecnológicos la oportunidad de generar ganancias rápidas a partir de su crecimiento. Dichas empresas, por su parte, optaron por invertir las ganancias producidas por sus negocios en más investigación y desarrollo, con la expectativa de que la creación de tecnología, patentes o adscripción de usuarios repercutiera en el valor accionario de la empresa y así hasta alcanzar la consolidación de un mercado. El modelo resultó exitoso mientras había capacidad para la constante valoración de las acciones.

El esquema de negocio operante de las empresas tecnológicas como Twitter, Facebook, Instagram, Amazon, Netflix, etcétera; sin embargo, depende de lo que los expertos han denominado el efecto de red, esto es, su valor responde a la cantidad de compradores, vendedores o usuarios que lo adopten. Actualmente, a pesar de contar con millones de usuarios, el modelo de negocios de la mayoría de las redes sociales pasa por distribuir contenido o productos a cambio de la venta de publicidad a anunciantes.

Aunque revolucionario y disruptivo, dicho modelo parece no ser ya suficiente para sostener el valor accionario y el crecimiento de dichas empresas de cara a esta nueva década. La política antinflacionaria de los bancos centrales ha comenzado a crear condiciones de mercado con menor liquidez, lo que ha obligado a los inversionistas a ser más cuidadosos y optar por portafolios más defensivos que privilegian el valor real de las empresas en detrimento de aquellas con crecimiento potencial. Prueba de ello es que las acciones conocidas como FAANG (Facebook, Amazon, Apple, Netflix y Google) han caído alrededor de 48 por ciento en un año, y Meta y YouTube han declarado cifras poco alentadoras respecto a la rama publicitaria de su negocio.

En este contexto amenazante de recesión económica, no sorprende que inmediatamente, tras hacerse de la red social, Musk haya anunciado medidas como despidos, nuevas tarifas para la verificación de cuentas y el resurgimiento de nuevas aplicaciones.

El mensaje es claro, Twitter necesita repensar su modelo de negocio y Musk no es el único con esta idea. El jueves pasado Netflix inició con la nueva suscripción económica que cuenta con publicidad, mientras Amazon anunció que suspendería la creación de nuevos puestos dentro de su negocio publicitario. De la mano de Zuckerberg, Meta ha invertido billones de dólares en el desarrollo del metaverso, apostando por la realidad virtual como nuevo nicho de negocio. Apple, por su parte, está apostando por la realidad aumentada mediante el desarrollo de nueva infraestructura tecnológica. Amazon, empresa de ventas al menudeo, cuenta ya con sus propios canales de distribución de contenido, sin mencionar su división de fletes satelitales, visión que Bezos comparte con Musk.

Las redes sociales experimentan una fase de transformación que pasa por la integración de diversos nichos en un solo negocio que reúna distribución, creación de contenido, ventas minoristas desde una plataforma virtual, experiencias inmersivas como la realidad virtual, los videojuegos o el metaverso y tecnologías financieras (FinTech) que reducen o comprimen los márgenes de las tarifas de procesamiento de cobros y pagos, y, ¿por qué no?, infraestructura.

Dorsey y McKelvey, fundadores de Twitter, actualmente se encuentran concentrados en el desarrollo de Block, una plataforma de pagos que integra aplicaciones de transacciones monetarias, crédito y servicios de alojamiento web. Como lo ha comentado la inversionista Kathy Wood, la compra de Twitter tiene que leerse en esta clave: Musk busca expandir el alcance de Twitter para incluir pagos a través de una billetera digital similar a WeChat, resucitar a Vine como una alternativa de video de formato corto a TikTok y hacer crecer su negocio de suscripción a través de Twitter Blue. Zuckerberg, cuya plataforma concentra 3 mil millones de usuarios, ha ido incluso más lejos al proponer la criptomoneda DIEM como modo de pago nativo a Meta.

Dicho de otro modo, estamos en los albores de una guerra tecnológica y comercial por crear la nueva superaplicación. El verdadero riesgo de esta aventura tecnológica no está sólo en la polarización social, el desplazamiento absoluto del Estado como ente regulador, sino en el control del destino de millones de seres humanos cuya vida literalmente pasará por estas aplicaciones. Después de todo, ¿quién vota por los CEO?