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Luis Villoro y las revoluciones
H

ace un cuarto de siglo, intentando entender la Revolución Mexicana, encontré un luminoso ensayo de Luis Villoro que me permitió superar el añejo debate entre quienes afirman que las revoluciones lo transforman todo (siguiendo a Michelet) y quienes aseguran que no cambian nada (siguiendo a Tocqueville). Recordaba don Luis que el concepto mismo de revolución se diluía, pues los historiadores revisionistas de diversas revoluciones han terminado por desechar la noción de ruptura y recomienzo como lo significativo de una revolución: vista desde un periodo largo, la ruptura con el pasado habría sido más ilusoria que real. Si la continuidad prevalece sobre el cambio, si la revolución no es un giro decisivo, si tiene lugar más en la mente de sus actores que en la realidad histórica ¿el de revolución continúa siendo un concepto útil para la historia?

Tras la lectura crítica de esos revisionismos, Villoro propuso una reformulación del concepto de revolución, según el cual, lo que caracteriza a las revoluciones modernas no es la transformación de las estructuras, sino la de la actitud o la relación de los individuos y grupos con la sociedad y la manera de entenderla y de ubicarse en ella.

Las actitudes son las disposiciones comunes a los integrantes de un grupo, favorables o desfavorables hacia la sociedad existente, que se expresan en creencias sobre la sociedad de acuerdo con preferencias y rechazos e impulsan comportamientos consistentes con ellas. Las actitudes implican la adhesión a ciertos valores y el rechazo a situaciones que no permiten realizarnos.

De esa manera, si encontramos que si un proceso histórico (sin discutir qué tanto transforma las estructuras políticas, económicas y sociales) transforma la actitud o las realidades ideológico culturales, puede llamársele revolución. Y lo encontré en la Revolución que yo estudié: de la última década del porfiriato a la década de 1920 pasamos de los festines (el oficial del Centenario, por ejemplo) con manjares y vinos franceses a la celebración de los moles y los pozoles; de la pintura impresionista, en formal copia de lo europeo, a Rivera, Orozco y Siqueiros… y, sobre todo, apareció una sociedad movilizada: obreros que estallan huelgas masivas y construyen sindicatos de clase; campesinos que lo mismo exigen al gobierno la tierra por la que lucharon, que la toman por su cuenta, dislocando poco a poco el latifundismo oligárquico.

No divaguemos: Luis Villoro llegó a esta forma de comprender la Revolución tras su estudio filosófico (muy mal recibido por los historiadores de entonces) de una revolución particular: El proceso ideológico de la revolución de Independencia (1953) es el segundo gran libro de interpretación histórica de Villoro que, como el anterior ( Los grandes momentos del indigenismo en México, 1950), pertenece a la búsqueda colectiva del Grupo Hiperión y otros intelectuales de la época (digamos de 1947 con El laberinto de la soledad a 1956 con la Visión de los vencidos) por desentrañar el ser del mexicano. Ahí encontró Villoro con claridad esos cambios de actitud: primero Hidalgo y luego Morelos y sus compañeros negaron en bloque el orden jurídico colonial, rechazaron la Conquista, negaron el pasado. Al dar la espalda al pasado y abrazar la libertad, los insurgentes hicieron suyas las ideas políticas liberales, la búsqueda de la república representativa y los principios fundamentales de libertad e igualdad.

En el Congreso de Chilpancingo Villoro percibe el triunfo de esta actitud histórica y de la nueva concepción política. La clase media reunida en este Congreso, al desconocer la organización política y social de la monarquía española, ya no fundaba la Independencia en las antiguas leyes; por el contrario, construía la nación sobre la noción de soberanía popular. La clase media abolía, con ello, la constitución social de la Colonia y elegía organizarse libremente de nuevo (María José Garrido: https://historicas.unam.mx/publicaciones /publicadigital/libros/escribir/ELH_011.pdf).

Así pues, en lugar de discutir las transformaciones reales o los ritmos de esas transformaciones, para Villoro lo central es el cambio de actitud, que deposita en el futuro los esfuerzos del presente. Y esas clases medias lo hicieron en contacto o tras el contacto con las clases oprimidas que con su acción destruyeron el orden colonial y se erigieron a sí mismas como fundamento del nuevo orden (en tanto se basaba en el soberanismo popular).

Hidalgo y Morelos, Villa y Zapata fueron vencidos, pero la acción de los ejércitos populares que mandaron transformó para siempre la realidad, la actitud.

Pd: hemos criticado en estas páginas al Grupo Hiperión y sus contemporáneos. No podemos dejar de añadir que mientras Leopoldo Zea u Octavio Paz se convertían en ideólogos del régimen o para el régimen, y Emilio Uranga se convertía en Galio Bermúdez (aunque nunca tanto como el actual Galio), Villoro transitó hacia un pensamiento crítico, siempre del lado de las rebeldías populares como las que historia. Su reflexión sobre la Revolución lo llevó a acompañar la revolución del EZLN, que lo es en tanto ha cambiado irremediablemente nuestras actitudes.