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Larga duración: la octava
E

stancamiento y descenso –en términos de moneda constante– de las compensaciones a los trabajadores, constituyen el mecanismo privilegiado para enfrentar la tendencia decreciente –también en términos de moneda constante– de la rentabilidad general de la economía. Y, en algunas ocasiones, acceder a cierto nivel de recuperación de dicha rentabilidad general.

El caso de la economía estadunidense lo muestra con nitidez si, como lo hemos comentado en estas líneas, estimamos esa rentabilidad con la relación que guarda el agregado del ingreso neto anual sin compensaciones a empleados, respecto a la suma de activos no residenciales más esas compensaciones a empleados.

El seguimiento de esta relación muestra que, efectivamente, el ataque a las compensaciones es un mecanismo usual, incluso obligado frente a fenómenos coyunturales que deprimen aún más la rentabilidad, y que los diferenciamos de los que podemos llamar estructurales que tienen el mismo resultado. Un resultado que, por cierto, inhibe la formación de capital y con ello el dinamismo económico.

Es el caso, por ejemplo, de la mayor intensidad en el uso de recursos de formación de capital y –como expresión de esta– la sobreacumulación de activos que incrementa la capacidad instalada de la economía, muy por encima de los niveles de crecimiento de la producción y de la capacidad utilizada en la economía.

Retomemos –entre otros– uno de esos fenómenos coyunturales: la elevación acelerada de precios de las llamadas commodities, derivada de múltiples y diversas razones, entre las que se incluye la violenta invasión de Rusia a Ucrania, que impulsa los precios internacionales del petróleo y del gas natural.

Pero no sólo eso. En los últimos 100 años se pueden reconocer coyunturas de elevación drástica de precios en múltiples casos: maíz, trigo, arroz, café, cobre, zinc, estaño, plata, oro y, desde luego, petróleo, gas natural y carbón. Un ejemplo reciente muy ilustrativo es la elevación y el descenso de precios durante la década de 2000. Sorprendentemente coincidentes para los casos de maíz, trigo, cobre, crudo, gas natural y carbón, entre otros.

Y no es que en fases donde no se registra esta elevación extraordinaria no haya transferencia de excedente, de rentas, que deprimen la rentabilidad general. Sí las hay, justamente por los diferenciales de fertilidad y ubicación de los recursos naturales, pero en momentos como el señalado, esas transferencias se incrementan notablemente. Y, consecuentemente, hacen más dramática –incluso violenta– la pugna por el excedente generado.

Es la expresión –lo anotan Smith, Malthus y Ricardo, pero más nítidamente Marx– de la pugna de intereses entre propietarios de los recursos naturales y propietarios del stock de capital. Pugna que, sin duda, es menos violenta que la estructural y permanente, entre ganancias y salarios, entre dueños del stock de capital y dueños de la fuerza de trabajo.

Por cierto, la inflación tiene una base estructural en estas pugnas, no sólo se vincula al volumen de dinero en circulación, a la rapidez con que este dinero circula y, evidentemente, al volumen de producción, como lo señalo Juan Bodino. No sólo. Hay más de fondo.

Terminemos con un señalamiento concluyente: si no recuperamos los elementos que nos permiten configurar las tendencias a largo plazo y los elementos que las modulan, no será posible sustentar –en todos los órdenes– las políticas públicas que debiera impulsar y sostener –con el debido cuidado y consenso social– un gobierno que lucha contra la desigualdad. De veras.