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A la maestra Delfina
L

a memoria pública poco sabe que los orígenes profesionales de la maestra Delfina Gómez, secretaria de Educación Pública, están dados en la Universidad Pedagógica Nacional y que en su ejercicio docente fue maestra de grupo, como se identifica a la docencia de nivel primario. Es una educadora.

Es bajo esas condiciones que le hago esta referencia: el próximo día 28 de julio deberíamos conmemorar con dignidad el sesquicentenario de la muerte de Benito Juárez. La efeméride ha caído del interés oficial por ya largos años.

Hoy todo se resume a una ceremonia formalista en el Patio Mariano de Palacio Nacional a la que altos funcionarios comparecen resignados y aburridos. A nuestros niños ni siquiera se les induce a conocer la figura del prócer con aquella noble fantasía del pastor que huye de Guelatao a Oaxaca y llegó a ser presidente. Juárez no existe para el alumnado.

Benito Juárez sigue siendo el más grande de los mexicanos. Esta declaración premeditadamente rotunda ha sido el credo de muchas generaciones que han encontrado en ella una fuente de su orgulloso patriotismo. Crecimos, fuimos a la escuela, concurrimos por la vida siempre orientados y comprometidos por la nunca igualada cátedra de civilidad que nos dio Juárez.

A diferencia de esa fortuna, actualmente los vientos de la modernidad han inspirado a cada gobierno a promover a su héroe favorito. No estaría mal, si no se olvidara a los protagonistas principales. Tal olvido tiene el resultado de que ciertos sectores de las nuevas generaciones los menosprecien con particular insolencia.

En décadas pasadas se nos iniciaba en el conocimiento de Juárez desde nuestros años de enseñanza primaria. Cantábamos el Himno a Juárez, bella obra de los maestros Mario Brena Torres y Enrique Sandoval que nos emocionaba. Más tarde lo rencontramos en el estudio del imperio de la ley y defensa de la patria.

Al morir se le supo despedir con la dignidad y grandeza del pueblo agradecido. Después, al primer centenario de su muerte, 18 julio de 1972, se le conmemoró decorosamente. Hubo trabajo ceremonial y editorial meritorio.

Se produjo un libro descriptivo llamado Muerte del presidente Juárez, un recuerdo conmovedor a 100 años del momento. Contiene no sólo colaboraciones de representantes del ala liberal. Suma también trabajos del hemisferio conservador.

La obra suprema fue el Epistolario de Benito Juárez, magnifica obra de investigación y edición del ingeniero Jorge L. Tamayo de 12 mil documentos organizados en 15 volúmenes. Ante esta magnitud, en el centenario del deceso, 1972, el estudio fue compendiado en 900 páginas y editado por el FCE. Este resumen debería ser reimpreso para el público en general y glosado para la escuela.

Pronto, posterior a su muerte, se inició la publicación de sus biografías. Aquellos autores describieron principalmente su intervención en la Reforma y en la lucha contra el Segundo Imperio.

Juárez no siempre expresó su pensamiento en horas de sosiego, las exigencias de la acción no dejaban tiempo para redactar juiciosamente tan vastos escritos, a falta de medios ágiles de comunicación, el texto seguía primando.

En tal situación bajo condiciones poco favorables, el presidente produjo gran parte de sus proyectos, informes, órdenes, manifiestos, comunicados y sobre todo cartas oficiales, personales e íntimas familiares.

La historia del país vivió con Juárez alguno de los momentos más intensos para el destino posterior de nuestro pueblo. Por encima de todo, su preocupación constante fue el imperio de la ley, éste como único medio de contrarrestar el desorden en que se encontraba la República.

Redujo la injusticia y el predominio de los menos sobre los más. Fue ejemplo para una Latinoamérica constantemente amenazada por Europa que lo nombró Benemérito de las Américas, título por nadie más alcanzado.

Maestra Delfina, en esta recordación, ¿qué proyectos tendrán la SEP y sus correspondientes estatales? El sesquicentenario está ya enfrente y nada se ha informado. Caeré en el retornelo de decir que siempre necesitamos del ejemplo cívico de nuestros grandes héroes. Al presente casi hemos olvidado a los próceres superiores a cambio de atribuir desproporcionados méritos y dispensar honores a quien poco o nada merece.

Hemos levantado altares a patricios menores y olvidado a incomparables padres de la patria. Se ha exaltado en bronce hasta a José López Portillo (en Campeche) e increíble, un día se erigió una estatua en el Paseo de la Reforma a Heydar Aliyev, prócer de Azerbaiyán. La autoridad dio como razón que aquel gobierno cubrió los costos.

Necesitamos retomar la conciencia de que honrar permanentemente a aquellos hombres y mujeres es parte del alma ciudadana. Preocupa que siendo mexicanos de excelencia su recuerdo se haya empequeñecido.

Parece que Juárez sólo tiene espacio en un patiecito de palacio. Entristece aceptar que una patria sin héroes está lejos de serlo, pero esa parece ser nuestra realidad, o ¿me equivoco, maestra?

Inevitable posdata: Alito puede ser una de las sombras más oscuras del sexenio. Por la salud de todos, con la ley en la mano hay que encarcelar al señor. La ejemplaridad necesaria dicta: ahora o nunca, señor Presidente.