Editorial
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Senadores republicanos: necedad imperialista
E

l presidente Andrés Manuel López Obrador emplazó ayer a los senadores estadunidenses Ted Cruz y Marco Rubio a presentar pruebas en su contra después de que Rubio lo acusara en Twitter de haber entregado secciones de México a los cárteles del narcotráfico. El mandatario señaló que él no es Felipe Calderón para que se le imputen vínculos con el crimen organizado, y reviró que en cambio sí hay pruebas de las donaciones realizadas a Cruz por el lobby armamentista estadunidense.

El encontronazo con el legislador por Florida se originó en las diferencias en torno a la exclusión de Cuba, Nicaragua y Venezuela de la Cumbre de las Américas que tiene lugar esta semana en Los Ángeles. Mientras el presidente López Obrador ha denunciado que, al arrogarse la potestad de otorgar o retirar credenciales democráticas, Washington exhibe que persiste en su vieja política de intervencionismo, de falta de respeto a las naciones y a sus pueblos, Rubio lo tilda de un presidente que tiene palabras duras para líderes democráticamente electos en Estados Unidos, pero elogios para un dictador en Nicaragua, un narcotraficante en Venezuela y una tiranía marxista en Cuba.

Por otra parte, las desavenencias con su correligionario republicano por Texas vienen de más atrás. En febrero pasado, Cruz afirmó que en México hay una ruptura del estado de derecho y un crecimiento del descontento de la sociedad civil, tendencias que el Presidente parece estar decidido a empeorar. Asimismo, aseguró que el colapso de las instituciones mexicanas en el gobierno de López Obrador es una amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos y que había presionado a la administración de Joe Biden para detener y revertir esta tendencia mortal.

Para entender la embestida de estos senadores contra México y su gobierno es necesario recordar que ambos son descendientes del exilio cubano anticastrista y pertenecen al ala más radical del partido republicano, es decir, que se encuentran a la derecha de la derecha. Los dos son furibundos antimigrantes, opositores al matrimonio entre personas del mismo sexo, activistas contra el derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos en materia reproductiva y reconocidos halcones; es decir, que propugnan sin tapujos por el uso de la fuerza militar para imponer las visiones e intereses de Washington en el resto del mundo. Aunque compitieron con Donald Trump en las primarias republicanas para obtener la nominación presidencial en 2016, una vez que el magnate llegó al poder se convirtieron en sus más leales adictos, hasta el punto de que Cruz estuvo entre los ocho senadores republicanos que se opusieron a certificar la victoria electoral de Biden el 6 de enero de 2021, mismo día en que una turba de trumpistas asaltó el Capitolio.

Así, no sorprende que estos personajes se lancen contra una postura como la mexicana, basada en el respeto a la soberanía y a la autodeterminación de los pueblos, ni es motivo de pasmo el que la derecha mexicana retome sus diatribas como si fueran una validación del odio que sienten hacia el Presidente y su proyecto. Ante el ir y venir de señalamientos de uno a otro lado de la frontera, la sociedad mexicana debe ser advertida de que no está en juego el presunto apoyo a naciones cuya condición democrática se pone en entredicho, sino la vigencia de la soberanía que defiende el gobierno federal mexicano o el imperialismo enquistado en la mayor parte de la clase política estadunidense.