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La chica del cabello rosa
H

ace tres años, la plataforma Netflix estrenó en exclusiva Girl (2018), primer largometraje de ficción del joven director belga Lukas Dhont, donde se narra la historia de Lara (Victor Polster), una bailarina de 16 años empeñada en participar, con el apoyo incondicional de sus padres, en un largo y doloroso proceso de reasignación de género que le permita revertir su desarrollo físico masculino y asumir la identidad femenina que desde la infancia considera ser la que le pertenece.

La sorpresa mayor en aquella película era la natural y desprejuiciada forma en la que sus maestros de baile, familiares y personal de salud hacían frente a los duros dilemas que vivía la joven. Algo radicalmente distinto sucede ahora con la protagonista de otra cinta belga, en coproducción con Francia, filmada un año después, La chica del cabello rosa y una patineta al hombro (Lola vers la mer, 2019), del director y guionista Laurent Michel. En este último relato no sólo debe la adolescente Lola (Mya Bollaers) lidiar con los recuerdos de una infancia marcada por el hostigamiento y burlas de sus primos, sino también reivindicar, 12 años después, su derecho a concluir con éxito el proceso de cambio de género, sin contar ya con el apoyo de su madre, recién fallecida, y debiendo en cambio soportar el recelo intransigente de Philippe, su padre (Benoît Magimel), quien le reprocha su preferencia de género, responsabilizándola de ser la causa indirecta de la muerte de su esposa.

Cuando padre e hija trans se ven obligados a viajar juntos hacia la costa belga para esparcir ahí las cenizas de la madre, su última voluntad, a la par de una disposición de dejar dinero suficiente para la operación de la joven, el padre añade a su experiencia de duelo el creciente interés por conocer finalmente al hijo Lionel/Lola a quien por largo tiempo ha ignorado o desdeñado. En este road movie sentimental y agridulce, más que asistir al proceso de madurez de la chica transgénero, lo que el director expone, con mirada perspicaz y una fina atención a los detalles, es el difícil aprendizaje de Philippe como padre de familia insensible y moralmente inmaduro. Basta ver el asombro con que se percata de la solidaridad real que existió entre la madre y el adolescente ansioso de realizarse como mujer. Entre ellos se tejió un lazo afectivo clandestino que jamás pudo sospechar, y cuya trascendencia póstuma lo irrita profundamente. Todo lo hicieron a mis espaldas, protesta, sintiéndose traicionado. Benoît Magimel, actor estupendo, transmite muy bien la sensación de confusión e impotencia de un padre que súbitamente se descubre huérfano de afectos. Lola, en tanto, pone de manifiesto, en todo momento, su vocación de autonomía, ejercitada a pulso a raíz de una carga acumulada de agravios transfóbicos.

El ajuste de cuentas entre padre e hija transcurre virtualmente a puerta cerrada, ya sea en el interior de un automóvil, una casa de campo abandonada o un antro de mala muerte al borde de la carretera. Hay diálogos ríspidos, reproches sin fin, resentimiento por ambas partes, pero sobre todo el necio deseo de Philippe, viudo inconsolable, de pretender proteger de modo paranoico a Lola de las supuestas amenazas que se ciernen sobre ella por su cambio de sexo, en rigor, siempre menores a los maltratos y abandonos de los que él mismo es primer responsable.

Entre nubarrones de tormenta, encierros en lugares inhóspitos y algunos raros momentos festivos (escena de baile de Lola y una trabajadora sexual al ritmo de la banda británica ochentera Culture Club), la cinta de Laurent Micheli pone cara a cara a dos personajes en todo disímbolos: un hombre recio con severas fisuras de vulnerabilidad, interpretado por un actor muy experimentado, y una joven sólo en apariencia frágil, encarnada por una actriz trans en su primer trabajo profesional, dotada de un vigor moral sorprendente y una ironía capaz de reducir a su padre a una triste figura de autoridad desgastada. Aunque buena parte de la trama pareciera encaminarse hacia un melodrama de reacomodos afectivos convencionales, el director depara sorpresas en un desenlace dramáticamente sobrio, tan inesperado como emotivo.

Se exhibe en la sala 9 de la Cineteca Nacional a las 21 horas.