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Drive my Car
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▲ Fotograma del largometraje Drive my Car del cineasta Ryusuke Hamaguchi.
L

a carrera artística del cineasta japonés de 43 años Ryusuke Hamaguchi es fulgurante. En poco tiempo se ha convertido en una figura favorita de los festivales de cine. Simplemente en México, este año, el festival de cine independiente Black Canvas permitió conocer tres títulos notables del director: Pasión (2008), Hora feliz (2015) y La ruleta de la fortuna y la fantasía (2021). En la estupenda programación que ahora ofrece Ficunam se ha proyectado, con acogida entusiasta, su producción más reciente, Drive my Car (2021), largometraje de tres horas de duración que sorpresivamente obtuvo nominaciones importantes para el Óscar y que esta semana tiene su estreno comercial en México.

Basada en un relato homónimo breve (apenas 40 páginas) del exitoso novelista japonés Haruki Murakami, Drive my Car relata la historia de Yusuke Fakuku (Hidetoshi Nishijima), un director y actor de teatro que atraviesa por una intensa crisis emocional luego de la pérdida de su esposa, la guionista televisiva Oto (Reika Kirishima), fallecida dos años antes por una hemorragia cerebral. En los primeros 40 minutos de la cinta el realizador describe las peculiaridades de la vieja relación amorosa, mostrando la dinámica de dos artistas que habían hecho del sexo el combustible más potente para encontrar la inspiración creadora mediante una erótica lluvia de ideas en el lecho conyugal. Yusuke, quien sospechaba las repetidas infidelidades de su esposa (en principio necesarias para atizar su imaginación de escritora), se ve obligado a confrontrar directamente una de ellas. Este descubrimiento le revela lo mucho que ignora de su cónyuge y la dificultad de discutir con ella el asunto, hasta el momento en que esa situación embarazosa se cierra abruptamente con la muerte inesperada de quien ahora habrá de volverse una presencia fantasmal incómoda y la razón principal de un bloqueo artístico pasajero.

Los créditos iniciales de la película aparecen sólo al cabo de ese largo prólogo y reactivan la acción dos años después, en la ciudad de Hiroshima, donde el director ha sido invitado para una residencia teatral en la que deberá escenificar El tío Vania, de Antón Chéjov. Acostumbrado a ensayar los parlamentos de las obras mientras maneja su au-to, siempre a partir de cintas grabadas, Yusuke tendrá que aceptar ahora que se le asigne, por exigencia de una aseguradora, la presencia de Misake (Toko Miura), una joven chofer introvertida con quien comparte, para sorpresa suya, viejas historias de conflictos sentimentales mal resueltos y de enigmáticas culpas morales. Drive my Car es la historia de este mutuo entendimiento catártico que a su vez encuentra en los ensayos y puesta en escena de El tío Vania una insospechada prolongación artística. En el reparto chejoviano que reúne a actores de diversas nacionalidades asiáticas en una insólita Babel escénica que incluye a una estupenda actriz muda, destaca la presencia del joven comediante Takatsuki (Masaki Okada), antigua pareja sexual de la esposa del director de teatro. Dirigir en escena a este viejo rival, extraer de él las claves para entender la conducta ambigua de su mujer desaparecida, oficiar a lado suyo un extraño ritual de relevo generacional, es una dinámica interesante que se yuxtapone a la relación que sostiene Yusuke con la chofer a quien paulatinamente incorpora a esa intimidad emocional suya de la que inicialmente pretendía excluirla.

La mayoría de los personajes de Drive my Car presentan grados diversos de vulnerabilidad afectiva que la propia obra de Chéjov potencia y dilucida. Los dos espacios centrales de la cinta son la sala de ensayos teatrales, donde los actores intercambian sus certidumbres y dudas profesionales mientras exponen sus flaquezas emocionales, y el ámbito hermético del pequeño automóvil rojo, particularmente propicio a las confidencias y a los abandonos afectivos. Como en sus películas anteriores, Ryusuke Hamaguchi se muestra aquí, de nueva cuenta, como un minucioso observador de las relaciones humanas (profesionales y afectivas), vinculadas ahora a un proceso de creación e interacción artística (el montaje y la trama espejo de El tío Vania), frente al cual habrán de contrastarse y medirse. Esta experiencia singular, resuelta con maestría narrativa, es un goce nada desdeñable que con creces justifica las tres horas que se le habrán quitado a una serie o a una película de acción menos gratificadora.

Se exhibe en la Cineteca Nacional, Cinemex, Casa de Cine y Cine Tonalá, y en la plataforma MUBI a partir del primero de abril.