Opinión
Ver día anteriorJueves 10 de marzo de 2022Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El virus del miedo
A

penas comenzábamos a vernos salir de una pandemia que dura ya dos años, la guerra se presenta ahora en el horizonte. De nuevo, surge la amenaza de una catástrofe nuclear que se creía enterrada gracias a la llamada política de disuasión desde la llamada Guerra de los misiles, la cual puso el mundo al borde de un enfrentamiento nuclear de consecuencias devastadoras el 22 de octubre de 1962. Conflicto resuelto gracias a las negociaciones entre los dirigentes de Estados Unidos y la antigua Unión Soviética.

Cierto, a lo largo de la historia, los seres humanos han sufrido catástrofes diversas, de origen natural o provocadas por ellos mismos: el diluvio, la peste, la guerra intestina o mundial. Para intentar escapar al peligro de un nuevo diluvio, los hombres deciden construir la torre de Babel, en cuyas cimas podrán protegerse de la inundación de todas las tierras. El resultado es la multiplicación de lenguas y la imposibilidad de comunicar que los obliga a abandonar la construcción y a esparcirse por toda la Tierra. Al parecer, un mal no llega solo.

No hay mal que por bien no venga, dice el proverbio utilizado por Juan Ruiz de Alarcón como título de una de sus comedias. Refrán que completa la frase: ni que dure cien años. Consuelo optimista para enfrentar enfermedades, desgracias y otros males que aquejan a los seres humanos. Ante la pandemia, se intensificó la búsqueda de vacunas. La disuasión nuclear, ¿podrá evitar una deflagración mundial?

La proliferación de las lenguas no impide hablar. Ni mentir. Al contrario, cada quien defiende su punto de vista y las polémicas se multiplican hora tras hora. Se sabe que la primera víctima de una guerra es la verdad. Puede comprobarse cada día la pertinencia de esta constatación. El único resultado de las feroces propagandas difundidas por todos los órganos de prensa es la duda que se instala con el miedo que la acompaña necesariamente. La inseguridad, la incertidumbre, desencadenan el temor en las personas más normales. ¿Cómo puede vivirse sin sobresaltos y espanto cuando se camina sobre un terreno movedizo, cuando reina el sentimiento de vulnerabilidad, de verse indefenso ante el peligro, cuando se vive en la inminencia de un peligro mortal?

Sin embargo, este miedo es acaso utilizado por el poder en beneficio propio. Esta instrumentalización del temor pudo verse en Francia y en otros países durante la pandemia. Se encerró a la gente en su propia casa, sin necesidad de cárceles, y la gente se confinó por su propia voluntad, sin protestar, a causa del terror al contagio de un virus que se proclamaba mortal. En apoyo, las cifras diariamente anunciadas en los medios de comunicación. ¿Qué mejor manera de evitar manifestaciones, impedir mítines y otras reuniones públicas si no el confinamiento? Se acabó, así, con los chalecos amarillos, las protestas contra la reforma de la jubilación o las huelgas de ferrocarrileros y otros trabajadores?

Miedo, ahora, ante la amenaza de las armas nucleares anunciada por el Kremlin y la posible respuesta de los países que forman la Organización del Tratado de Atlántico del Norte. Este peligro es erguido como un espantapájaros siniestro por algunos mandatarios para asegurarse un poder creciente. En Francia, la próxima elección presidencial favorece al actual ocupante del Eliseo: cuando hay incertidumbre y temor se escoge al hombre en el poder. La campaña electoral por la presidencia de Francia se vuelve imposible y silenciosa. Así, se habla de una elección robada a la democracia.

La pérdida de seguridad desequilibra. Las consecuencias pueden ser graves. Un viento de locura recorre el mundo. Los dirigentes del planeta deberían recordar que el poder no sólo corrompe, sino también enloquece. Y el poder absoluto corrompe y enloquece absolutamente. Ruido y furor que pueden llevar al borde de la locura y la violencia. Parece haber mandatarios que, en vez de tranquilizar, se tomasen por modernos jinetes del Apocalipsis.