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Guerra premeditada
Voluntarios reciben en Rumania a ucranios en medio del frío inclemente
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Periódico La Jornada
Jueves 3 de marzo de 2022, p. 5

Siret. La solidaridad no tiene idioma y se impone a la severidad del clima. En esta zona del este europeo los lenguajes comienzan a mezclarse y el frío cala los huesos. Eso no detiene el ímpetu de los voluntarios que se han apostado a unos metros del paso fronterizo para recibir a los miles de evacuados que, día a día, pasan por este punto para alejarse de la guerra.

No renuncian en su empeño por brindar cierto confort a los refugiados. La bienvenida no es cálida, no puede serlo. No se debe a las bajas temperaturas, sino al contexto que rodea al éxodo ocasionado por una invasión que no alcanzan a comprender.

Quienes llegan desde Ucrania traen consigo apenas una, a lo mucho dos maletas. No hay forma de entender la odisea que han enfrentado para trasladarse hasta este sitio. Sus sensaciones se mezclan: están a salvo, pero a qué costo.

Traen el corazón roto. Sus miradas lucen perdidas, reflexivas, como evocando lo que acaban de perder hace unos días, quizá horas. Con la esperanza de volver. Los rostros tras los cubrebocas y gorros para el frío, al igual que los idiomas, muestran la diversa gama de nacionalidades: ucranios, la mayoría, paquistaníes, indios, chinos.

No english”, alcanza a decir un ucranio que camina a unos metros del puente fronterizo al ser abordado por el reportero. No frena el paso, pero de pronto, comprende parte de la pregunta y en una palabra lo describe todo: ¡terror! ¡terror!, grita mientras se aleja acompañado de su esposa e hijo.

Bajo atuendos adecuados para soportar menos dos grados centígrados que indica el termómetro, se alcanza a distinguir a un hombre joven, fornido y alto que arrastra sin dificultad dos grandes maletas y la mujer toma de la mano al pequeño. Se alejan sin decir más.

Un sacerdote cristiano ortodoxo los intercepta: “¡surprise!”, dice al tiempo que entrega al pequeño un chocolate. El niño apenas sonríe y junto a sus padres, sigue su camino.

A unos pasos de la frontera ucranio-rumana se ha instalado un campamento de apoyo a los refugiados que escapan de la zona de conflicto. El país balcánico se ha convertido en una alternativa para quienes huyen de la guerra, mujeres y niños sobre todo, ante la colapsada Polonia, cuya frontera con Ucrania ha registrado en estos días el mayor número de pasos.

Aquí, en Siret, se instalaron dos zonas de carpas. A las primeras sólo tienen acceso los recién llegados, para su descanso tras los largos trayectos para alcanzar y cruzar la frontera. A muchos les toma más de 40 horas.

En la otra, se ubican los voluntarios, cuyo apoyo rebasa las barreras del idioma. Ofrecen café, agua, comida, medicamentos, abrigos, golosinas y hasta juguetes a los miles que llegan de Ucrania. Se les informa que hay transporte gratuito hasta el refugio más cercano.

Hay instituciones como el Comité Internacional de la Cruz Roja, pero también organizaciones civiles y religiosas, más de 97 por ciento de la población de Rumania profesa el cristianismo.

Justina Kioresku, voluntaria para I.S.U Suceava, tiene apenas 18 años pero la tragedia de la catástrofe la llevó a afiliarse. Toda la gente que viene aquí está muy triste, pero cuando interactúo con ellos, veo en sus rostros una sonrisa, y estoy feliz por eso.

Constantino Tatariu presume que habla español. Lo aprendió cuando trabajó en una cocina en Estados Unidos, rodeado de migrantes mexicanos. Es parte de una iglesia ortodoxa. La gente necesita transporte para Bucarest, muchos van para Europa Occidental porque mucho ucranio trabaja ahí, en España o Italia.

Silvio no descansa en su labor. Brinda apoyo en una carpa de medicinas y ropa. Es una situación difícil, dice, y envía un mensaje a los dirigentes políticos: Que paren la guerra. Todo el mundo tiene que pensar en tiempos de paz.