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Ucrania: ¿como la crisis de los misiles?
C

uando el viceministro ruso del exterior, Sergei Ryabkov, advirtió que el impasse entre Moscú y Washington acerca de Ucrania podría desencadenar una crisis semejante a la crisis de los misiles en Cuba, no sólo se refería al peligro de una guerra nuclear, que estuvo a punto de estallar, también recordó a Washington que Rusia no es la única gran potencia celosa de su esfera de influencia. Rusia tiene su zona extranjera cercana y Estados Unidos su patio trasero, como lo definió la doctrina Monroe en 1823, al advertir a las potencias europeas que permanecieran en su lado del Atlántico.

En octubre pasado, hace 60 años, la Unión Soviética proyectó su poderío militar hacia el hemisferio occidental al emplazar misiles nucleares en Cuba. El objetivo principal del premier soviético Nikita Kruschev, como sabemos ahora, era proteger a Cuba de otra invasión estadunidense. (La invasión de Playa Girón había fracasado el año anterior y Washington tenía planes de intentar otra, esta vez usando tropas propias).

Para el presidente John F. Kennedy, esta intrusión en la esfera de influencia estadunidense era intolerable, no sólo porque suponía una amenaza militar, sino porque si Washington no defendía su propio vecindario, pondría en duda su credibilidad. Para Kennedy, valía la pena arriesgarse a una guerra termonuclear con tal de rechazar la incursión soviética. Si Kruschev no hubiera desistido, accediendo a retirar sus misiles, Estados Unidos estaba dispuesto a lanzar una invasión en plena escala a Cuba.

Hasta este día, Estados Unidos no ha aceptado la idea de que un gobierno hostil, aliado con una superpotencia rival, pueda existir a sólo 140 kilómetros de la costa de Florida. Este año marca no sólo el 60 aniversario de la crisis de los misiles, sino también el del embargo económico estadunidense contra Cuba, diseñado para derrocar al gobierno de la isla y remplazarlo con uno más del agrado de Washington. Como proclamó con candidez John Bolton, el consejero nacional de seguridad de Donald Trump, la doctrina Monroe está viva y vigente.

Sin embargo, el gobierno de Biden no parece reconocer su arrogancia de gran potencia. No podemos regresar a un mundo de esferas de influencia, declaró a CNN el secretario de Estado Antony Blinken, fustigando a Rusia por sus intentos de ejercer influencia sobre los antiguos estados soviéticos. No vamos a respaldar eso. En apariencia no había leído las declaraciones de postura anuales del comando sur estadunidense durante la década pasada, cada una de las cuales define la creciente influencia de Rusia, China e Irán como una de las principales amenazas que Estados Unidos enfrenta en el hemisferio occidental. La versión de 2021 eleva a estos entrometidos a un nombre colectivo: estados actores externos (EAE): externos a la esfera de influencia estadunidense.

Cuando el diplomático ruso Sergei Ryabkov sugirió que Rusia podría aumentar su postura militar en Cuba y Venezuela en respuesta al reforzamiento estadunidense en Europa oriental, la advertencia de Washington fue inequívoca. Cualquier intento ruso de emplazar misiles en América Latina sería una acción agresiva, declaró la embajadora ante Naciones Unidas, Linda Thomas-Greenfield, y sería recibida con una fuerte respuesta. Si Rusia se mueve en esa dirección, dijo el consejero de seguridad nacional Jake Sullivan, la enfrentaríamos con decisión.

Los funcionarios de Biden no parecen captar la ironía de defender una esfera de influencia estadunidense mientras condenan los reclamos rusos sobre la suya. No ha cambiado mucho en los 60 años transcurridos desde la crisis de los misiles, cuando los misiles soviéticos en Cuba eran, por definición, armas ofensivas, mientras los de Estados Unidos en Turquía eran sólo defensivas.

Si el presidente Joe Biden habla en serio de remplazar esferas de influencia con lo que el secretario Blinken llamó un orden internacional basado en reglas, en el que los estados pequeños puedan decidir su futuro, libres de la coerción de las potencias, puede empezar en su propio patio trasero. La política estadunidense de cambio de régimen hacia Cuba, basada en la coerción económica y la subversión –política que Biden heredó de Donald Trump y se mantiene sin cambio– no ha funcionado durante más de 60 años. Remplazarla con una política de consenso y coexistencia sentaría un buen ejemplo para el presidente Putin en su zona vecina.

* Artículo publicado originalmente por Aulablog, del Centro para Estudios Latinoamericanos y Latinos de la Universidad Americana. William M. LeoGrande es profesor de gobierno en dicha universidad y coautor con Peter Kornbluh de Back Channel to Cuba: The Hidden History of Negotiations between Washington and Havana (University of North Carolina Press, 2015).