Opinión
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El gran arquitecto Sergio Zaldívar
T

enía 87 años al morir, pero en octubre pasado tuvo todavía el ánimo de darse el gusto de recibir a unos tertulianos que forman parte de uno de sus círculos más cercanos. Fue una tarde espléndida tanto por las charlas como por las magníficas viandas que nos ofreció.

Ningún síntoma hubo de que no nos volveríamos a ver, sin embargo, abandoné el cónclave con una sensación de vacío que me retenía sin saber por qué a la hora de decirle adiós.

Dada nuestra particular coincidencia en la vocación vallartense, nos prometimos coincidir en el puerto preferido precisamente a finales del presente mes de enero…

Empezando el año, llegaron ya noticias alarmantes sobre una alianza gástrica con problemas cardiacos. Finalmente se nos fue este arquitecto, imbuido de un mexicanismo intenso que marcó toda su brillante trayectoria. Tal vez haya quien pueda acreditarse la salvación de más monumentos de valor histórico, pero seguro es que a nadie puede agradecérsele la supervivencia de algunos de tanta valía.

Trabé conocimiento con él hace más de 50 años, durante un efímero paso, ya egresado de la Facultad de Arquitectura de la UNAM y antes de residir en Italia, por la Universidad Autónoma de Guadalajara. Había caído como muchos en el error de suponer que la autonomía era motivo de afinidad entre ambas casas de estudio, cuando en realidad resultaban antagónicas. El fascismo de la institución tapatía no podía ser más opuesto ni a la idea del mundo de Sergio ni al concepto educativo de su alma mater.

Caído en la cuenta de que no se avenía a los famosos tecos, encontré muy rica su amistad en aquella perla tapatía que era tan rústica entonces. Procuré su amistad pero, como era de esperarse, se esfumó al primer año…

Coincidimos en el INAH y resultó muy enriquecedor en nuestros primeros pininos para evitar que la picota del progreso acabara con varias fincas coloniales, pero luego lo perdí de vista, aunque no dejé de tener noticias. Fue la época de sus mayores éxitos que, claro está, le generaron también ácidos rencores de los muchos mediocres y vividores que México padece en dicho gremio, en especial los institucionales.

Nuestro rencuentro a la sombra de mi paisano José Rogelio Álvarez, de muy feliz memoria también, regresó nuestra convivencia y, ante la cauda de experiencias y éxitos que había acumulado ya, resultaba de una enorme riqueza cultural y emocional cada uno de los muchos encuentros que tuvimos, habiendo incluso disfrutado repetidas veces de su hospitalidad y, por ende, de largas charlas mano a mano intercambiando experiencias y anécdotas e, incluso, analizando cuidadosamente la problemática urbana de Puerto Vallarta, Jalisco.

Sergio incluso tenía un departamentito precioso y muy bien ubicado en el que pasaba largas temporadas y en el cual empezamos a construir, con la complicidad del INAH, el proyecto de establecer ahí un museo de arqueología nacional… Lo cierto es que se atoró porque el presidente municipal de entonces se rajó en cumplir con lo que había prometido.

Sergio ya no lo verá, pero si tengo aliento, me encargaré de ayudar a que se le recuerde de manera especial.