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La UNAM en 1968: el desencuentro
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a relación entre la Universidad Nacional y el Estado ¿ha sido siempre tersa? De ninguna manera. Si bien desde mediados del siglo XX el compromiso gubernamental mantuvo una constante y la UNAM pudo desarrollarse dentro de márgenes razonables de autonomía, en 1968 el pacto entre la institución y el Estado se rompió de manera abrupta. La segunda mitad de los 60 marcaba una crisis estructural del Estado en que se ponían de manifiesto los límites de un régimen que acusaba profundas desigualdades sociales y una cerrazón política insostenible. Así, el movimiento universitario y social del 68 cimbró al Estado mexicano y exhibió ante el mundo las limitaciones de su presidente.

El gobierno de Díaz Ordaz, como clara expresión de un país que seguía mirando al pasado, pondría de manifiesto su vocación autoritaria y falta de sensibilidad ante un movimiento universitario que, además de responder a la problemática nacional, se relacionaba con las expectativas transformadoras de la juventud en el ámbito global. En términos de Hobsbawm ( Historia del siglo XX, Crítica, Barcelona, 2000), los jóvenes constituían un sector que en los más distintos espacios geográficos –México, Estados Unidos y Europa– manifestaban su inconformidad y espíritu libertario ante el resto de la sociedad y el orden establecido.

El 68 mexicano constituyó una clara expresión de tales tendencias y representó un punto de inflexión que marcaría en múltiples sentidos el inicio de una etapa para el país. El movimiento expresa en primer lugar a una juventud que logrará una singular confluencia dentro de la institución articulando a las diversas facultades y escuelas. Así, los jóvenes son quienes asumirán la inédita representación –especialmente a través del Consejo Nacional de Huelga– de sus instituciones: la propia UNAM, el Instituto Politécnico Nacional, la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo y la Escuela Normal Superior, entre otras. No podría omitirse la representación lograda por los docentes, a través de la Coalición de Maestros de Educación Media y Superior pro Libertades Democráticas. También resultará de gran significación la presencia del rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, quien jugará un importante papel a lo largo del 68.

El movimiento surgió de un incidente, en julio, entre preparatorianos y culminó el 2 de octubre en Tlatelolco con la intervención del Ejército contra los estudiantes. La ruta del movimiento del 68 pasaría por múltiples acciones y grandes manifestaciones principalmente en la Ciudad de México: la marcha en defensa de la autonomía, encabezada por el rector; la manifestación que concluirá con un plantón en el Zócalo; la manifestación del silencio, y las múltiples expresiones de estudiantes recorriendo la capital para difundir sus reivindicaciones al grito de: ¡Únete, pueblo! Todas ellas reflejan una efervescencia social que sólo será contenida mediante el Ejército y los operativos secretos –o abiertos– de la policía de entonces.

En esa ruta sucederán hechos como la ocupación militar de la Ciudad Universitaria y de otras sedes de la UNAM y el IPN, así como un intenso intercambio de declaraciones entre las autoridades institucionales, el gobierno nacional y los diversos actores de la vida política nacional. A la par, la voz del rector que pasará de lanzar contundentes argumentos en favor de la autonomía y el respeto al saber y sus instituciones a presentar una renuncia que no será aceptada por una Junta de Gobierno alineada a las reivindicaciones universitarias.

No podría omitirse en este apretado recuento una referencia a los seis puntos del pliego petitorio, los cuales evidencian el amplio sentido social y político de las reivindicaciones estudiantiles: libertad de los presos políticos; destitución de los titulares de la policía; extinción del cuerpo de granaderos; derogación del artículo del Código Penal relativo al delito de disolución social, y deslinde de las responsabilidades de represión y vandalismo por las autoridades policiacas y militares. Es decir, un grito de libertad ante el statu quo.

El 68 simboliza la confluencia de los estudiantes y del rector, quien logró expresar con fuerza su responsabilidad institucional ante una personalidad cuyo discurso aseguraba respetar la autonomía, pero enviaba a las fuerzas del orden contra la institución. Y eso tenía su historia. Hace algunos años le escuché a Luis Javier Garrido una anécdota sobre Barros Sierra y Díaz Ordaz ocurrida durante el gobierno de Adolfo López Mateos. Estando los dos ante una puerta, Díaz Ordaz le habría dicho al ingeniero: primero los sabios, a lo cual el ingeniero habría respondido: no, primero los resabios. Este relato, que he encontrado también referido por Krauze, ilustra la distancia que ya se vislumbraba entre quienes encabezarían a la UNAM y al gobierno nacional.

En síntesis, la Universidad Nacional enfrentó en 1968 al gobierno mexicano. Dicha crisis tuvo, no obstante, un resultado positivo: se ratificó el respaldo de amplios sectores a la UNAM y ésta, a su vez, fortaleció su compromiso ante la nación. En las Conversaciones con García Cantú se recogen las palabras de Barros Sierra ante la Junta de Gobierno: Si mucho es lo que recibimos del país, mucho más es lo que debemos darle. Hay un único privilegio que reconocemos tener: el de servir al pueblo del que somos parte; por ello ni la universidad ni sus autoridades pueden ser instrumentos de partidos, facciones o grupos. El nuestro es un deber más profundo que el creado por las circunstancias o las ambiciones. La universidad tiene una misión principal: formar hombres, educarlos, hacerlos útiles a México.