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No sólo de pan

Los mexicanos, de policultivos

L

as poblaciones que se desarrollaron entre las latitudes de los 30 grados y los polos norte o sur debieron separar las gramíneas, base de su alimentación, porque en dichos territorios crecían naturalmente entreveradas pero con desfases, tanto en su respectiva altura como en el tiempo de maduración de sus granos, cohabitación que si bien permitió la hibridación natural mucho antes de su cultivo, llegó el día en que los habitantes de dichas latitudes debieron separarlos y crear los monocultivos, más fáciles de sembrar, cuidar y cosechar, mismos que, con el tiempo, exigieron una tecnología particular, como el arado para revolver la tierra, luego la yunta y el descubrimiento de las propiedades de los desechos del ganado (o de aves) para devolver a los campos una fertilidad que antes aportaba la diversidad vegetal con sus ciclos de maduración y detritus.

Sin embargo, llegó el momento en que el crecimiento demográfico superaba constantemente la productividad de los suelos, y esto a pesar de una biodiversidad supletoria como fueron las rotaciones de cultivos, llevando a los pueblos de los trigos hacia una estrategia de supervivencia con base en un expansionismo territorial que fue imparable a lo largo de milenios, y que, por lo mismo, les inspiró una tecnología de guerra insuperable por los pueblos que surgieron y se desarrollaron con base en los policultivos del arroz, del maíz y de los tubérculos farináceos. Con ello, la tecnología de guerra y todos sus precursores y derivados, convirtieron a los pueblos de los trigos en los dueños de la verdad universal, llamada generalmente ciencia.

Mientras tanto, los milenarios policultivos, creados por los pueblos que habitaron entre los 30 grados hacia el Ecuador desde el norte o desde el sur, sea alrededor del arroz (en la faz terrestre que llamamos oriente) sea en torno al maíz (en la faz occidental) o con base en el cultivo de tu-bérculos (que no recolección) dentro del cinturón ecuatorial, dieron sus frutos y se expandieron virtuosamente en dichas áreas del Planeta, sin agotar los suelos, propiciando una extensa actividad comercial en vez de guerras y dando pie a complicadas cosmogonías.

Este no es espacio suficiente para profundizar en el desarrollo desigual de la humanidad, que no de lo humano (pues hay que comenzar por discutir el concepto de desarrollo) pero sí cabe señalar aquí que, si lo maravilloso del Planeta y del Universo es su infinita diversidad, el llamado desarrollo en nuestro mundo ha sido y es una tendencia a igualar los parámetros, según una perspectiva única. Así, en el caso que nos ocupa: la productividad de la tierra (superficie por volumen de un solo producto), inventado para ir superando cada meta, constituye una manera de forzar la naturaleza en sus modos, sus tiempos, sus condiciones de posibilidad y en su propia composición… Y, para colmo, una descalificación de nosotros mismos si nos atrevemos a cuestionar la CIENCIA, cuando tratamos de revalorar a NATURA.

Los mexicanos comemos pan de trigo, es irreversible, y delicioso… Pero nuestros ancestros inventaron un sistema prodigioso, seleccionando plantas que, si de por sí algunas crecían juntas y en todo tipo de tierras, ellos desarrollaron un conocimiento que es el reverso del que propiciaron los trigos, al acoplar lo que puede favorecerse mutuamente en una biodiversidad más compleja que la original, riquísima en propiedades virtuosas y satisfactorias para los sentidos: una naturaleza absolutamente humana construida con base en los policultivos que los náhuatl llamaron MILPA, es decir, el espacio en el que se deposita y trabaja el conocimiento ancestral.

Algo paralelo construyeron los pueblos del arroz con sus arrozales acuáticos, riquísimos en variedades del cereal, infinidad de vegetales y proteínas animales y los pueblos de los tubérculos en sus parcelas cultivadas con taro, yuca, papa, hortalizas y cereales… Pero la soberbia occidental aplastó cultivos y pueblos, descalificó sus conocimientos, colonizó sus conciencias, impuso los monocultivos y hoy es la hora en que hasta el mejor presidente del México moderno sigue considerando los alimentos un asunto de tonelaje que se vende y se compra, en vez de sembrar alimentos complementarios con el saber ancestral.

¡Basta de hacer limosnas de fertilizantes! ¡Empecemos a exigir la redignificación del campo y los campesinos, reconociendo y facilitando su labor en tequios para la autosuficiencia alimentaria y, a la corta, el abastecimiento del mercado interno! Todavía hay tiempo…