Opinión
Ver día anteriorDomingo 10 de octubre de 2021Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Un mínimo repaso para construir el futuro
S

in consumo no hay reproducción sostenible de la economía; dicho en un lenguaje menos arcano: sin consumo no hay desarrollo. No en un país del tamaño de México y con el peso y la diversificación alcanzada en sus actividades y producciones. De eso deberíamos estar todos convencidos, pero la verdad manifiesta es que no. El consumo depende del ingreso que en gran medida proviene del trabajo asalariado, pero también del que se realiza en un cúmulo muy variado de actividades que tienen una traducción económica y monetaria más o menos directa e inmediata. Nuestra economía es ya, esperemos que sin mayores recesiones ni regresiones, una monetaria y diversificada, descentralizada y con un peso significativo de la producción industrial que desde hace un par de décadas se ha bifurcado entre el mercado interno y el de exportación.

Tal es el cuadro maestro del cual surgen las coordenadas de nuestra economía política, así como sus tendencias y morfología. Su estructura de clases y de relaciones y, desde luego, sus configuraciones de poder político, económico, cultural y territorial. Economía de empresa privada, pero que no puede caminar sin la ayuda y guía de la mano visible de la política y del Estado.

No podemos decir, a partir de nuestra experiencia como sociedad plural y descentralizada, que hayamos aprehendido las composiciones profundas donde subyace la dinámica básica de la sociedad y de su economía. Más bien, nos hemos conformado con un grado mínimo de la nueva libertad alcanzada y hemos dado por superado lo que debería ser el depositario de experiencias y capacidades desde el cual enfrentar nuestras carencias y enriquecer nuestras pretensiones culturales e intelectuales.

El desconocimiento de los términos primordiales de nuestra evolución política y social ha derivado en negaciones militantes de lo logrado en los campos político y económico. Se considera que todo se ha malogrado y desde ese mirador se decreta la necesidad y urgencia de refundarlo todo.

Un contraste con lo realmente hecho, como el que aquí se sugiere, es indispensable para darle sustento y lustre a nuestro debate, que una y otra vez se soslaya, y es motivo de preocupación para muchos analistas y observadores. No tantos como se necesitan, pero es documentable que en los medios y en la academia se gesta un sentimiento progresista que plantea la conveniencia de pasar revista razonada y sensata a lo construido para precisar lo que debemos conservar y poder dar un mínimo sostén a lo que ahora se proyecta para el futuro.

Perdimos una oportunidad para hacer este ejercicio al malograrse la tarea constitucional y popular en torno al Plan Nacional de Desarrollo, debido a una ocurrencia poco afortunada del Ejecutivo, pero todavía podemos ambicionar su recuperación en el contexto de un debate, también constitucional, como el convocado por el gobierno para reformar la industria energética.

Los debates en torno a la energía siempre nos han planteado, como dilema fundamental, el que nos refiere al lugar y al papel de lo público y lo privado. Sin embargo, la propuesta presidencial revela que lo mucho que se ha dicho, caminado, escrito y codificado en reformas anteriores no es tomado en cuenta en lo más mínimo. De aquí que, en lugar de estar abocados a la invención e instrumentación de una economía mixta para la generación de energía, de cara a los desafíos mayúsculos del siglo postpandemia y a los compromisos impostergables con el cuidado del medio ambiente, sigamos hablando de la cuestión constitucional.

En vez de reflexiones estratégicas como las que requerimos, el gobierno y sus partidarios nos proponen un santoral acosado por el maligno y el Presidente exige a sus adversarios una definición tajante que, de no adoptarse en sus términos, hará del interlocutor un traidor a la patria. Entre Dios y sus ángeles, Satanás y sus legiones, no va a quedar mucho espacio para una razón humana, terrícola, cargada de ambigüedades, pero con ganas de construir una existencia habitable.

No podremos avanzar si se insiste en que nada de lo que tenemos sirve, porque de ahí sólo puede emanar la peor y más destructiva de las renuncias: construir nuestro futuro.