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Despertar en la IV República

El absolutismo como herencia

N

osotros somos la historia. No está separada de nosotros y la continuamos como una corriente de agua que finalmente no es distinta a sí misma. Entonces cargamos la historia, como las generaciones que nos sucedan cargarán la nuestra y, en alguna forma, sus vidas se definirán por lo que hemos vivido.

La historia del pueblo de México está marcada por lo que ya se ha vivido y por lo que se está viviendo. No nos ha costado mucho trabajo entender el origen de nuestro racismo estudiando las castas vigentes y garantizadas en la época novohispánica.

Habría que rascar un poco en las costumbres y en las estructuras políticas para comprobar si somos herederos de las formas del poder del pasado. Por ejemplo, el absolutismo, que era una doctrina por la cual se centralizaba el poder en el rey y asumía las facultades supremas del Estado.

Hemos comentado lo difícil que ha sido para México alcanzar una modernidad democrática. El primer fraude electoral fue en 1828 y el último en 2012, cuando el representante del PRI, Enrique Peña Nieto, aliado táctico del PAN, pudo imponerse gastando 13 veces más de lo autorizado por la ley.

¿Ha habido rebrotes del absolutismo en México? La doctrina política no ha vuelto a proclamarse, pero en los hechos sí hemos tenido verdaderos monarcas. Santana intentó serlo. Porfirio Díaz, después de derrocar la República liberal y fingiendo que la sucedía, fue un monarca absoluto, o por lo menos desde 1884 en adelante. En fecha más reciente, los presidentes desde 1940 fueron monarcas absolutos porque en ellos se concentraban los poderes del Estado. El único cambio importante fue que las monarquías eran temporales y no vitalicias y cada presidente asumía el poder con una firmeza que envidiarían los reyes absolutos. Esto subsistió entre los años 1940 y 2000.

Sabemos de tres presidentes que alcanzaron la idea de relegirse y ser monarcas absolutos por lo menos seis años más, pero el sistema estaba tan bien montado que a ninguno de ellos se le permitió extender su mandato. Comparar a los presidentes con los monarcas puede ser una exageración, pero yo les pediría a ustedes que pusieran en una hoja de papel las características que los diferenciaban. Verán ustedes que no es tan fácil.